Lo que se nos ha perdido en Indonesia
Parte de nuestro futuro se juega con el futuro de todos, asiáticos e indonesios incluidos
El miércoles hubo elecciones presidenciales, en las que se enfrentaron el candidato reformista Joko Widodo, llamado Jokowi, y el del establishment conservador, heredero de la dictadura de Suharto, el exgeneral Prabowo Subianto. Ambos reivindican la victoria, pero hasta el 22 de julio no se conocerán los resultados oficiales. Indonesia es un país de 237 millones de habitantes, de los que 150 millones estaban convocados a las urnas, dispersos en más de 13.000 islas. Si no es sencillo votar en condiciones democráticas, menos lo es hacer el recuento en un territorio tan fragmentado. Para complicar más las cosas, el resultado final puede ser tan ajustado como para que el derrotado lleve su impugnación al Tribunal Constitucional para que desempate.
Queda lejos de nosotros lo que ocurre en el continente más poblado, más rico y con más futuro. Los europeos estamos tan atados a nuestro pasado que nos da vértigo asomarnos al continente del siglo XXI. Allí han celebrado este año elecciones presidenciales dos de las tres democracias más pobladas, primero India y ahora Indonesia, pero nuestra atención está en otra parte, cerca de nuestros ombligos, sin darnos cuenta de que parte de lo que sucede aquí se explica por lo que sucede allí y parte de nuestro futuro se juega con el futuro de todos, asiáticos e indonesios incluidos.
Democracia e islam andan sincronizados en el otro extremo del mundo
Eso sin olvidar que, en dimensiones demográficas, es la tercera democracia del mundo. Y el primer país musulmán del planeta. Sí, democracia e islam andan sincronizados en el otro extremo del mundo cuando en nuestro vecindario van a la greña y parecen incompatibles. El islam suní es la religión mayoritaria de un país plural en todo: religiones, etnias y lenguas. El califato terrorista de Mosul también mira en aquella dirección con ojos golosos, porque no faltan allí los reflejos sectarios que tanto les interesan. Los partidarios de Subianto se han dedicado a insinuar que Jokowi oculta que es chino, cristiano y comunista, etiquetas letales en los momentos más trágicos de la historia de Indonesia.
Indonesia es también un país emergente y la décima economía del mundo. Le falta culminar su transición iniciada en 1998 con la caída del dictador Suharto, suegro por cierto del candidato Subianto. Esta es la tercera elección presidencial directa celebrada en condiciones perfectamente aceptables, de forma que una victoria de Jokowi sería un paso decisivo en su asentamiento, y la de Subianto, un paso atrás bien claro. Los españoles descontentos con nuestra Transición deberían ver The act of killing (El acto de matar), el filme en el que el director Joshua Oppenheimer retrata todo lo que significa Subianto, candidato de una derecha que todavía reivindica sus méritos en la Guerra Fría, cuando más de medio millón de indonesios, muchos por pertenecer a la etnia china, murieron tras el golpe de Estado encabezado por Suharto.
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