No en 2014
Artur Mas echa el freno a la disparatada agenda del independentismo catalán
El presidente de la Generalitat aplicó ayer una dosis de realidad a quienes pretenden a toda costa que la consulta sobre la independencia de Cataluña se celebre durante el próximo año. Artur Mas, en un giro claro y explícito al que era hasta ahora su discurso, transfirió a las elecciones catalanas de 2016, a las que otorga un carácter plebiscitario, el peso del derecho a decidir, transmutado ya en independencia por los sectores más nacionalistas, y puso la urgencia en la salida de la crisis.
Que las cúpulas empresarial y financiera estaban muy preocupadas por la deriva del Gobierno catalán era un secreto a voces. Por ello, las palabras de Mas deberían tranquilizar a un importante sector de la sociedad catalana. También pretenden ser un intento de recuperar la dirección del proceso por parte de Convergència i Unió, hasta ahora hegemonizada por Esquerra Republicana como partido catalizador de los sectores más nacionalistas representados por la Assemblea Nacional Catalana. Pero sin duda levantarán las iras de los independentistas, que van a tener ocasión de hacer su gran demostración de fuerza en la próxima Diada con la cadena humana que recorrerá Cataluña de norte a sur y que reunirá a decenas de miles de personas.
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Las declaraciones de Mas, además de tratar de salvar el futuro político de CiU, suponen un auténtico desafío: embridar a un movimiento soberanista que ha sido alimentado desde el propio poder jugando temerariamente a aprendiz de brujo. No va a ser una tarea fácil; hasta ahora el Gobierno catalán ha ido a remolque político de la pauta marcada por el soberanismo radical. Ahora Artur Mas quiere darle la vuelta a esta situación. Pero va a tener enfrente a su socio parlamentario, Esquerra Republicana, decidido a impulsar la consulta para el próximo año y que no quiere esperar a unas elecciones plebiscitarias para 2016.
Para templar la situación y evitar la recaída en posiciones extremas, Mas precisa de la colaboración del Gobierno central, al que en los últimos días no han cesado de enviar señales de voluntad de diálogo desde el Ejecutivo catalán. El pasado martes, con motivo del acuerdo que va a llevar el ferrocarril al puerto de Barcelona, el propio Mas hizo votos para que el buen clima exhibido entre el Ministerio de Fomento y el Departamento de Territorio de la Generalitat se trasladara a otros ámbitos de relación entre ambos Gobiernos.
El Ejecutivo central debería pues actuar en consecuencia, tomar nota del paso dado por Mas y ser consciente de la complejidad social y política que vive Cataluña, donde la independencia se presenta engañosamente como la vía más rápida para salir de la crisis, y así se percibe por un amplio sector de la ciudadanía. Está claro que entre la independencia y el statu quo actual hay una variada gama cromática que la política y la negociación deben encargarse de mostrar con toda su riqueza de posibilidades y matices.
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