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Seres Urbanos
Coordinado por Fernando Casado

Coartadas naturales para la Villa Rodrigo Bueno, Buenos Aires

Foto de Soledad Aznarez / La Nacion

Un día se gritó en las calles revolucionarias del Mayo del 68 francés: "La imaginación al poder". Grave error de apreciación la de aquella juventud levantisca. Pocas cosas más imaginativas que el poder, que se inventa constantemente historias nuevas con que legitimar su dominación. Un ejemplo lo tenemos en cómo los procesos de depredación capitalista de las ciudades buscan y siempre encuentran argumentos bondadosos, con que legitimar e incluso mostrar como benéficos, sus desmanes.

El truco consiste en procurar conceptos que no significan demasiado en sí mismos, pero que pueden tener efectos casi mágicos, por cuanto actúan a la manera de un ensalmo que ilumina portentosamente cualquier iniciativa inmobiliaria —perdón, urbanística— y la hace aparecer como una contribución al bienestar de la Humanidad, incluyendo sus propias víctimas. Entre esas nociones-fetiche una de las más exitosas, sin duda, sin duda la de sostenibilidad. Qué es una "ciudad sostenible" no se sabe exactamente, pero entre sus requisitos suele estar el de un horizonte de homogeneidad social que, en el fondo, consiste en unificar la población componiéndola de una clase media universal y no contemplar la presencia de pobreza, lo que se consigue no suprimiendo la pobreza, sino directamente a los pobres.

Un caso concreto sería el del barrio de Rodrigo Bueno, una villa-miseria de Buenos Aires cercana a ese buque insignia de la gentrificación latinoamericana que es Puerto Madero en Buenos Aires. Cercana, demasiado cercana para no ser blanco de planes de borrado que permitan anexionar el lote de terreno liberado al sector en promoción, que incluye el proyecto de barrio exclusivo de Santa María del Plata, "la Dubai bonaerense". Lo interesante es que igual como en otros casos la razón suprema invocada para justificar la expulsión de vecinos insolventes ha sido, pongamos por caso, el Patrimonio Histórico-Cultural —el caso, en Buenos Aires, La Boca, Palermo, San Telmo...—, en el caso de este asentamiento precario es la Naturaleza y su conservación.

En efecto, las autoridades, con el amparo de decisiones judiciales, se niegan a urbanizar el asentamiento —es decir a garantizarle electricidad, gas, agua, cloacas..., a sus acaso ya más de 3.000 habitantes— con la excusa de que el barrio estaba en los humedales de la Reserva Ecológica Costanera Sur, en la costa del Río de la Plata, una consideración que contribuye a hacer atractivo y, por supuesto, estratégico en cuanto a los ingredientes de verdura que permiten obtener a una ciudad el marchamo de "sostenible". La Villa Rodrigo Bueno es una "mancha" que urge borrar porque desmerece la presentación del producto en venta que pretende ser, como tantas urbes, Buenos Aires. Hace unos meses, en marzo de este 2015, la denuncia del abandono de este barrio, culpable no de ser insostenible, sino de ser insoportable, llegó a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en Washington DC.

En 2011, cuando se planteó por primera vez el plan para desalojar a los moradores de la zona, apareció un valioso libro de María Carman sobre el asunto: Las trampas de la naturaleza. Medio ambiente y segregación en Buenos Aires (FCE/Flacso). Carman acertaba al subrayar como todas las discusiones públicas a propósito del problema estaban coincidiendo en plantear la presencia indeseable de pobres en las orillas del estuario del Rio de la Plata como un problema ecológico, es decir como una cuestión relativa al equilibrio ambiental que un vertedero ilegal de inmundicias ponía en peligro, con el detalle que el factor contaminante la constituyen cientos de familias; residuos urbanos; residuos humanos.

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