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La triste Navidad de Berlusconi

El exmandatario italiano deja atrás el derroche de las fiestas y despide el año en que fue condenado por la Justicia con un bufé de autoservicio y de pie

El ex primer ministro italiano, el pasado 4 de diciembre, en Roma.
El ex primer ministro italiano, el pasado 4 de diciembre, en Roma.Franco Origlia (Getty Images)

Los ricos también lloran. Y Silvio Berlusconi también se aprieta el cinturón. Este año, el exmandatario italiano ha recortado el presupuesto destinado a las celebraciones de las fiestas con sus diputados. Se acabaron las joyas, las corbatas de firma, los iPad y los televisores de última generación que se amontonaban bajo los árboles de Navidad de todos los hombres (y mujeres) del presidente. Ya no hay más reservas multitudinarias en exclusivos restaurantes de Roma, para desearse felicidad. La Navidad de 2013 será recordada entre los azules de Forza Italia por su austeridad. Les tocó conformarse con un bufé, de pie y de autoservicio, en la sede del partido, en la central plaza de San Lorenzo in Lucina. Il Cavaliere, desazonado, a la espera de saber dónde cumplirá el año de servicios sociales que le impone una condena por fraude fiscal, sin documentos para salir del país y sin diputados para tumbar al Gobierno se ciñe a una insólita y forzada sobriedad.

Con sus 77 años, Berlusconi llegó a la parca celebración con su novia Francesca Pascale y su inseparable caniche, Dudú. El exmandatario recibió la noche con uno de sus sermones, que alternan el tono serio y luchador del político y el trato cotidiano, su característica particular. Habló de la difícil situación de Italia y de las delicias de quien descubre su amor por los perros a una edad avanzada: “Nunca tuve un perro correteando por casa”, contó. “¡Se me ha abierto un mundo nuevo!”. No es lo único: en agosto, el Supremo lo consideró culpable de haber timado a Hacienda y el Parlamento le quitó el escaño de senador y le prohibió presentarse a elecciones durante los próximos seis años.

Pero el tono austero de este fin de año se debe también al complicado momento personal del empresario que se hizo político hace 20 años. Según la prensa italiana, los varapalos judiciales han sido golpes demasiado duros para Berlusconi, que fundó de la nada un imperio industrial, creó el centro derecha tras el derrumbe de la Democracia Cristiana, lideró tres ejecutivos y la oposición, mantuvo en vilo el gobierno de los tecnócratas e intentó hacer la zancadilla al actual gobierno. La amargura por no haber sido salvado por sus colegas senadores o a través de un indulto del Presidente de la República se añade al desquicio por la escisión de su criatura política. El Pueblo de la Libertad —que Berlusconi había apodado el partido del amorse partió en dos hace pocas semanas: una parte se quedó en el Gobierno de amplios acuerdos, mientras sus fieles lo siguieron en la refundación de Forza Italia, ahora aislada en la oposición.

Quedan muy lejos los fastos de los años pasados, cuando il Cavaliere sorprendía a detractores y feligreses como un Áve Fénix. Entonces, sí, guardaba las apariencias, que en política son mensajes. En 2004, a la cabeza del país, ostentaba su poder invitando a todo su tropel de parlamentarios al Hotel Splendid Royal: regaló broches a las mujeres y relojes Omega a los hombres y deleitó a los asistentes cantando junto a su amigo, el guitarrista napolitano Mariano Apicella.

En 2008, acababa de ganar por tercera vez los comicios y de decir que la crisis era “algo psicológico”, que había que “gastar para que ruede la economía”. Alquiló el antiguo acuario romano, un edificio circular en el centro de Roma y escenificó la versión moderna de los triunfos imperiales: las columnas de mármol blanco se iluminaban con luces rojas y verdes, mientras él se movía como gran anfitrión, las féminas recibían pendientes de esmeralda y los varones relojes Locman.

Al año siguiente, regaló televisores de 23 pulgadas a todos y en 2010 optó por unos iPad para ellos y anillos tricolores para ellas. Este año, en cambio, acaba sin nada. Hasta ahora. Los mínimos gestos se convierten en símbolos bajo los focos de la atención pública, así que, mientras no termine el año, todo puede pasar.

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