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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Desconexión global

Camboya vive una ola de protestas desconocida por los occidentales que consumen sus textiles

Lluís Bassets

La mayor orgía anual del consumo ha terminado ya en las calles de Europa y América. En los mismos días navideños han terminado también las protestas y las huelgas en las factorías de un pequeño y olvidado país asiático como es Camboya, que aprovisiona las tiendas occidentales. Y ha terminado como suelen terminar allí las cosas: mal, a tiros, con cuatro muertos, decenas de heridos y centenares de detenidos.

Aunque en realidad no ha terminado nada. Eso no ha hecho más que empezar. Las protestas y las huelgas continuarán. Hay razones por partida doble. El textil ocupa a casi la mitad de la mano de obra industrial: 600.000 trabajadores, más del 90% de ellos mujeres jóvenes, en unas 700 factorías, que proporcionan el 16% del PIB y representan el 85% de las exportaciones. Y esa clase obrera camboyana tiene dos motivos para la protesta: sus bajos sueldos y los 28 años que lleva el primer ministro Hun Sen en el poder, ganando una elección detrás de otra como solo saben ganarlas los dictadores, mediante la burda combinación de la cárcel y el palo para la oposición y la debida recompensa a los propios seguidores.

Los salarios se cuentan entre los más bajos del mundo: 80 dólares al mes. El Gobierno ofrece 100 y los sindicatos quieren 160. Sin entrar en las condiciones de trabajo, los horarios inhumanos y la mano de obra infantil. En cuanto a la dictadura corrupta y familiar de Hun Sen, su única virtud es que sucedió a uno de los regímenes más criminales de la historia como fue el de los jemeres rojos. Y tras la caída de los cuatro dictadores árabes en 2011, es uno de los gobernantes más longevos del mundo, del que solo cabe esperar que aborde las huelgas y manifestaciones con el temor de que se le conviertan en una primavera camboyana que termine con su régimen.

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Ni unos salarios tan bajos ni una dictadura tan persistente suscitan emociones fuera de Camboya. Las grandes marcas que fabrican allí sus prendas, como Levi’s, Gap, H&M, prefieren mirar hacia otro lado, como si no fuera con ellas. Lo mismo sucede con los países vecinos, como China, Taiwan o Corea del Sur, principales inversores en el textil camboyano. Para los Gobiernos y las opiniones públicas occidentales, todo esto cae muy lejos y se resuelve con frecuencia mediante ayuda humanitaria: de ahí sale la mitad del presupuesto público.

Las navidades consumistas nos demuestran cada año lo bien conectada que está la economía global. Todo funciona y llega a su sitio. Los estantes se llenan y se vacían al ritmo de las compras. Pero las sociedades, sus valores y normas de vida, sus exigencias políticas y sindicales e incluso sus opiniones públicas y sus medios de comunicación, permanecen desconectados en los espacios locales, sin capacidad para influir en las decisiones económicas y sin instrumentos para actuar globalmente.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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