En el territorio donde la información se paga con la vida
Miles de periodistas se la juegan por ejercer la profesión Los asesinatos, secuestros y la cárcel son una amenaza muy real en muchos países del mundo
Alberto Arce (Gijón, 1976) no sale de su casa si no es para “reportear”. Este periodista, corresponsal de Associated Press en Honduras, toma ciertas precauciones para que no le peguen un tiro por la espalda en cualquier semáforo. El país centroamericano está en el puesto 127 de 179 en la clasificación mundial de la Libertad de Prensa de Reporteros Sin Fronteras, cuyo informe de 2013 presentado este jueves revela que allí tres informadores fueron asesinados en el ejercicio de su profesión ese año. Arce lleva su propia cuenta: “Desde que estoy aquí he visto seis o siete compañeros muertos. Desde hace cuatro años suman 36”. Pero no cree que su oficio sea más peligroso que otros: “Lo es simplemente estar aquí. Hay muchos más taxistas asesinados que reporteros. Eso sí, la situación de violencia e impunidad hace que los periodistas se autocensuren”. Sobre el papel existe libertad de prensa, en la práctica, no tanto.
El riesgo de ser asesinado, secuestrado, sufrir amenazas, la censura o ir a la cárcel por informar es una realidad diaria para miles de reporteros en el mundo. El informe de RSF 2013 da buena cuenta de ello con 75 profesionales asesinados, 87 secuestrados y 177 encarcelados el año pasado. El peligro no es solo para ellos, sino también para la libertad de prensa, sin la que la democracia no es posible. Así lo cree Arce y muchos otros del gremio que, lejos de querer ser calificados como héroes, ven el peligro muy de cerca.
Kossi Simeón Atchakpa, periodista de Togo, sintió el riesgo inminente de ser asesinado. En 2008, después de recibir numerosas amenazas de muerte por mensajes en su móvil y llamadas telefónicas, decidió huir de su país y asilarse en España. ¿Su delito? “Publiqué dos artículos sobre la muerte de Kokouvi Atsutsè Agbobli, que era director de la revista Afric’Hebdo (donde yo trabajaba como redactor). En el primero, cuestionaba la credibilidad de la versión oficial sobre su muerte súbita y enigmática, que decía que se había suicidado ahogándose. En el segundo, solicitaba una investigación internacional independiente”, recuerda.
Pese a que han pasado 6 años de aquello, Atchakpa dice que todavía prefiere no acordarse de todo lo que sucedió tras la publicación de aquellas informaciones. “El temor no se ha pasado del todo. Todavía hay dentro de mí una cierta preocupación”, asegura. “Piensa en tu vida y la de tu familia en vez de meterte en asuntos que no son tuyos”, decía uno de los mensajes que recibió. “Estaba claro que no solo yo estaba en peligro”. Como sucede en Honduras, este periodista cree que hay “una falsa libertad de prensa”, dado a que en 2004 se eliminaron los delitos de prensa de Código Penal. Pero en la práctica, dice Atchakpa, las multas y las amenazas son habituales.
Ahora, en España, se enfrenta a las dificultades (menores comparadas con lo vivido) de cualquier profesional en el país. Una vez dominado el idioma, la situación del mercado laboral le ha abocado a la inactividad. “Ya llegará el momento de volver al periodismo”, dice, no obstante, esperanzado. E incluso espera reencontrarse con su tierra en el futuro. “Costará tiempo y energía, pero al final habrá libertad de prensa y expresión. Lo que importa es seguir luchando por ello y creer en la posibilidad de alcanzarlo”, opina.
En todos los continentes hay puntos negros para la libertad de prensa, pero en África se encuentran muchos de ellos, destacando Somalia, el segundo país más peligroso –después de Siria– donde ejercerlo, según Reporteros Sin Fronteras. “En cuanto a la situación en África en general, hay quienes piensan que las cosas están cambiando. Pero no veo ninguna otra profesión que pueda resultar más peligrosa”, afirma tajante Atchakpa. “Hay que ser muy valiente para dedicarse a esto en algunos países”, añade.
También en Asia hay grandes manchas oscuras en el mapa anual de Reporteros Sin Fronteras. “La verdad es que sorprende que la segunda potencia mundial esté teñida de negro, sobre todo porque los líderes chinos hablan a menudo de la continua apertura del país. Puede ser cierta en el plano económico, pero en el informativo no lo es. Y a este respecto hay que hacer una diferenciación muy clara entre medios de comunicación extranjeros y locales. Sin duda, los últimos son los que sufren mayor nivel de censura”, explica Zigor Aldama, colaborador de EL PAÍS en Shangái (China).
“Todo lo que atente contra el sistema totalitario del régimen está prohibido. Sobre todo aquellas informaciones que el Gobierno crea que pueden provocar un malestar social contra el Partido Comunista. Por eso, los periodistas chinos que realmente quieren hacer su trabajo, lo tienen difícil. Y hay varios casos de profesionales que han sido destituidos o encarcelados por no seguir la doctrina impuesta”, abunda el reportero. Esta situación es la que coloca al país a la cola de la clasificación mundial de Libertad de Prensa de RSF, en el puesto 173 de 179. La organización califica a China como “la mayor cárcel de periodistas del mundo”, con 30 informadores y 70 internautas encarcelados.
Los corresponsales también se enfrentan a ciertas de dificultades. “Hay zonas a las que no podemos acceder de forma independiente -como Tíbet-, y temas en los que podemos encontrarnos con grandes dificultades, incluso amenazas verbales y físicas”, relata Aldama. En su caso, le ha ocurrido dos veces que le hayan echado del lugar, mientras cubría sendas protestas. “Luego está la presión que el Gobierno ejerce cada vez que hay que renovar la tarjeta de prensa. Ese trámite suele ir precedido de una visita a la oficina del Ministerio de Asuntos Exteriores en la que pueden hacer un repaso de las informaciones que no han gustado”, detalla el periodista. En esos momentos, Aldama asegura que simplemente, se encoje de hombros.
Pero la gran barrera en China no está en la burocrática, sino en Internet. “La Gran Muralla Cibernética es un peñazo, porque nos obliga a utilizar software VPN, que crea una red virtual, para derribarla y acceder libremente a la Red”, explica Aldama. “Y luego está la posibilidad de que nos espíen, claro. Como muchos otros, yo he recibido esos avisos de Google en los que dice "que elementos patrocinados por gobiernos han tratado de acceder a su cuenta", o algo así”, añade. Esto, en definitiva, no solo pone en riesgo al periodista sino también a sus fuentes. “Son siempre las más vulnerables. Al fin y al cabo, a nosotros como mucho nos pueden echar del país, como acaban de hacer con un periodista del New York Times, pero a los locales que trabajan con nosotros o que nos dan información les pueden pasar cosas mucho peores. Esa, sin duda, es una gran presión a la hora de informar”, asegura el reportero que reside en Shanghái.
También Arce reconoce que la peor parte de las presiones y amenazas en Honduras se las llevan los reporteros locales. Los tres actores de la violencia son, indica, las fuerzas de seguridad del Estado, las pandillas y las redes del narcotráfico. Por eso, él trabaja con un protocolo de seguridad y en alguna ocasión la agencia para la que trabaja tuvo que tomar medidas adicionales en este sentido. Arce considera que al menos él tiene ese soporte. “Yo siempre tengo un pasaporte para salir del país, los locales no”, resuelve. “Sin ellos, los corresponsales no llegaríamos a doblar una esquina. Pero siempre los dejamos atrás y luego los premios nos los llevamos nosotros”, lamenta.
Los premios le han llegado a Ricardo González, periodista cubano, en el exilio. Y lo que dejó atrás fue su tierra. Él prefiere llamarse “desterrado”. “No puedo regresar a mi país”, aclara. Salió de Cuba en 2010, después de pasar siete años en la cárcel. Su condena era de 20, aunque inicialmente se pedía para él cadena perpetua por actividades contra la independencia y territorialidad de la nación. “Se supone que con mi labor fomentaba una intervención extranjera”, explica.
La mediación de la Iglesia Católica le trajo a España. Tras su llegada escribía numerosas colaboraciones en medios internacionales sobre la falta de libertad de prensa en su país. “Pero el eco de la situación se va apagando, cada vez somos menos noticia. Por eso he encendido el candelabro de la literatura”. González, reconvertido en escritor, ya ha publicado dos novelas para jóvenes.
Mientras unos se ven forzados salir por la puerta de atrás de sus países; otros van allí donde estallan los conflictos para contarlos. Los reporteros de guerra siempre han estado en el ojo del huracán. “No es nuevo que estemos en riesgo pero la cosa ha empeorado mucho. Antes, en las guerras convencionales entre Estados sabías quién era cada parte. Ahora, las guerras asimétricas son más peligrosas por la confusión de los actores. Además, una de las prácticas es el terrorismo y te puede pillar en cualquier momento, sobre todo porque vamos empotrados con unos o con otros. Estás siempre con militares y eso aumenta las posibilidades de sufrir un ataque”, afirma la periodista freelance Mayte Carrasco que ha cubierto los puntos calientes del mundo en los últimos años, Malí, Siria, Libia, Egipto, Afganistán o la guerra de Georgia.
Para ella, Siria ha sido sin duda el lugar más inseguro en el que ha trabajado. “Allí he sentido pánico, viendo gente muriéndose a mi alrededor”, relata. Pero Carrasco no titubea: “Tengo muy claro por qué voy. Porque es necesario comprobar por ti mismo lo que sucede y contarlo”.
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