El periodismo y sus nuevos compañeros de viaje
La nueva tecnología está cambiando una profesión que no ha perdido su esencia
Los alumnos de la Escuela UAM-EL PAÍS hicieron hace poco el ejercicio de escribir sobre el futuro del periodismo y lo tiñeron de negro. Sin embargo, tienen por delante una época apasionante de completa transformación: en el modelo de negocio; la manera de informar y el papel del periodista, que pierde su rol de intermediador con el lector. Ahora es la audiencia la que decide qué quiere ver, oír y leer y en qué formato. Fija sus prioridades y las quiere ya.
Semejantes cambios han puesto la industria tradicional de los medios al borde del abismo y muchos se han precipitado en él. Sólo en España, entre 2008 y 2014 se cerraron 364 cabeceras y se destruyeron 11.875 empleos, según la Asociación de la Prensa de Madrid.
Mientras, las firmas tradicionales parecen correr como pollo sin cabeza para adecuar sus hasta hace poco eficientes estructuras a la nueva realidad. Pero ésta afecta a tantos sectores que la llamada transformación digital es más bien una revolución. Y en esa confusión que toda revuelta genera se diluyen fronteras antes delimitadas como las de la publicidad y la información, que se mezclan bajo el sustantivo genérico de “contenido”, mientras permanecen en pie murallas chinas que habría que derribar para que expertos en innovación trabajen codo a codo con periodistas.
Internet ha dado la vuelta a la manera de contar, financiar y difundir una historia
Unos y otros han habitado hasta ahora mundos separados con idiomas diferentes y evidente desinterés mutuo. Pero están condenados a entenderse. Algunos periódicos como el Washington Post ya han dado los primeros pasos. El rotativo tiene incrustados en la redacción 47 ingenieros que trabajan pegados a los periodistas, y alerta de la necesidad de que éstos entiendan el negocio y el negocio entienda a la redacción.
Así que el futuro del periodismo depende de lo que las empresas sean capaces de hacer en esta nueva realidad que echa por tierra las viejas fórmulas de difusión, distribución y financiación. Pero también las de organización del trabajo. Pese a que el nuevo foco de atención para todo es Internet, en muchas redacciones las estructuras que prevalecen son las del papel. Priman los horarios del papel; la reunión de primera página sigue los esquemas de cuando solo había papel; las firmas parecen adquirir más reputación si aparecen en papel... Todo ello encaja poco con un mundo informado las 24 horas en tiempo real y en el que a las noticias no se llega siquiera por el site, sino por múltiples canales cuyo nexo común es Internet. Siguiendo con el ejemplo del Washington Post, de las casi 50 millones de visitas que tiene al mes prácticamente la mitad llegan a través de móviles y tabletas. Es decir, de aplicaciones, ya sean de redes sociales, medios, o servicios como WhatsApp o Gmail.
El gurú y profesor de periodismo de la Universidad de la Ciudad de Nueva York (CUNY) Jeff Jarvis recordaba hace poco que pasaron 150 años entre la invención de la imprenta y la creación del primer periódico, por lo que es imposible conocer ya qué marco dará Internet a la industria de la información. Pero sí tenía claro que la masa a la que hasta ahora se dirigían los medios ha desaparecido. Ahora hay que acercarse a ciudadanos particulares, irlos a buscar y darles lo que quieren, lo que implica conocerlos más. En definitiva, hay que establecer una nueva relación con el usuario.
¿Quiere eso decir que es la audiencia, con su nuevo poder, la que debe dictaminar el contenido del medio? No debe imponerlo, pero sí participar. Aunque es el periodista quien tiene que liderar la nueva relación con un usuario que es a la vez fuente y receptor. Con las mismas habilidades de siempre —valorar la actualidad, ponerla en contexto e interpretarla—, el reportero ha de seleccionar las voces cualificadas entre el ruido que genera la Red para mejorar su información y detectar el interés de la audiencia en un flujo de mutua alimentación.
Un ejemplo es la primavera árabe. Son los protagonistas los que revelan los hechos a través de las redes sociales. Los medios usan la misma vía para comprobar la veracidad de los testimonios. Y ambos después crean una malla de difusión mundial.
Internet no ha modificado, ni lo hará, las profundas raíces del periodismo, pero ha dado la vuelta a la manera de contar, financiar y difundir una historia. La Red exige un lenguaje diferente para comunicarse con un ciudadano que ya no es solo receptor, sino también emisor de información. Ha convertido al mundo en una auténtica aldea global. Y, sobre todo, ha traído inmediatez.
Todos ellos son ingredientes muy del gusto del periodista así que, si éste piensa en el futuro, le tiene que apetecer. Y esto va tan deprisa que la solución no va a tardar 150 años en llegar. Mientras, para salvar un presente realmente difícil, empresas y periodistas tendrán que aunar esfuerzos y ponerse a hacer cada uno sus deberes: desterrar viejos hábitos y estructuras; admitir nuevos compañeros de viaje; asumir riesgos; formarse; emprender y tener entusiasmo. Sólo así, medios y periodistas de una industria caduca se acomodarán a la nueva realidad. ¿No es apasionante?
Belén Cebrián es directora de la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS.
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