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PUNTO DE OBSERVACIÓN
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dejando aparte el 26% de inflación, todo va bien

El empleo parece formar parte del lenguaje económico como un elemento desconectado

Soledad Gallego-Díaz

Muchos políticos y economistas comienzan sus discursos o su participación en debates con una frase asombrosa: “Dejando aparte el capítulo del empleo, que es muy grave, la economía española…”. ¿Dejando aparte? Ninguno de ellos, seguramente, se hubiera atrevido a decir en público, por ejemplo, “dejando aparte la inflación, que es del 26%...”. El empleo parece formar parte del lenguaje económico como un elemento desconectado, que va a su aire, o, todo lo más, como una especie de “efecto lateral”. Por supuesto, no es un lenguaje inocente. Forma parte de la corriente principal del mensaje ortodoxo que ha vuelto con toda su fuerza tras el repliegue que sufrió en los primeros años de la gran crisis.

Para los ciudadanos, este debería ser un asunto primordial. El comisario de Asuntos Económicos, Olli Rehn, por ejemplo, es un formidable experto en ese tipo de argumentos: “El desempleo en España es inaceptable. Totalmente inaceptable”, nos ilustra cada poco, como si los españoles estuviéramos convencidos de lo contrario. Lo extraordinario es que una vez constatado que no se puede admitir, aprobar ni aceptar semejante nivel de paro, prosigue tranquilamente con los mismos argumentos e ideas que han provocado ese nivel de desempleo. Hasta hace relativamente pocas décadas, el debate se hubiera planteado de otra manera. El discurso hubiera empezado con una idea diferente: un nivel de paro del 26% y un paro juvenil del 55% es intolerable, y porque ese sufrimiento es inaceptable porque es inmoral (una palabra que hoy se escucha como si fuera una soberana estupidez que se les ocurre a buenistas tontorrones) se van a plantear las estrategias prioritarias para corregirlo.

El presidente Rajoy es un alumno aventajado de Olli Rehn (¿o acaso su profesor?). Habla primero de lo que cree importante y luego añade humildemente: “Por supuesto que estamos insatisfechos con el nivel de empleo”. Se percibe inmediatamente su actitud benevolente. Pero la cuestión debería ser otra. Necesitamos una evaluación independiente y rápida de los efectos de la reforma laboral en vigor. Necesitamos saber qué efectos está teniendo realmente y qué consecuencias va a tener a corto, medio y largo plazo. Necesitamos que se identifiquen sus fortalezas y se corrijan sus errores o debilidades. Es imprescindible que ese análisis se haga pronto y que sus resultados sean públicos, de forma que no solo más expertos puedan participar en ese debate, sino que los ciudadanos dispongamos también de información suficiente sobre lo que está ocurriendo y qué podemos esperar.

No hay mecanismos para evaluar los resultados de las políticas públicas, y eso es muy peligroso

De hecho, necesitamos evaluación de todas las políticas públicas. Una de las características más inquietantes, y peligrosa, de la política gubernamental española, hoy y ayer, es que no existen mecanismos establecidos, contrastados y eficaces capaces de evaluar qué resultados ofrecen las políticas que se ponen en marcha. La decisión de privatizar la gestión de un número importante de hospitales madrileños, por ejemplo, se ha tomado sin establecer los mecanismos “ante, durante y pos”, como dicen los ingleses, que reunirían toda la información que se genere y que evaluaran la asignación de recursos y los resultados, parciales y totales, que se fueran alcanzando.

Lo mismo sucede, en un plano todavía más arriesgado, con la reforma laboral. Poco a poco, algunos especialistas van analizando los datos que proporciona el Instituto Nacional de Estadística y sacan algunas conclusiones, pero debería ser el propio Ministerio de Trabajo el que encargara esa labor a un grupo independiente y el que colgara en la Red los resultados de ese control. Tenemos que saber qué panorama se está dibujando, porque es evidente que esta crisis no es una tormenta que cuando pase dejará lucir el sol donde siempre ha estado, sino que haremos frente a un deterioro social formidable, una pronunciadísima desigualdad y a centenares de miles de personas, quizá millones, que aunque tengan un empleo seguirán bajo los umbrales de la pobreza. Y tenemos que empezar ya a preguntarnos, con datos en la mano, si todo esto no es, en buena parte, innecesario. Porque si es así, es inmoral que no reaccionemos.

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