La salud llega en moto al África profunda
Riders for Health es una organización que usa pequeñas motos para dotar de asistencia sanitaria a zonas rurales en África
Viajar en moto por África me ha permitido ver muchos países en poco tiempo, pero lo cierto es que ninguno en profundidad. Sin embargo, tras muchos kilómetros por zonas rurales con problemas similares, tengo una idea clara: si hay esperanza en África, pasa porque los propios africanos saquen adelante sus países. De esto quiero hablar hoy.
Riders for Health nació a finales de los años ochenta gracias a la iniciativa de Andrea Coleman, la viuda del último irlandés en ganar un GP, Tom Herron, fallecido en 1979. Varios pilotos profesionales, como Randy Mamola y Kevin Schwantz, avalaron el proyecto. La idea era sencilla y original: utilizar pequeñas motocicletas para dotar de asistencia sanitaria a zonas rurales en África generalmente aisladas por las malas infraestructuras y que condenan a su población a vivir sin atención médica. Hoy en día gestionan 1.300 vehículos en siete países africanos —Lesoto, Kenia, Gambia, Zambia, Zimbabwe, Malawi y Nigeria— para atender a unos 12 millones de personas. En Lesoto comenzaron su actividad a principios de los noventa.
Mahali Hlasa es su directora desde 1991 y, previamente, fue una de las primeras conductoras formadas en Lesoto. En su pequeño despacho de Maseru, la capital del país, se respira austeridad y dedicación. Una mesa sencilla con trabajo acumulado, una hilera de cajas apiladas y una pared con un par de archivadores y varios recortes de periódico colgados. Orgullosa, muestra una hoja de periódico descolorida en la que se la ve sobre su moto acompañada de Mamola y Schwantz.
Mahali tiene a su cargo más de 30 personas directamente y otras tantas de forma indirecta. Es una mujer atareada y con un cargo de responsabilidad, pero no se inmuta cuando un desconocido llama a su puerta sin cita previa para solicitar una entrevista. Ni siquiera me pide que me identifique.
Después de dos horas charlando, Mahali me invita a que la acompañe a uno de los equipos para ver el trabajo de campo. Desde primera hora de la mañana acompaño a un equipo de tres trabajadores liderado por Mamochaka, una de las muchas mujeres que trabajan en Riders. Hemos visitado un par de centros médicos, financiados por la organización, donde los pacientes acuden para ser examinados y, si es preciso, para que se les extraiga sangre u orina. Los moteros recogen esas muestras y las llevan a los hospitales, donde son analizadas.
También visitamos a varios pacientes que viven en zonas muy aisladas para controlar que están siguiendo el tratamiento. Pero estas no son las únicas tareas del equipo. Junto a una pequeña tienda de alimentación detenemos nuestras motos.
Mamochaka se coloca un pañuelo en la cabeza después de quitarse el casco y arreglarse el pelo. Sus dos compañeros de trabajo son hombres, pero el liderazgo de la expedición es suyo. Entramos en la tienda. El propietario es chino y apenas habla basutu o inglés, pero tiene un empleado local con pinta de matón que le protege y se encarga de las relaciones públicas cuando hace falta. Pocas veces.
Un silencio incómodo flota sobre el interior de la tienda. Mamochaka y sus dos compañeros caminan por los pasillos examinando estanterías. Buscan productos caducados o latas en mal estado que puedan ser nocivas para la salud del consumidor. El chino está nervioso; cualquier mercancía que le confisquen supone una pérdida y puede incluso quedarse sin la tienda, todo depende del riesgo que haya corrido. Esta vez solo han encontrado una partida de guisantes enlatados que ha de ser retirada del mercado.
Seguimos avanzando entre montañas, por pistas complicadas de tierra, arena y, a veces, barro. Riders for Health forma a sus pilotos para que sean capaces de desenvolverse en todo tipo de terrenos. Lesoto es un país muy montañoso y estas pequeñas motocicletas pueden llegar donde ni los todoterreno son capaces. Además, tienen un coste 10 veces menor.
Paramos en una aldea. Mamochaka señala un río lejano. “¿Ves ese río? Esa es el agua que bebe la gente de esta aldea”, dice. En el África rural la mujer invierte muchas horas en recoger agua. Son necesarios varios viajes al día, todos los días, todos los años, toda una vida. Riders for Health les suministra unos filtros para que al menos esa agua sea potable. El mayor reto es que los usen, que entiendan que filtrar el agua no es cosa de un mundo moderno y lejano, sino parte del derecho a una vida digna.
En el África urbana hace tiempo que llegó el progreso, desordenado y desigual pero imparable; una bola que se va haciendo cada vez mayor alimentada por los muchos recursos y la falta de oportunidades para la mayoría de sus ciudadanos. Algún día explotará, o no, pero ya no hay quien la pare.
Ajena a todo esto está el África rural, olvidada por sus gobiernos, aislada por las pésimas infraestructuras y anclada en un pasado tribal que sigue muy arraigado en su cultura. Eso sí, con televisiones que muestran un mundo opuesto y atractivo, móviles con cámara y vendedores de cupones de saldo en cada esquina.
Llevo años cooperando en África, aunque no soy experto. He visto muchas desigualdades y carencias, pero también valores que nosotros hace tiempo perdimos. He observado cooperantes haciendo un gran trabajo y proyectos que deberían haber quedado archivados en un cajón. A veces es esperanzador y, otras, desalentador.
Me atrevería a decir, pese a todo, que el trabajo de Riders for Health tiene sentido. Su principal objetivo es mejorar la sanidad, aunque también se preocupan por la calidad del agua y por la educación. El equipo es íntegramente local y eso acerca el mensaje a la población rural, que no ve a un occidental inculcando hábitos tan diferentes a sus costumbres. La organización es austera y, después de varios años de trabajo, ha conseguido financiarse principalmente a través del Ministerio de Sanidad.
Y quizá una de las claves es el peso de la mujer dentro de su equipo. El África rural subsiste gracias a ella aunque lamentablemente su trabajo no esté reconocido. Es la que acarrea agua, la que cocina, la que se preocupa de la educación de los hijos y la que se sienta en la carretera a vender lo poco que produce. Que su interlocutora sea otra mujer es esencial para que el mensaje llegue.
(*) Charly Sinewan nos contará aquí a partir de hoy algunas de sus experiencias en este periplo personal y mundial. Para seguirle y contactar con él basta seguir www.sinewan.com
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