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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Lucha por la credibilidad

Pedro Sánchez sorprende a Mariano Rajoy con la vehemencia de las críticas a su labor de Gobierno

Nadie podía esperar que el jefe del Gobierno y el del principal partido de la oposición escenificaran un diagnóstico común y unas soluciones de futuro matizadas solo por críticas moderadas. Si eso no fue posible en ediciones anteriores del debate sobre el estado de la nación, menos probable era que ocurriera en vísperas de una serie de enfrentamientos electorales y con un líder nuevo al frente del PSOE. Sin embargo, Mariano Rajoy pareció tan sorprendido por la crítica vehemente de Pedro Sánchez a su balance de gestión de la crisis y, en definitiva, a su obra de gobierno, que llegó a descalificar a su oponente en términos a todas luces excesivos.

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El presidente llegó al debate para reivindicar su balance —“el estado de una nación que ha salido de la pesadilla”— y fundamentar sobre esa base la petición de respaldo para otro mandato que, aunque no hizo explícita, quedó evidenciada en la arriesgada promesa de crear 3 millones de puestos de trabajo en la próxima legislatura. En ese contexto hay que valorar las medidas sociales explicadas —varias ya anunciadas, como Sánchez se encargó de recalcar— y la reivindicación, como un éxito, de haber evitado el rescate completo de España.

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Además de lanzarse a desmontar el optimismo exhibido por el presidente del Gobierno, Sánchez aprovechó la oportunidad para presentarse como “un político limpio”, alguien que no puede recibir lecciones de corrupción de una persona como Rajoy, que nombró tesorero del PP “al delincuente Bárcenas”. Frente al desgaste de las organizaciones políticas tradicionales, la novedad en una de ellas es toda una declaración.

Sobre el debate sobrevoló la sombra de las opciones que no están presentes en la Cámara, pero que, a juzgar por las encuestas, aguardan la oportunidad de las urnas para incorporarse de lleno, especialmente Podemos y Ciudadanos. Y el que más lo evocó fue Rajoy, con alusiones a las “ventoleras electorales” y a las “demagogias” que pueden poner en peligro lo que él considera el rumbo correcto para España; la apelación al voto del miedo contra la incertidumbre y lo desconocido.

Sánchez acertó al reivindicar la reforma de la Constitución frente al inmovilismo de Rajoy, pero también frente a “los que quieren destruir la Constitución”. Fue uno de los destellos del líder socialista en que se vio una promesa de futuro y la defensa de la autonomía de un proyecto frente a los demás contendientes en el tablero político.

La cuestión clave para el futuro es la credibilidad de cada dirigente. A medida que la trompetería de las sucesivas campañas electorales lo inunde todo, lo probable es que los ciudadanos decidan al final sobre el Gobierno del Estado teniendo en cuenta la credibilidad que inspira cada candidato para depositar en sus manos la confianza de representarles y, en su caso, de gobernar.

Sánchez atacó ayer, desde el principio, la credibilidad de Rajoy, le acusó de “mentir”, y de no tener vergüenza; este devolvió la pelota calificando al líder socialista de “patético” y negándole haber dado la talla, “ni de lejos”, para ser presidente. No se debe obligar a los ciudadanos a decidir entre un mar de descalificaciones ni de reproches. Hay que presentar verdaderos proyectos. En este primer gran duelo entre dos figuras que se medirán muchas veces a partir de ahora sorprendió la capacidad de Sánchez de sobreponerse a las muchas dificultades que ha encontrado hasta ahora para asentar su liderazgo. Sin deslumbrar, el líder socialista estuvo bien; lo suficiente como para exasperar al presidente algunos grados más de lo conveniente.

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