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Contra el estigma de ser el último

Con el descrédito de ser considerado el país más pobre del planeta, Níger avanza lentamente en la consecución de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM)

Oriol Puig
Los niños aprenden números y letras durante su etapa en la guardería, como en esta del centro de Nyamey.
Los niños aprenden números y letras durante su etapa en la guardería, como en esta del centro de Nyamey.O.P.

La arena entra en cada soplo de aire, en cada bocanada de vida. Una nube de polvo cubre las calles de Niamey, capital de Níger, impidiendo al sol mostrarnos sus destellos. El calor, en cambio, sí hace acto de presencia. Una media de 40 grados y una humedad incipiente preconizan la llegada de la estación de lluvias, de la que depende buena parte del devenir nigerino. Los índices de malnutrición, de vulnerabilidad alimentaria y de progreso general tendrán que ver con esas gotas cada vez más preciadas, menos abundantes y más irregulares en su caída. Sin embargo, otros factores geoestratégicos estriban en la situación actual de este país desterrado a la cola de los índices de desarrollo humano de Naciones Unidas y que busca retrovisor en el que reflejarse. Detrás no queda nadie. El 187 de 187. Una losa para este Estado saheliano con más del 80% de su territorio en el desierto del Sahara, al que Europa presenta ya sin tapujos como la nueva frontera de su fortaleza. La administración nigerina, dependiente de la ayuda exterior en más de un 50% de su presupuesto, se esfuerza junto a sus socios internacionales en reivindicar avances, aunque tímidos, en el despliegue de los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM).

Las agencias de cooperación de los principales países financiadores destacan la reducción de la mortalidad infantil como el mayor progreso de Níger, al pasar de 318 muertes por 1.000, entre los menores de cinco años en 1992, a 127 por 1.000 en 2012, con vistas a lograr 98 por 1.000 en 2015. “Es el paso más significativo realizado por Níger en los últimos tiempos. Es todavía una cifra muy elevada, pero evidencia un salto cualitativo”, asegura el coordinador de la Cooperación Española en el país, Juan José Lavín. Se atribuye el logro a las campañas internacionales de sensibilización y de higiene; a la distribución de mosquiteras y profilaxis antimalaria; a un sistema de cuidados gratuito creado por el Gobierno para tratar a madres y pequeños y, en gran medida, a la alta tasa de curación en los centros dedicados a la malnutrición.

“Los índices de restablecimiento de los niños en nuestras instalaciones es de un 96-97%”, explica Manou Aminatou, responsable del centro de malnutrición severa de la maternidad Poudrière en Niamey. “Al llegar, muchos tienen hipoglucemia, por lo cual les proveemos de agua con azúcar. Tras una semana en fase de estabilización a base de leche terapéutica, pasan a la sala de transición donde les damos vitaminas y minerales durante tres días. Finalmente, antes de la salida aumentamos los nutrientes con cereales”. La media de tiempo de hospitalización es de dos semanas y el seguimiento del paciente continúa posteriormente.

El sistema de Naciones Unidas y las ONG enfatizan la necesidad de atajar la malnutrición existente en Níger no sólo desde un enfoque humanitario sino como problema de desarrollo. “Una persona que ha sufrido malnutrición tiene mayor riesgo de padecer enfermedades y posee menos capacidades físicas e intelectuales. Los altos índices de malnutrición hipotecan la potencialidad humana del país”, afirma Lavín. En la misma línea, Felix Ackebo, representante adjunto de UNICEF, explica que “la malnutrición tiene repercusiones no visibles como el fracaso escolar, el paro o la desesperanza. Cuando un niño tiene afectado el cerebro por malnutrición ya no se puede hacer nada. Por eso tenemos que anticiparnos con prevención comunitaria e impedir que se produzcan las consecuencias económicas a largo plazo”.

La dependencia de la agricultura y la climatología sumen a Níger en una situación de crisis alimentaria estructural con cerca de 4,3 millones de personas —de un total de 17— en situación de vulnerabilidad; una malnutrición crónica del 42,5% entre el total de la población y cerca de la mitad de la sociedad sobreviviendo por debajo el umbral de la pobreza —un dólar al día—, muy lejos del 31% propuesto por los ODM. Es evidente, por tanto, que este territorio en el corazón del Sáhara no logrará erradicar la pobreza extrema ni el hambre, tal como se había planeado para 2015. Sin embargo, el régimen político actual liderado por Mahamadou Issoufou, en plena campaña preelectoral de cara a los comicios previstos para 2016, se afana en resaltar los datos positivos, mientras Naciones Unidas destaca una tendencia ascendente aunque insuficiente en la materialización de los ODM. No esconden, no obstante, que la mayor parte de los propósitos no se alcanzarán, como por ejemplo la meta de salud materna, que debía ser reducida a 175 muertes de mujeres por cada 100.000 nacimientos, y que todavía hoy se sitúa en 535 fallecimientos.

Algo más esperanzadoras son las cifras relativas al objetivo concerniente al agua y saneamiento. En este capítulo se han realizado grandes esfuerzos pasando del 22,3% de la población con acceso a agua potable en 1992 a un 66,5% en 2012. También en la lucha contra el sida y el paludismo se ha avanzado: se alcanzará el objetivo de frenar la propagación del VIH, si bien cabe destacar que los niveles del virus nunca fueron demasiados elevados en el país. En el ámbito educativo, en cambio, aún queda mucho por hacer.

El sueño de una educación universal

“Moi madame, moi madame” (Yo señora, yo señora), gritan al unísono los más de 30 alumnos de la clase de primaria de la escuela pública Banifandou III de Niamey para responder a la pregunta de su profesora. Quieren demostrar que han aprendido la lección sobre cuáles son las enfermedades contagiosas existentes en su país. Ninguno olvida la malaria —la más extendida— pero tampoco la meningitis, de plena actualidad con la epidemia que asola al país y ha dejado ya más de 350 muertos en los últimos meses.

Este grupo de jóvenes, futuro del país, ejemplifica la motivación por aprender y continuar empapándose de conocimiento. La proporción de niños y niñas en el aula invita al optimismo sobre los pasos realizados hacia la reducción de la desigualdad de género. Las cifras, sin embargo, lo impugnan. La tasa de alfabetización se sitúa en el 30% y la escolarización en primaria ha aumentado hasta el 70%, aunque solo un 56% termina el ciclo. Entre éstos, muchas niñas lo dejan. En secundaria, ellas pasan de 85 por cada 100 niños a 65, a mucha distancia del 100% óptimo.

“Las niñas son las más avanzadas de clase, pero cuando llegan al instituto algunas vienen a verme para decirme que se casan. Es una pena, pero no puedo hacer nada para impedirlo”, relata resignada Abdou Nana Aïchatou, la directora de la escuela. “El Estado tiene que hacer mucho más y poner los medios necesarios para que las niñas sean escolarizadas, porqué si una niña está escolarizada, la familia estará en buenas manos”, insiste su colega y responsable de la guardería Deyzebon en el centro de la capital. El matrimonio precoz continúa vigente en Níger, aunque más extendido en los pueblos que en las ciudades. El representante adjunto de UNICEF es contundente contra esta práctica: “Tenemos que hacer comprender a los líderes religiosos y tradicionales que esto no es una cuestión de costumbre o religión, sino que tiene efectos nefastos para las mujeres”.

Níger es un país formalmente laico, con más del 90% de la población de confesión musulmana. La poligamia está aceptada y extendida socialmente y posee la tasa de crecimiento demográfico más alta del mundo, de 3,9%, y una media de 7,6 hijos por mujer, con previsiones de doblar su población en 2033 llegando a 34-37 millones de personas. Para la comunidad internacional éste supone el mayor desafío. El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) considera que poner freno a la explosión demográfica significaría un aumento directo del PIB per cápita. El director de la Agencia Francesa de Cooperación (AFD), Philip Renault, también afirma que “el crecimiento desmesurado de la población impide una redistribución más equitativa de la riqueza”.

Materias primas preciadas

Francia, antigua metrópolis que sigue ejerciendo su preponderancia, le llueven críticas ante lo que se conoce como Françafrique, una forma de neocolonialismo que muestra su apogeo en Níger con la explotación de su principal recurso, nada fútil: el uranio. El gigante nuclear francés Areva es el máximo beneficiario del producto, que eleva al país a cuarto exportador mundial de esta materia prima. El director de la AFD, principal institución bilateral de cooperación, rechaza las denuncias: “Hoy en día, no se puede decir que Areva gane mucho dinero en Níger. Quizás lo ganó en el pasado y la crítica fuera justa entonces, pero actualmente es antigua, infundada y tardía”.

El Gobierno nigerino llevó a cabo en 2014 una dura negociación con la empresa francesa para aumentar la presión fiscal a la extracción de uranio y, aunque salvó los muebles estableciendo hasta un 12% de impuestos, buena parte de la población lo vivió como otra rendición a los designios franceses. Sea como sea, el país galo asegura que en los próximos años Níger recibirá grandes sumas de dinero de sus socios internacionales, que deberían destinarse a fomentar el sector privado y a construir grandes infraestructuras estratégicas —como la presa de Kandadji, un antiguo proyecto en el río Níger que promete solucionar la escasez energética de un territorio que, paradójicamente, proporciona la materia necesaria para producir energía nuclear.

Una zona inestable

Además de estos desafíos, Níger, enclavado en una región que sigue sufriendo las consecuencias nefastas del conflicto libio, se ha convertido en uno de los pocos territorios “estables” de la zona y la comunidad internacional se aferra a preservarlo como base de sus operaciones y aliado prioritario. El descenso de armas procedentes de Libia, la crisis de Mali, la presencia de grupos yihadistas y la declaración de guerra del Gobierno nigerino contra la secta islamista Boko Haram, ahogan un débil presupuesto que ha visto multiplicado por 10 el gasto en seguridad.

Ante esto, el representante del PNUD, Fodé Ndiaye, insiste en demandar más ayuda internacional en aras de defender los servicios básicos del país. “No podemos pedirles que controlen las fronteras con sus vecinos, que hagan frente a la llegada de miles de refugiados de Nigeria y Mali y que se desarrollen al mismo tiempo, sin más implicación de los socios exteriores”. El silogismo entre paz y progreso impera en todos los organismos internacionales. El embajador de la Unión Europea, Raul Mateus, es incapaz de discernir entre el gasto dedicado a desarrollo y a seguridad “ya que están muy relacionados”. La UE, principal acreedor de Níger, posee programas de gobernanza y estabilidad orientados a reforzar las capacidades de la policía nigerina en materia de yihadismo y control de rutas migratorias. Mateus no esconde que la migración clandestina es una de las mayores preocupaciones de la Unión, puesto que el 60% de migrantes que llegan a Europa han atravesado previamente Níger.

Son tantos los retos, que los pequeños avances impulsados en Níger no pueden ser desdeñados, sin obviar tampoco lo que queda por hacer. El país sigue al rebufo esperando su oportunidad, con el deseo de, algún día, girar la vista atrás y decirse a sí mismo que los esfuerzos valieron la pena.

Artículo publicado en colaboración con la UN Fundation.

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