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Ya llegan de nuevo las balas

La violencia vuelve a azotar a la ya vulnerable población de Sudán del Sur "En cuanto los combates llegaron a la ciudad, supimos que empezaríamos a recibir heridos"

Un trabajador de MSF sursudanés atiende a un niño
Un trabajador de MSF sursudanés atiende a un niñoMatthias Steinbach (msf)

Hoy amaneció diferente en Malakal. Era aún temprano, alrededor de las 6 de la mañana, y al levantarme, lo hice con una sensación extraña que al principio no supe definir. Traté de no dejarme distraer por el ruido de los generadores o con los ladridos de los perros para intentar escuchar un poco más lejos. Y efectivamente, mis sospechas se confirmaron: esta mañana, la salida del sol trajo consigo disparos y detonaciones en varios puntos de la ciudad. Enseguida me di cuenta de que aquellas luchas internas que en realidad nunca se fueron, habían vuelto de nuevo a Malakai.

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En las últimas tres semanas, la tensión entre los dinkas y los shilluks, dos de las principales tribus del estado de Alto Nilo, había aumentado muchísimo, así que no puedo decir que todo esto nos pillara por sorpresa.

La ciudad de Malakai, que había empezado a cobrar más vida en estos primeros meses del año, había empezado a vaciarse poco a poco en los últimos días, al tiempo que la presencia militar se iba haciendo cada vez más palpable. El paulatino retorno de la población al campo de desplazados que Naciones Unidas tiene a las afueras de la ciudad, y en el que MSF trabaja y vive desde el comienzo de esta crisis humanitaria en 2013, fue un claro mensaje para nosotros de que las cosas no iban bien. Supimos desde el principio que el riesgo de que la violencia estallara de nuevo estaba más que presente.

Sudán del Sur, el país más joven del mundo, enfrentado a su enemigo del norte durante más de 20 años, derrama ahora la sangre de su propia gente, ataca a su propia población y hace que el pertenecer a una tribu o a otra sea a veces la diferencia entre la vida o la muerte. En esta ocasión, son los dinkas y los shilluks los que están enfrentados, pero otras veces estos dos mismos grupos han luchado juntos contra un tercero: los nuer.

Desde hace dos años, el miedo es palpable. Ante el menor rumor de que se va a producir un ataque, la gente deja atrás sus casas y sus pocos bienes y emprende la huida. El campo de desplazados se ha convertido estos días en el nuevo hogar, si es que podemos llegar a llamarlo así, de casi 30.000 personas; muchos de ellos mujeres y niños. El flujo de gente que ha llegado hasta aquí en busca de protección es impresionante, y la gran mayoría lleva desplazado o en huida constante desde más de 15 meses.

En cuanto los combates llegaron a la ciudad, supimos que empezaríamos a recibir heridos en el hospital

En cuanto los combates llegaron a la ciudad, vimos que pronto empezaríamos a recibir heridos en el hospital. El volumen de los estallidos y detonaciones fue aumentando durante toda la mañana y no dio tregua a los combatientes durante varias horas.

En un momento dado, me avisaron de que un hombre había llegado huyendo desde la ciudad. Estaba herido en la mano porque se había cortado con una alambrada mientras guiaba a su familia hacia el campo de desplazados. Aproveché para hablar con él e intentar tener una imagen algo más clara de lo que estaba pasando fuera y hacernos una idea de lo que nos podíamos esperar.

—¿Cómo estás?, le pregunté con la ayuda del traductor. No hicieron falta muchas palabras; su mirada transmitió muchas más cosas que si los dos hablásemos una lengua común. — ¿Qué está pasando en las calles de Malakai? ¿sabes si hay muchos muertos y heridos?

—Las calles están llenas de gente armada, me respondió. —La gente ha podido huir hacia las afueras de la ciudad y muchos están viniendo hacia aquí.

—¿Y tu familia, habéis conseguido llegar todos sanos y salvos al campo? 

—Por suerte sí, contestó mientras César, uno de nuestros médicos, le suturaba la herida de la mano.

Y lo peor para esta gente es que, después de haber tenido que salir de sus casas con lo puesto esquivando las balas, aquí tampoco están seguros del todo. Por desgracia, las vallas y portones que limitan el acceso al campo de desplazados no pueden frenar las tensiones. Esta misma noche, al tiempo que en la ciudad seguían las luchas, se han producido varios enfrentamientos dentro del campo de refugiados. Las diferencias y rencores que existen entre dinkas y shilluks se han ido gestando durante mucho tiempo, así que el mero hecho de cruzar una verja custodiada por Naciones Unidas no hace ni mucho menos que estos se olviden.

El riesgo de enfermedades es, a veces, un enemigo menos visible, pero más peligroso que los disparos de bala

Mientras escribo estas líneas empiezo a pensar que, a toda esta situación de violencia y tensión, habrá que sumarle los problemas que siempre surgen en los campos cada vez que llega una gran cantidad de gente en muy poco tiempo. La falta de espacio, de higiene y las dificultades de acceso al agua no distinguen de tribus. Y el riesgo de enfermedades como la diarrea es, a veces, un enemigo menos visible, pero más peligroso que los disparos de bala, especialmente para la población más vulnerable.

Además, la estación de lluvia se acerca y hará que las condiciones de vida sean aún más complicadas, así que nos tocará trabajar contrarreloj para intentar preparar lo mejor posible nuevos espacios en donde acomodar a los recién llegados.

Desde que llegué en enero, he visto con preocupación cómo las condiciones de vida de la población son cada vez más difíciles y hemos estado preparándonos para dar una respuesta rápida en caso de necesidad. La desnutrición o el cólera son algunos de los posibles desafíos a los que ya sabíamos que tendríamos que enfrentarnos en los próximos meses; daños colaterales de un conflicto que, sumados a episodios de violencia como los que vivimos durante estos días, dañan terriblemente a la población civil de Sudán del Sur.

No corren buenos tiempos para Malakai.

Ana de la Osada. Medical Team Leader de MSF en Malakai.

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