¡Socorro, que vienen las eléctricas!
Hace algunos años, no demasiados, uno se abonaba a una determinada compañía eléctrica y esta te cobraba la luz a fin de mes dependiendo de los kilovatios gastados.
Al mes siguiente, lectura nueva del contador y nueva factura que, normalmente, se incrementaba en el año entrante con la subida marcada por el Gobierno, según el índice de precios al consumo.
Ahora es todo tan oscuro y opaco que en lo primero que piensas cuando oyes “eléctricas” es en echar a correr.
Que alguien nos explique de forma clara y sencilla cómo funciona este carnaval de productoras en toda su variedad, distribuidoras, intermediarios y expeculadores financieros, subvenciones y responsables finales y bajo qué conceptos de las facturas que el usuario abonará ineludiblemente.
¿Quién decide, en última instancia, el precio de la luz? ¿El Gobierno tiene algo que decir o, como casi siempre se escudará en la sordomudez, su mal congénito, bajo la coartada de una cacareada transparencia que jamás se hizo realidad?
Tal vez, lo verdaderamente difícil sea tener la firme e inequívoca voluntad de querer explicarlo.
Y si la luz y el gas son vitales para la economía del país, ¿por qué no se nacionalizan como han hecho otros Gobiernos de Europa?
Tantas son las preguntas, tantas las dudas e interrogantes, que no estaría de más que algún responsable de este Gobierno se sintiera en la obligación, de una vez por todas, de dar una explicación razonable y clara sobre este tenebroso vodevil, antes de que solo nos quede el consuelo de gritar: ¡Socorro, que vienen las eléctricas!— José Ramón García Castaño.
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