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informe oi | la realidad de la ayuda
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nueva época, nueva narrativa sobre la cooperación y la justicia social

Las organizaciones vinculadas a la cooperación deben revisar sus modos de comunicar El nuevo discurso debe estar basado en las ideas de justicia e igualdad, frente a la caridad

En los pasados 20 años se han logrado importantes avances en la política de cooperación española: en su orientación, en su puesta en práctica o en la generación de un colectivo más amplio de profesionales, entre otros aspectos. No se puede decir, sin embargo, que haya cambiado a similar ritmo el modo en que la ciudadanía concibe el compromiso con la ayuda. Por expresarlo de otra forma, la gente entiende la cooperación de una forma no muy distinta de como la percibía en los años noventa. Así, al menos, lo apuntan las principales encuestas disponibles. Por ejemplo, de acuerdo al CIS, en 1993 (en los meses previos a las movilizaciones por el 0,7%) un 61% apoyaba el que se destinasen recursos a la ayuda al desarrollo. E 2010 —17 años después—, ese porcentaje apenas había aumentado hasta el 66,8%. Entre 2005 y 2007 se registraba un pico con un 85% de respaldo ciudadano a la ayuda, pero a partir de 2008 se inicia una senda descendente que se agudiza conforme avanza la crisis. De hecho, otra encuesta de 2012 (YouGov), señala que un 44% del público español considera que la ayuda al desarrollo debería ser una de las políticas a reducir si fueran necesarios más recortes.

Más allá de la evolución en el apoyo genérico de la ciudadanía, se observa que se trata de un respaldo más bien superficial y poco informado; para una mayoría, las causas de la pobreza son internas a los países pobres (corrupción) y la cooperación al desarrollo significa ayuda humanitaria en respuesta a desastres.

En suma, persiste hoy una visión de la cooperación como caridad frente a la idea de responsabilidad compartida. Y ello a pesar de algunas campañas masivas como Pobreza Cero (impulsada por una alianza de organizaciones) y de la amplia adopción de técnicas de marketing y de comunicación digital y redes sociales por parte de las ONG de Desarrollo, de la firma de un Pacto de Estado contra la pobreza o de toda la historia de los Objetivos del Milenio (ODM), sobre los que, en 2012, un 80% de la ciudadanía española declaraba no saber nada según datos del Eurobarómetro de 2013.

La situación descrita obliga a preguntarse sobre las causas que la han motivado y, también, a buscar alternativas para reenganchar a la ciudadanía y activar su compromiso. Un primer paso es comprender por qué la gente tiene las opiniones que manifiesta y, sobre todo qué valores (principios que definen comportamientos u objetivos deseables) y qué estructuras mentales profundas (marcos mentales) sustentan su modo de ver el mundo.

Valores y marcos son activados a través del lenguaje, por lo que resulta necesario revisar las estrategias comunicativas desde las cuales se busca el compromiso ciudadano. Entre los múltiples factores que moldean las actitudes públicas sobre la ayuda y el desarrollo global destacan, además de la cobertura informativa de los medios de comunicación o las prioridades políticas del gobierno, las prácticas comunicativas de las ONGD.

En España, las ONGD han liderado la sensibilización ciudadana sobre la pobreza global y sus causas, y han abogado por la movilización social para el cambio. Pero, junto a este esfuerzo de educación y concienciación ciudadana, las organizaciones también tienen como objetivos la captación de fondos y su posicionamiento como actores sociales con identidad propia. En un entorno crecientemente competido, algunas han optado por el viejo discurso de la caridad de “nosotros” —los donantes— y “ellos” —los agradecidos receptores—, reforzando los estereotipos dominantes en el público sobre la pobreza o fomentando percepciones erróneas sobre el papel de la ayuda en la solución de los problemas. Un discurso, en definitiva, que va en contra del cambio sistémico para acabar con las injusticias globales demandado por estas mismas organizaciones.

¿Cuál es, entonces, la alternativa? Si las organizaciones vinculadas a la cooperación, en particular las ONGD, quieren ser honestas con los objetivos que declaran perseguir deben comenzar por revisar sus modos de comunicar con el público y promover un nuevo discurso basado en las ideas de justicia e igualdad, que ponga de relieve las interdependencias globales y los enormes desafíos a los que todos nos enfrentamos. Es necesario buscar también un nuevo lenguaje que transmita esa responsabilidad compartida que se demanda, relegando términos como “ayuda”, que remiten a una transacción unilateral como único modo posible de implicación con la pobreza global, y que resultan contraproducentes y ya no son operativos.

Eliminar la pobreza requiere desafiar los sistemas, las relaciones y poderes que la perpetúan. Ese cambio de reglas no es posible sin la participación y transformación de las sociedades desarrolladas como la española. Aun cuando el desarrollo de los países del sur no descansa en las políticas de ayuda de los países del norte se necesita el apoyo público a una acción correctora de las asimetrías internacionales. Ello requiere una ciudadanía informada, crítica y activa que discuta y traslade sus preocupaciones al debate político y social. Estas acciones pueden abrir el espacio necesario a los profundos cambios económicos, sociales y medioambientales que se necesitan para abordar la pobreza y la injusticia social.

Gloria Angulo trabaja como consultora en el ámbito de la cooperación y las políticas de desarrollo, en particular, en las áreas de educación, género y opinión pública

Esta opinión ha sido recabada por Oxfam Intermón con motivo del 20 aniversario de la publicación del primer informe La realidad de la ayuda de la organización, así como de las movilizaciones en España por el 0,7 que reclamaban que los fondos destinados a países en desarrollo supusieran ese porcentaje del PIB.

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