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Tribuna
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El ciclo de protesta catalán frente al español

Las movilizaciones pierden fuelle cuando divergen los que las convocan

Enrique Gil Calvo

La confesión de Pujol, y el consiguiente desprestigio del partido nacionalista que fundó, han creado la esperanza en Madrid de que por fin se desinfle el llamado suflé catalán. A lo cual también podría contribuir la creciente expectativa de recuperación económica, que restaría razones para la protesta popular. Pero desde Barcelona se tiende a rechazar ese empeño por atribuir la movilización catalana a la manipulación de las élites o al malestar económico. Por el contrario, como escribía en estas páginas Lluís Orriols hace pocos días, se señala que el proceso catalán del derecho a decidires una creación espontánea de la sociedad civil, organizada por movimientos sociales como ANC y surgida desde abajo como muestra irreversible de desafección política que ni está manipulada por las élites dirigentes ni tampoco cesará por mucho que mejoren las condiciones materiales. ¿Cuál de estas dos visiones es la más acertada? En el inicio del curso próximo podremos averiguarlo, a partir del éxito que alcance la Diada del 11-S y de la respuesta que se dé a la prohibición de la consulta del 9-N. Pero cualquiera que sea su resultado, bien podría ser que ambos enfoques tengan razón.

Aquí voy a presentar una descripción del llamado proceso catalán interpretado en los términos de la teoría del ciclo de protesta propuesta por Sidney Tarrow (Zona Abierta, número 56, páginas 53-75, 1991). Para este influyente discípulo del malogrado Chuck Tilly, las movilizaciones colectivas se concentran en el tiempo y en el espacio en torno a ciertos momentos de locura que representan la cúspide de un ciclo de protesta caracterizado por un inicio, una fase ascendente, un clímax y una fase descendente en la que el ciclo se agota a sí mismo. La evidencia que Tarrow estudió fue el ciclo italiano de 1968 a 1974 (desde el autunno caldo del 69 hasta los años de plomo de la violencia terrorista), pero su curso de desarrollo seguía una curva análoga a todos los ciclos semejantes que le precedieron, ya fuera que triunfasen (como la lucha por los derechos civiles de los afroamericanos en EE UU de 1955 a 1963) o que fracasaran (como el más célebre de todos: la Comuna de París).

Como primer intérprete de los ciclos de protesta, Tarrow cita al gran Hirschman, quien en su célebre obra Shifting Involvements destacó la alternancia pendular entre fases de ascenso de la movilización, en que los ciudadanos se comprometen con la protesta colectiva movidos por el desafecto y la indignación, así como por la esperanza de cambio y el entusiasmo de participar, seguidas de otras fases opuestas en que los ciudadanos abandonan su compromiso público decepcionados por la deriva de la movilización y se retiran hacia el refugio de la privacidad. Pero Tarrow observa con acierto que Hirschman entiende la decisión de participar en la protesta o retirarse de ella como una elección puramente personal, considerando el compromiso político como un resultado agregado de las decisiones individuales. Y frente a ello Tarrow propone entender los cambios de preferencias de los ciudadanos como resultado estratégico del juego interactivo entre los agentes movilizadores.

Tras el entusiasmo por participar se produce el regreso al refugio
de la privacidad

La fase ascendente del ciclo se inicia cuando surgen movimientos sociales que innovan nuevos repertorios de movilización, despertando y estimulando la propensión a participar de los ciudadanos. Conforme el ciclo progresa, aparecen nuevos agentes movilizadores que emulan a los pioneros y compiten con ellos tratando de captar nuevos sectores de ciudadanos mediante actuaciones (performances) más espectaculares, radicales y electrizantes. Así se llega a la cúspide del ciclo, un momento de locura en que se intensifica la concurrencia de múltiples empresarios políticos que compiten entre sí por ver quién demuestra mayor radicalismo movilizador. Y a partir de ahí se inicia la fase descendente del ciclo, pues los ciudadanos comienzan a retraerse y retirarse de la movilización no tanto desmotivados por el cansancio como sobre todo desbordados por el extremismo de la radicalización.

Ahora ya podemos aplicar este modelo al ciclo catalán de protesta, que contemplado así hay que entenderlo como asociado al concurrente ciclo español. El inicio de ambos ciclos hay que fecharlo en 2010, cuando coinciden en producirse dos acontecimientos precipitantes. Del 9 al 10 de mayo, el presidente Zapatero se cree obligado a plegarse a la voluntad de sus colegas europeos que le imponen un giro copernicano en su política de lucha contra la crisis, que pasa a invertirse bruscamente desde el estímulo keynesiano al ajuste neoliberal. Es el inicio del austericidio que abre el ciclo de protesta español. Y dos meses después se hace pública la sentencia del Tribunal Constitucional contra el nuevo Estatut catalán, convocándose al día siguiente (10-7-10) una gigantesca manifestación con el lema “Som una nació, nosaltres decidim”. Es el inicio del proceso por el derecho a decidir que abre el ciclo catalán. A partir de ahí se desarrolla la fase ascendente de ambos ciclos de protesta, el español contra el austericidio de Zapatero y Rajoy, y el catalán en pos de la consulta de autodeterminación. Ambos ciclos están coordinados, pero obsérvese que los catalanes participan en el ciclo de protesta español sumándose a todas sus movilizaciones, pero no a la inversa, pues no se dan movilizaciones españolas confluyentes con el ciclo catalán.

En el año 2011 la protesta se inaugura con el surgimiento del movimiento de los indignados, que a partir del 15-M ocupa las plazas mayores de todas las capitales españolas con Madrid y Barcelona a la cabeza. En el año 2012 las movilizaciones alcanzan su máxima expresión como respuesta a los severos recortes y reformas que impone Rajoy, destacando las mareas blanca y verde y los escraches de la PAH, así como la gran manifestación de la Diada catalana que aconsejó al president Mas encabezar el proceso secesionista. Finalmente, el ciclo de protesta alcanza su clímax en 2014, cuando la candidatura Podemos supone la gran sorpresa de las elecciones europeas reclamando un nuevo proceso constituyente, mientras la movilización catalana se dispone a conmemorar el tricentenario de la caída de Barcelona con la V de la victoria como más ingente manifestación de su historia. Y a partir de aquí es cuando cabe esperar que se inicie la fase descendente, y ello por dos tipos de argumentos extraídos del modelo de Tarrow.

La competencia por la misma base electoral obliga a los partidos
a radicalizarse

Ante todo porque si hasta ahora los movimientos sociales impulsores del ciclo de protesta catalán y español han podido cooperar entre sí puesto que tenían objetivos comunes, multiplicando sus fuerzas para impulsar la fase ascendente del ciclo, parece sin embargo llegado el momento en que comenzarán a divergir entre sí, compitiendo por la participación de la misma base social de seguidores, pues en las próximas elecciones municipales los votantes catalanes tendrán que elegir entre ERC o las CUP, que reclaman un proceso secesionista, frente a Podemos y Guanyem Barcelona, que reclaman un proceso constituyente. Una divergencia de intereses que les hará dividir sus fuerzas neutralizándose mutuamente. Y además, la competencia entre ambos por el favor de los electores se traducirá en demostrar quién exhibe mayor capacidad de radicalización: los soberanistas amenazarán con proclamar la independencia unilateral mientras los indignados pretenderán desbordar la legalidad vigente mediante la desobediencia civil. Una radicalización que, según previene Tarrow, acabará por inhibir a muchos de sus seguidores, impulsándoles a evadirse de un compromiso político que antes parecía prometedor, pero que al final se revela nihilista.

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