¡Dios bendiga tu estilo!
La Corona española ha caído como algo divertido en Caracas, donde la noticia seria es la muerte de tres estudiantes en una manifestación que terminó violenta
Observando el polémico vídeo de la declaración de la Infanta, emitido a través del portal Wouzee, asombra que dentro de la sala estuviera tan presente el ruido exterior, es decir, la algarabía y manifestación fuera del juzgado, con sus desordenados pitidos y consignas contrarias a la Infanta y a la institución que representa. Mientras Cristina de Borbón mantiene una capacidad de concentración importante, no se le mueve ni un pelo de su borbónica melena, ante el vendaval de las muy ordenadas preguntas del juez Castro, da mucha tristeza que sus respuestas sean tan escuetas y repetitivas. Señor Roca, por más que usted intente convencernos, colaboradora, lo que se dice colaboradora, no se la ve. Una cosa es cierta, lo que sí se oye es ese ruido que se cuela desde la calle. Porque al final todo es ruido. Y poco más.
Algún día, cuando la historia repase este capítulo de Aizoon, se verá que en la declaración de la Infanta lo que menos pesa es la declaración. Si antes fue adivinar cómo sería el paseíllo, ahora es quién grabó y por qué se emitió este vídeo desde una empresa, Wouzee, cuyo director es Marcial Cuquerella, hermano de Julita y Olga, que son tanto amigas de los Urdangarin como empleadas de los duques de Palma. ¡Todo vuelve a quedar en familia! ¡Es un poco como si Aizoon y Wouzee pudieran ser los nombres de esas simpáticas muñequitas bailarinas que aparecen entre los emoticonos del WhatsApp! Dos empresas amigas que bailan burlonas delante de todos nosotros.
Desde el principio del caso Nóos, Julita Cuquerella cuenta con una legión de fans, por su manera de decir las cosas al bies, una fugaz disposición a hablar con la prensa y sus apuntes en los mails que enviaba a otros implicados en el caso. Debe de fastidiarle mucho que su hermano vuelva a colocarla bajo la mirada del juez Castro, pero Julita habrá tomado buena nota de la declaración de la Infanta y puede asegurar que ella tampoco sabía en qué se ocupaba su hermano. Un hermano es similar a un marido. Y seas hermana o esposa, haciéndote la tonta pasas a ser una chica del montón como Cristina de Borbón.
En Venezuela, donde estoy esta semana, se ha hablado mucho de la Infanta. Pero lo que de verdad gusta aquí es el sentido del humor de los españoles. “Les he reenviado a mis amigos el fotomontaje de la Infanta haciendo el paseíllo como si estuviera en un desfile de Victoria’s Secret”, confiesa un barcelonés empleado en un gran banco español. Sin quererlo, la Corona española ha caído como algo divertido en una ciudad donde la noticia seria ha sido la muerte de tres estudiantes durante una manifestación que arrancó pacífica y terminó violenta. El 12 de febrero es el Día de la Juventud en la nación petrolífera y la marcha anhelaba conseguir la libertad para tres universitarios presos en el oeste del país por protestas contrarias al Gobierno de Nicolás Maduro. La del miércoles pasado la viví en primera persona, bañados por la brillante luz de Caracas en febrero. “Es una luz infinita, que te hace enamorarte si no lo estás y también si lo estás”, comentan con tono emocional en la radio. Los expertos en las marchas explican el recorrido e igualmente el nivel de protección solar que es imprescindible aplicar sobre brazos, cuello, cara y, sobre todo, nuca. En fila, aguardan su momento de incorporarse a las esquinas clave los vendedores de botellines de agua fría. Mientras, en el metro de la ciudad, los vagones son como un cóctel a medio camino entre una quedada estudiantil y un concierto de rock. “Porque el buen rollo es fundamental en la manifestación”, me aclaran unos jóvenes. El 70% de la población venezolana tiene menos de 30 años. En medio de esa buena onda y antes de que las balas nos hagan correr, una mujer morena, 100% curvas, vestida con la ropa blanca asociada a las santeras, se acerca para decirme: “Dios bendiga tu estilo, mi amor”.
Con otro “mi amor”, mi padre me invita a acompañarle a hacer su compra diaria. En efecto, hay estanterías semivacías, filas larguísimas de clientes en la zona de embutidos para comprar mortadelas enteras y quesos transgénicos. Familias reparten estratégicamente a sus miembros en distintas zonas del establecimiento para hacerse con rollos de papel higiénico o servilletas. Y latas de aceite de maíz (el más habitual en el país), harina y salsa de tomate. Lo hacen empujando carritos de la compra asombrosamente grandes, a escala americana. Las filas para pagar, a escala soviética, prolongan la compra una hora más. El presidente Maduro ha pedido a sus ciudadanos que cambien sus hábitos alimenticios. “Pero él no baja de peso ni un gramo”, exclama una entrenada compradora.
Entrenando en el gimnasio de moda, una socialite local, pero muy internacional, enganchada a la serie de Telecinco El príncipe, habla resoplando mientras practicamos un durísimo entrenamiento de synergie, una técnica inspirada en la que utilizaban los marines, intensa en flexiones, sentadillas y ejercicios encadenados empleando tu cuerpo como herramienta extrema. Otra singularidad venezolana: mientras los estudiantes corren en marchas pacíficas, hay privilegiados que se entrenan para fortalecerse. Con o sin bendición, el estilo cuesta más que una declaración.
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