Un G20 prebélico
El conflicto sirio se convierte en inevitable protagonista de la cita global de San Petersburgo
Siria ha secuestrado el cónclave del G20 que hoy comienza. La desbocada crisis, fuera de agenda, se impone a la que iba a ser una cita rutinaria más de líderes mundiales sobre la recuperación económica, el paro o la lucha contra los paraísos fiscales. Para Barack Obama, protagonista indiscutible, la reunión que auspicia Vladímir Putin en San Petersburgo se ha convertido en última oportunidad para alistar socios para el ataque contra Bachar el Asad por el empleo de armas químicas. Pero no solo. El presidente estadounidense, sin una estrategia clara, necesita trasladar a sus más estrechos aliados que su determinación como líder de la única superpotencia —seriamente en entredicho— se mantiene intacta ante la eventualidad de otras crisis de similar alcance.
La inesperada decisión de Obama de pedir la aprobación del Congreso antes de atacar Damasco no obedece solo a su renuencia a dar el paso definitivo, que él mismo se marcó al considerar el empleo de armas químicas como una transgresión imposible de ignorar. Retrasando el castigo, y con la mirada puesta en San Petersburgo, Obama se concede una mínima prórroga para impulsar in extremis una solución diplomática. Para encontrarse con Putin, garante último de la impunidad de El Asad, pero también con China o miembros de la Liga Árabe, actores destacados en lo que se avecina.
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El líder ruso dijo ayer en televisión que si se probara por la ONU de manera concluyente el uso de gas nervioso por Damasco no excluiría apoyar una acción militar bendecida por el Consejo de Seguridad. La invocación a la legalidad internacional resulta un sarcasmo en boca de quien con su veto ha contribuido a hacer del máximo órgano ejecutivo de la ONU un actor irrelevante sobre Siria. Ante la bochornosa parálisis del Consejo, la crisis, iniciada como protesta pacífica contra una tiranía hereditaria, se ha transformado en una guerra intestina con más de 100.000 muertos, en la que Damasco gasea a poblaciones indefensas. La ONU daba cuenta esta semana de que son ya dos millones de refugiados los que vagan por países limítrofes.
Washington, según lo expuesto por el jefe de su diplomacia, tiene todos los datos sobre la matanza química del 21 de agosto en los suburbios de Damasco para actuar contra El Asad. Los importantes apoyos que Obama acaba de conseguir entre líderes del Senado y de la Cámara de Representantes anticipan presumiblemente un voto favorable del Congreso. Y no es probable que la Casa Blanca, con su credibilidad seriamente menguada, espere para lanzar sus misiles a los informes definitivos de los expertos de la ONU, que podrían tardar semanas. Las discrepancias entre los legisladores parecen centrarse en la amplitud de un ataque —dadas las limitaciones de tiempo y objetivos impuestas por el Senado— que unos querrían simbólico y otros tan decisivo como para quebrar la capacidad militar de El Asad. Sea cual fuere su naturaleza, representará un antes y un después sobre lo que ocurra en Siria.
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