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Tentaciones
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Quiero un 'gin tonic', no una ensalada

Somos el único país que mezcla la ginebra con una menestra de verduras. ¿Por qué? ¿Es que nos hemos vuelto locos?

A pesar de los muchos detractores que tiene la ginebra, del apogeo del vodkatonic, del lanzamiento del vino de Jerez en los cócteles, y de la insistencia de los rones en invitarnos a sus fiestas para acabar como actrices acabadas, el gin tonic sigue siendo el rey de reyes en el Olimpo del cocteleo. Para los que llevamos ya dos décadas fieles al pontificado de este brebaje, cada día nos resulta más difícil encontrar almas en pena que, como nosotros, caminan por el purgatorio de los amantes del gin tonic de toda la vida, ese que no comulga con el barroquismo al que la industria del buen beber ha sometido a nuestro fiel compañero de fatigas etílicas.

Pero claro,  los españoles hemos hecho del gintonic casi un estilo de vida. En nuestro país, el gintonic se ha transformado ya en otra cosa, hasta tal punto que fuera de nuestras fronteras, consideran al "gin tonic español" como un género aparte. En EE UU, Reino Unido, Italia, Suiza o Alemania, es muy complicado encontrar un gintonic cargado de florituras como aquí, aunque parece ser que es un fenómeno que se está abriendo camino. ¿Se nos ha ido la olla o nos están reeducando para el consumo? ¿Quizás es que en el resto del mundo no saben beber gintonic?

En la era de los vasos iglú

Comencemos por el principio. Un vaso de tubo evidentemente no se diseñó para disfrutar de los aromas del cubata que te estás tomando. Es más, hasta hace unos años no creo recordar que nadie arrimase la nariz al vaso de su cubata (lo que pensara el barman podía ser de traca), a menos que el garrafón fuera tan escandaloso que cantara la Traviata entre los hielos.

Pero ahora resulta que tenemos que olerlo, y para eso están los vasos anchos y las copas de balón, menos cómodas que el vaso de tubo pero que mantienen mejor el frío y la fragancia. Como el gin tonic tiene que mantenerse frío, el balón de la copa se transforma en un iglú, una mina a cielo abierto de bloques de hielo que ya augura que el que no beba rápido tragará agua.

La fiebre de los gintonic ensalada

Después de que el barman transforme tu vaso en la nueva entrega de Ice Age, comienza el espectáculo. Después de decidir entre los cuatro millones y medio de ginebras que el local ofrece (hace unos años sólo podíamos elegir entre cuatro o cinco), nos pueden llegar a ofrecer infinidad de tipos de tónicas, algunas muy buenas como la clásica Schweppes de toda la vida, la Peter Spanton o la Markham. Dependiendo de tu elección, el barman transforma la barra en una improvisada cocina de Masterchef y comienza a echar potingues y hierbajos en la copa con el objeto de potenciar los aromas. Laurel, bayas de Goji o de enebro, frambuesa, pétalos de rosa, cardamomo, pimienta de Cubeba y toda una enorme orgía de botánicos comienzan a flotar en tu gintonic. En ocasiones hay tantas cosas verdes que dan incluso ganas de echar vinagre y aceite. El gintonic ya ha desaparecido, ya es otra cosa; el gintonic se ha convertido en una ensalada.

¡Viva el copazo viejuno!

Teniendo en cuenta que se se ha convertido en un negocio muy rentable, la gente se ha vuelto loca del todo con el gin tonic ensalada. Pero loca, loca, loca. El precio medio de un gintonic a la española ronda los 9 euros, y poco a poco se van introduciendo en los locales menos especializados y más de toda la vida. A mí, además, que ya no reconozco el sabor de mi gintonic, me resulta muy complicado beberme una copa en la que tengo que estar constantemente apartando los tropezones. Y ni qué decir tiene que muchos somos incapaces de asociar un gintonic con frutas como el mango, el kiwi o los arándanos. Llamadme purista, anticuado, viejuno, antihipster, mamarracho, lo que queráis, pero yo aún soy fiel a mis principios, que son cinco: mi ginebra es normalita, mi vaso es un tubo, mi botánico es una rodaja o una monda de limón, mi tónica es la de toda la vida y mi precio no supera los cinco euros.

Pero el que manda es el paladar de cada uno. Que cada uno beba lo que quiera y que pague lo que pueda.

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