Bajo el fuego: una semana en Sudán del Sur
El testimonio de la trabajadora de UNICEF: "Es el peor desastre humanitario que he experimentado. Es difícil imaginar lo terrible que es. Y las mujeres y los niños son los que más están sufriendo"
Nunca imaginé, cuando empecé a trabajar con UNICEF como oficial de protección de la infancia, que enterrar cadáveres de niños fuera a ser parte de mi tarea. Lamentablemente, en Malakal, en Sudán del Sur, la semana pasada, ayudé a enterrar a los muertos después de la violencia devastadora que sacudió la ciudad y penetró incluso en el complejo de la Misión de Naciones Unidas en Sudán del Sur (UNMISS) donde los civiles se habían refugiado.
Yo había llegado de la capital, Juba, el viernes 14 de febrero, compartiendo el sentimiento de optimismo entre mis compañeros de UNICEF y de otras organizaciones sobre lo que podíamos lograr para los niños y las familias desplazadas que viven en el espacio de Protección de los Civiles (PoC) de UNMISS y en los campos de desplazados cercanos.
Mi misión era colaborar con los trabajadores sociales para identificar a los menores no acompañados de entre los desplazados por la crisis que azotó al país en diciembre del año pasado, con el fin de ayudar a localizar a sus familias y asegurar cuidados de acogida para ellos. También nos estábamos preparando para crear espacios amigos de la infancia para que los niños estén seguros y puedan jugar. Nos sentíamos optimistas y teníamos un plan.
Eso fue el lunes. El martes, todo había cambiado.
Poco después de despertarme en mi tienda de campaña, la quietud de la mañana quedó destruida por los disparos. Los rumores que habían estado circulando sobre un posible ataque de la oposición a las fuerzas del Gobierno en Malakal, resultó ser cierto.
Corrimos hacia el búnker para protegernos de las balas perdidas, pero se estaba llenando rápidamente con las familias de la zona de PoC. Así que nos acurrucamos fuera esperando salvarnos. El tiroteo fue intenso y nos pareció que duraba horas. Si hubiera habido bombardeos cerca, pensamos que era probable que nos mataran.
La tensión en el campamento era alta y la lucha pronto estalló entre algunos de los hombres desplazados de diferentes grupos étnicos de la zona de PoC. Algunos utilizaban bloques de cemento y barras de metal como armas. Fue terrible.
Al caer la noche, todavía no había un lugar seguro. Nuestras tiendas de campaña no nos protegían de los proyectiles o las balas. Dormimos lo que pudimos y el miércoles por la mañana, nos despertamos de nuevo oyendo disparos fuera y peleas entre la población desplazada dentro del PoC.
Al final del segundo día del asalto, había 17 cadáveres en el interior del PoC, entre ellos, dos niños que habían muerto por causas naturales. No podíamos dejar los cadáveres sin sepultar y a la mañana siguiente me ofrecí para ayudar al personal de UNMISS a enterrarlos en el exterior del PoC. Mientras trabajábamos, vimos a niños de unos 10 años llevando armas de fuego. Estos niños soldados, sin duda habían sido testigos de la matanza brutal, o incluso habían muerto.
Ese mismo jueves, más tarde, las fuerzas de paz que patrullan más allá del PoC y la ciudad de Malakal, informaron haber visto incontables cadáveres, incluidos niños. Había cadáveres en el Nilo, donde las mujeres estaban recogiendo agua. Dijeron que algunas mujeres habían denunciado haber sido violadas.
A medida que se prolongaban los enfrentamientos en Malakal, comenzamos a quedarnos sin comida y agua. Algunos trabajadores humanitarios y mujeres que viven en el PoC arriesgaron sus vidas para coger agua del Nilo para las familias desplazadas del campamento.
El viernes, el tiroteo había disminuido y fuimos capaces de volver al trabajo. Traje agua y sales de rehidratación oral para los niños. Comenzamos a identificar a los niños no acompañados para mantenerlos a salvo, y a las víctimas de violaciones para iniciar los servicios de apoyo, incluyendo la provisión de la atención médica por parte de nuestros aliados. La adrenalina y un increíble espíritu de equipo nos hicieron seguir adelante en medio de estos terribles acontecimientos. Sabíamos que teníamos que seguir apoyando y protegiendo a los niños y familias que nos necesitan.
El domingo se autorizó finalmente un vuelo para ir a Malakal y yo pude volver a Juba. Hubiera querido quedarme, pero al mismo tiempo sabía que estaba al límite de mis fuerzas. Algunos amigos y colegas vinieron al aeropuerto de Juba cuando llegó el vuelo, y fue difícil contener las lágrimas cuando los vi.
He trabajado en Afganistán, en Sri Lanka durante el conflicto de 2009, en Zimbabwe y en China tras el terremoto de Sichuan de 2008, pero éste es el peor desastre humanitario que he experimentado. Es difícil imaginar lo terrible que es. Y, por supuesto, las mujeres y los niños son los que más están sufriendo.
La reciente devastación nos hizo perder semanas o incluso meses de trabajo en mantener seguros a las mujeres y a los niños de Malakal, y me preocupa que los combates se interpongan en nuestro trabajo por los niños.
Las necesidades en Malakal ahora son aún mayores. Tenemos que reunir a las familias que han sido separadas, identificar a los niños no acompañados para mantenerlos a salvo, y asegurar que las familias desplazadas tienen acceso a agua potable y atención médica. Tenemos que trabajar para que todo esté preparado antes de las inundaciones que la temporada de lluvias traerán en sólo seis semanas. Y tenemos que investigar las violaciones graves que se han hecho contra los derechos de los niños para que pueda haber alguna esperanza en la justicia y la reconciliación en el futuro. Es triste, es traumático y es peligroso. Pero junto con mis compañeros de UNICEF, estoy decidida a volver y pasar por ello, por los niños de Malakal, por los niños de Sudán del Sur.
Masumi Yamashina es especialista en Protección de la Infancia en UNICEF Sudán del Sur. A principios de esta semana, Masumi se marchó de Malakal, en el estado del Alto Nilo, donde ella y otros miembros del personal habían sido atrapados durante casi una semana en medio de la lucha feroz por el control de la ciudad. El espacio de Protección de los Civiles (PoC) en el complejo de la Misión de Naciones Unidas en Sudán del Sur (UNMISS, por sus siglas en inglés), donde Masumi y sus colegas de UNICEF se alojaban, también fue refugio para más de 20.000 personas que habían sido desplazadas por los combates que estallaron en diciembre del año pasado, desatando una crisis en el país más joven del mundo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.