Rehacer la vida tras sobrevivir al ébola
En Sierra Leona, Umaro Okelo superó las fiebres Ahora trabaja ayudando a las personas que están sometidas a cuarentena
El padre de Umaro Okelo llegó a Sierra Leona hace muchos años para trabajar en las minas de hierro de Marampa, cerca de Lunsar, en el centro del país. Era nigeriano. Desde entonces, la familia vivía en Labor Camp, el poblado provisional construido por la compañía minera para los trabajadores.
En 1922 salió el primer cargamento de mineral de estas minas que durante la II Guerra Mundial suministraron el 40% de todo el hierro que utilizaba el Imperio británico. Pero años más tarde, una bajada el precio del metal hizo que la explotación dejara de ser rentable y terminó cerrándose; eso sucedió pocos años antes de la guerra que asoló el país entre 1991 y 2002. Muchos de los trabajadores de las minas no tenían dónde ir y continuaron viviendo en Labor Camp, como sucedió con la familia de Umaro. Así, el poblado se convirtió en una más de las muchas que rodean la ciudad de Lunsar, aunque con el paso del tiempo se fue deteriorando y últimamente presentaba un aspecto bastante miserable.
Labor Camp fue una de las primeras localidades de la zona de Lunsar en ser azotada por el ébola: más de 100 personas murieron en ella. Fue en los primeros tiempos de la enfermedad, cuando todavía no había mucha información sobre ella. La gente no entendía la causa de tantas muertes misteriosas y las atribuía a una maldición, a la brujería; por lo tanto, no había nada que hacer. Como tantas otras veces en Sierra Leona, sus vidas estaban en manos de Dios, él sabía quién debía morir y quién no.
Muy pronto, hileras enteras de casas de Labor Camp se quedaron vacías y muchas otras fueron puestas en cuarentena ante la sospecha de que alguno de sus moradores pudiera estar infectado. Muy pocas personas de la aldea podían seguir haciendo una vida normal.
Umaro Okelo, de 25 años, sobrevivió a la epidemia, pero esta se llevó a su mujer embarazada y a su hija de cinco años. Por todo ello se encontraba hundido y sin trabajo. Él mismo había contraído la enfermedad, junto con otros familiares, algunos de los cuales también sobrevivieron.
Esta es la historia que contaba Okelo a Marcos Portillos de Armenteras (Palma de Mallorca, 1970; aunque criado en Las Palmas de Gran Canaria), conocido por todos como Coco, que llegó por primera vez a Sierra Leona en 2008. Desde entonces, se ha dedicado a construir escuelas y a apoyar a maestros y alumnos para promover la educación, sobre todo en el distrito de Koinadugu, uno de los más aislados del país, a través del proyecto The Wara Wara Community Schools. Con la emergencia del ébola y el cierre de las escuelas, Coco ralentizó su propio proyecto y se sumó a los esfuerzos que distintas organizaciones estaban haciendo en el país para combatir el ébola. Unió fuerzas con el Padre Emmanuel Sesay y las Hermanas Clarisas del Santísimo Sacramento, lideradas por la incombustible hermana Elisa Padilla, en Lunsar. Juntos han puesto en marcha un programa de atención a las víctimas del virus, especialmente a los huérfanos. Uno de los apartados del mismo es la supervisión de casas en cuarentena. Una iniciativa promovida y financiada por África Directo e implementada por la asociación de Coco con el apoyo de las hermanas clarisas.
Cuando José María Márquez, director de África Directo, visitó Sierra Leona, se dio cuenta de que no bastaba con aislar las viviendas de las personas sospechosas de haber contraído el ébola; había que asegurarse de que funcionasen correctamente y tuvieran todo lo necesario para que sus habitantes pudieran conseguir todo lo que necesitaran, con el fin de reducir notablemente el peligro de nuevos contagios.
Buscando trabajadores para poner en marcha este proyecto, Coco conoció a Umaro. Su condición de superviviente le sirvió para que The Wara Wara Community Schools lo contratara con el fin de ayudar a las personas que se encontraran en cuarentena por causa del ébola. Primero supervisó un grupo de cuatro casas donde habitaban 44 personas, en Masiaka. De allí pasó a Makambari, donde realizó la misma labor con otras dos casas y 12 personas. Luego, trabajó en Masinkra, con cuatro casas y 21 personas, y finalmente en Mayira.
Cuando a Umaro se le asigna una aldea lo primero que hace es buscar alojamiento en una casa que esté justo enfrente de las que están en cuarentena. Su jornada empieza visitando las construcciones afectadas y tomando la temperatura a cada uno de sus habitantes, repitiendo la misma operación al terminar el día. Posteriormente, hace una lista de las cosas que cada casa pueda necesitar: carbón, medicinas, agua para beber o para el aseo, comida… que un poco más tarde les serán suministradas por la organización. También observa los hábitos de cada uno de los que viven allí, para ver si hay algún riesgo o posibilidad de que alguien intente romper el aislamiento y la enfermedad se pueda propagar. Igualmente, aconseja a cada uno de los aislados qué hacer o qué no.
Umaro pasa gran parte de su tiempo compartiendo su experiencia con los habitantes de las casas aisladas, les habla de cómo la enfermedad le afectó a él y a su familia, así como del tiempo que pasó en el Centro de Tratamiento de Ébola. También utiliza gran parte de su jornada para sensibilizar a los vecinos de la aldea y explicarles cómo deben comportarse o cómo interactuar con las personas en cuarentena.
Comenta Coco que todos los supervivientes del ébola acaban siendo expertos en la enfermedad: la contrajeron, vivieron en el centro de tratamiento al menos 21 días, se recuperaron y la mayoría de ellos perdieron familiares, amigos o vecinos.
Para desarrollar su trabajo, Umaro no necesita ninguna protección especial, solo guantes y una mascarilla para cuando toma la temperatura y guardar las normas mínimas de precaución e higiene. Explica Coco que se entiende que los supervivientes de ébola no pueden volver a contraer la enfermedad de nuevo.
El dinero que Umaro ha ganado durante el tiempo que ha estado trabajando en estas aldeas lo ha invertido en un montar un centro para recargar móviles (Charging Center). Este consiste en un pequeño generador de luz, varios enchufes y cargadores de móviles. La gente de las aldeas y las ciudades, al no tener electricidad en sus casas, debe acudir a estos negocios a cargar la batería de sus teléfonos. Umaro le contaba a Coco que cuando estuvo en Makambari se dio cuenta de que allí no existía un lugar donde los habitantes de la aldea pudieran ir a cargar los móviles por lo que tenían que enviar a alguien a Masiaka para hacerlo.
Con el dinero ahorrado, Umaro compró varios sacos de cemento y planchas de zinc y construyó un pequeño edificio para albergar su centro de recarga de móviles, en Makambari. Terminada la construcción, adquirió el generador y los enchufes. Ahora, uno de sus hermanos pequeños está encargado del negocio mientras él sigue trabajando.
Tras terminar en Mayira, Umaro estuvo un mes sin trabajar porque la zona de Masiaka había quedado libre de ébola. Hace pocos días Coco le ha vuelto a llamar ya que la enfermedad ha regresado a la zona de Mile 91: hay tres casas en cuarentena en la aldea de Rongola y otra en la de Magbla.
Comenta Coco que Umaro es una persona risueña y con mucha personalidad, habla con fuerza y siempre de manera muy positiva, y que transmite ese positivismo a todos los que le rodean. Cuando se despide de las personas a las que ha estado cuidando se ve el cariño que estas le han cogido. En Makambari, Coco presenció como algunas de las mujeres lloraban en la despedida y le daban las gracias por su trabajo. El cooperante comenta que no daba crédito a lo que veía, pero la escena se repetía en cada una de las aldeas donde el joven trabajaba, así que tuvo que empezar a creer que Umaro es una persona muy especial.
El ébola ha comenzado a remitir en Sierra Leona y está previsto que reabran las escuelas del país el 14 de abril. Coco va a continuar con la supervisión del proyecto del ébola hasta que desaparezca el último caso de las áreas donde opera: Masiaka, Mile 91, Lunsar, Mangue Bureh y Lungi. Comenta que en este momento solo tienen casos en la zona de Mile 91. Por eso mismo, está retomando, poco a poco, su proyecto original: la reconstrucción de escuelas en diversas zonas del país.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.