José, 28 años, vendedor ambulante. Trabaja como comerciante en la zona del Palacio de los deportes, en la capital mexicana. "Ya tenía rato que no venía a una manifestación", comenta. Su labor, en las protestas, es vender el 'merchandising' específico que anime la expresión ciudadana en cada caso. Hoy reparte pañuelos por el módico precio de diez pesos, algo menos de un dolar.La proclama impresa sobre las telas: "Vivos se los llevaron, vivos los queremos". Y añade: "Vengo a la marcha porque no es justo que esté el país de esta forma por culpa de alguien tan lejano de ser el presidente que deseamos".SAÚL RUIZGuadalupe, 40 años, ama de casa. Esta madre de familia con dos hijos adolescentes y otra ya adulta porta un cartel con la fotografía de un cadáver. "Soy Julio César Mondragón, un rostro sin rostro", reza el texto que la acompaña. "La televisión miente, el Gobierno también". Asegura que sacó la imagen que muestra de internet. "No he perdido a ningún familiar pero es como si lo hubiera hecho", exclama cansada de tanto dolor.SAÚL RUIZLuis Enrique, 17 años, estudiante de bachilletaro. También activista del PRD, acude a la marcha con un grupo de jóvenes cercanos al principal partido de la izquierda en México. Su rostro y sus manos están manchados de sangre, escenificando la violencia ejercida sobre tantas víctimas en el país. "Queremos que el Gobierno no nos maneje, que no nos manipule, Queremos ser libres, solidarizarnos con el dolor de otras personas, que se haga justicia. Queremos que nos escuchen".SAÚL RUIZRafael, 72 años, mariachi. La plaza Garibaldi, epicentro de la música popular mexicana, quedó desierta en la tarde del jueves. Una marea humana que partía de Tlatelolco, barrió con sus cánticos la música de los mariachis. Rafael lleva 50 años trabajando sin horarios, tocando en grupo, a veces a dúo, a veces con otros seis compañeros, siempre en la misma plaza. "Según lo que quiera el cliente y el dinero que traiga", dice mientras observa el paso de la marcha. Sobre las protestas: "El Gobierno se está pasando. Debería educar a sus trabajadores, al Ejército, para que el pueblo esté en paz. Los ciudadanos debemos defender nuestros derechos". Quién sabe si la rabia colectiva dejará lugar para la música esta noche.SAÚL RUIZDora, 59 años, comerciante. Natural de Hidalgo, esta señora que prefiere ocultar medio rostro trabaja en la capital del país como vendedora de dulces. Apostada a un lado de la catedral y acompañada por su hermano, observa la llegada de la marcha al zócalo. "Como mujer me duelen los asesinatos. No tengo hijos, pero qué dolor tan grande. Si ya sin ellos lo siento, imagino que siendo madre sería horrible".SAÚL RUIZAureliano, 70 años, jubilado. Superviviente de la matanza en la plaza Tlatelolco, el 2 de octubre de 1968, este hombre trabajó toda su vida en el sector de la construcción. En su memoria, los acontecimientos de aquella fatídica jornada, uno de los episodios más sangrientos de la historia de México. Vestido con ropa deportiva, una gorro de lluvia y paraguas, su mensaje, pese a su tono reposado, es claro: "Fuera Peña".SAÚL RUIZLuz, 14 años, estudiante de secundaria. Alumna del Colegio Madrid, la joven cree que los recientes acontecimientos en Iguala (Guerrero) son una razón suficientemente buena para salir a "luchar y protestar" a las calles. "La culpa es de la corrupción, la avaricia y la pérdida de control de quienes ostentan el poder", asegura. Sobre una cartulina azul que muestra a cámara, esta muchacha que algún día será psicóloga reproduce la cita de John Berger: "No es que tengamos esperanza, sino que la albergamos".SAÚL RUIZLourdes, 58 años, madre de Carlos. "A tres años del asesinato de mi hijo, el 26 de octubre de 2011, sigo buscando justicia. Lo mataron cuando se dirigía a su casa, en el kilómetro 28 de la carretera a Cuernavaca. La Procuraduría General de la República lo vinculó con el narcotráfico para tapar su muerte. Todos los viernes acudo a la Fiscalía para exigir que se investigue, pero han tirado la toalla", explica esta mujer en la marcha por los 43 estudiantes de Ayotzinapa, acompañada únicamente por la foto de su hijo. "A sus 33 años, Carlos era taxista de la facultad de Filosofía de la UNAN, profesor de un colegio, pianista, carpintero, panadero y gente de bien", describe. "Voy a seguir luchando para que se haga justicia, seguiré la batalla hasta que me muera, y quizás después también, no lo sé", declara antes de romper a llorar.SAÚL RUIZ