Tres generaciones de desplazados
El conflicto de Irak deja a familias sin hogar ni raíces. Centenares de ellas viven en campos de refugiados sin tener claro su futuro
Vestida de pies a cabeza con una túnica blanca, la abuela Gharib, de 60 años, se sienta en un colchón estampado intentando escapar de los rayos de sol. Está descalza. Me cuenta que dejó sus zapatos —junto a su hogar, su familia y sus ahorros— en la ciudad de Rabia, en el noroeste de Irak.
La abuela Gharib, como muchos otros que hemos visto y apoyado desde que comenzó el conflicto, ha sido protagonista de numerosos desplazamientos este verano de 2014. Ella y su marido huyeron de la violencia que se extendía por su ciudad de origen, Rabia, buscando más seguridad en Sinjar. Sin embargo, la llegada a esta ciudad trajo consigo cambios inesperados.
El marido de Gharib, un hombre anciano que ya se encontraba mal antes de su salida, falleció. Lo enterraron en Khanke, lejos de su casa y de los seres queridos que la habían acompañado durante toda su vida. Poco después, Gharib pudo ser testigo del nacimiento de una nueva nieta, un bebé llamado Hyden. Esta nueva vida supuso un rayo de esperanza en medio de tiempos inciertos. Lo vemos cada día en campos de desplazados, en situaciones de conflicto, en catástrofes naturales: en estos contextos, también siguen naciendo niños a los que es vital proporcionar cuidados básicos.
Con el avance de los grupos armados en Sinjar, Gharib y Hyden tuvieron que marcharse a la ciudad de Zakho, en la provincia de Dohuk, en un viaje nocturno junto a otros 11 miembros de la familia que hicieron en un solo coche.
Hyden tiene ahora un mes de vida y es la quinta hija para sus padres. Su familia pertenece a la minoría yazidí, un grupo que está siendo el objetivo de los grupos armados que controlan las ciudades de Rabia y Sinjar. Son solo una de las más de 100 familias que se refugian en un colegio con instalaciones básicas, muy lejos de los hogares que dejaron atrás. Es desgarrador verlo de cerca. Y aun así tienen miedo de regresar a sus lugares de origen.
La familia se encuentra en un limbo. Cuentan que los miembros de la comunidad de Zakho les han dado una cálida bienvenida, incluso les han dado ropa para el bebé pero, aun así, no quieren quedarse. Me conmueve oír la solidaridad que se da entre los desplazados y estas comunidades.
Sus movimientos como familia están limitados porque todos los nacimientos deben estar registrados en su ciudad de origen. Si el nacimiento de Hyden no queda correctamente recogido en los archivos de las autoridades de Rabia, ella no podrá obtener un documento de identidad válido. Sin identificación, viajar se hace más complicado, incluso para los niños.
Esta familia tiene una conexión imborrable con el norte de Irak —aquí han enterrado a sus seres queridos y han visto nacer a una nueva generación—. Aunque familias como la de Gharib han atravesado enormes dificultades, continúan formando una parte esencial del heterogéneo tejido social de Irak.
Desde Unicef seguimos proporcionando protección, suministros y servicios a los niños que están padeciendo las consecuencias del conflicto en Irak, con especial atención a aquellos que están en áreas de difícil acceso y a minorías desatendidas.
Chelsea Cowan es técnica de comunicación de Unicef en Irak.
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