De nuevo los militares
El golpe en Egipto evidencia el fracaso de la transición después de la ‘primavera árabe’
El Ejército vuelve a tomar las riendas de Egipto. Dos años y medio después de la caída de Hosni Mubarak, sus compañeros de armas salieron ayer de nuevo de los cuarteles para deponer al islamista Mohamed Morsi, el primer presidente egipcio democráticamente elegido, y suspender la Constitución. Después de una transición política en la que han quedado defraudadas buena parte de las esperanzas que se habían depositado tras las elecciones, Egipto tiene, de nuevo, un hombre fuerte con uniforme: el general Abdel Fatah al Sisi, jefe de las Fuerzas Armadas.
Está por ver qué papel se reserva la cúpula militar después del golpe. Ayer, tras mantener una reunión con grupos opositores, líderes juveniles y jerarcas religiosos musulmanes y coptos, los militares impusieron una hoja de ruta que anuncia un Gobierno provisional y la convocatoria de nuevas elecciones.
Con una herencia de difíciles problemas acumulados tras tres décadas de autoritarismo, Morsi proporcionó abundantes muestras de imprudencia: la peor, incumplir su promesa de gobernar para todos los egipcios. Tomó el voto ciudadano de respaldo como un cheque en blanco, confundió la causa del país con la de los Hermanos Musulmanes y quiso imponer una agenda islamizadora y excluyente mientras Egipto se hundía en la crisis económica, el desabastecimiento y una criminalidad rampante que ha llevado a no pocos sectores a añorar los “tiempos de orden” de Mubarak.
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De la historia se puede y se debe aprender, sobre todo cuando esa historia apenas tiene dos años. Las manifestaciones de estos cuatro días contra el Gobierno han sido mayores que las que tumbaron al todopoderoso faraón. También en este aspecto Morsi ha dejado patente su desconexión con la realidad. De nada valieron las llamadas de Obama y de la ONU para que escuchara el clamor popular. Lejos de tender la mano, optó por enrocarse y se quedó cada vez más aislado, abandonado por varios ministros e incluso por los islamistas más conservadores de Nur. El ultimátum de las Fuerzas Armadas fue la constatación del final.
La conversión democrática del Ejército, enquistado en el poder político y económico, es poco creíble. “El Ejército se mantendrá ajeno a la política”, aseguró, con escasa originalidad en la historia de las asonadas militares, el general Al Sisi, que pidió a los manifestantes que le vitoreaban en la plaza Tahrir que no recurrieran a la violencia. Los Hermanos Musulmanes, con cientos de miles de seguidores, han prometido dar la batalla.
Los acontecimientos de Egipto repercuten en todo Oriente Próximo. Todos los que aprovecharon las turbulencias de la primavera árabe para financiar a los movimientos islamistas tomarán nota. En cuanto a los egipcios, escaldados ya con un dictador, han dejado claro que no quieren autocracias, civiles o religiosas. Por eso mismo, tampoco las Fuerzas Armadas deberían dar nada por sentado.
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