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tormentas perfectas
Columna
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La civilización de los ‘drones’

Habrá que arbitrar reglas de juego internacionales para los aviones no tripulados

Lluís Bassets

Una nueva luz ilumina nuestro futuro. Una nueva tecnología redentora acudirá a resolver los problemas de nuestra vida cotidiana y a amenizar nuestro tiempo de ocio. Todavía no podemos hacernos a la idea de cómo serán las cosas con esta nueva estrella que acaba de aparecer en el firmamento. No importa que de momento sea en forma de aurora negra y letal, a la vista de los futuros beneficios que derramará sobre nosotros.

Se les llama drones, abejorros en inglés, por el zumbido que tan bien conocen en algunas regiones de Yemen y de Pakistán como anuncio de una muerte inminente. Son aviones en miniatura, relativamente pequeños incluso cuando alcanzan el mayor tamaño, porque solo deben transportar su maquinaria y los proyectiles.

A diferencia de otras tecnologías más hipócritas, no engañan respecto a su doble rostro. Como ha sucedido con otras tecnologías inicialmente militares y luego utilizadas en la vida civil, el rostro que han mostrado hasta ahora es ese morro ciego, sin ventanas, que les asocia a la muerte a distancia con la que se han inaugurado, pero aun así contienen una abundante promesa de vida.

Pronto vigilarán y cuidarán de las cosechas, los pantanos y ríos, líneas eléctricas, gaseoductos y oleoductos. Serán un ojo despierto al cuidado de cielos, mares, canales y puertos. Ordenarán la circulación de trenes, coches y barcos. Observarán fronteras, espacios protegidos e incluso bancos de pescado, bandadas de pájaros o enjambres de insectos. Atenderán al estado de volcanes, glaciares, hielos polares, mareas, tsunamis y corrientes marinas. Salvarán vidas, nos ahorrarán muchos desastres y averías, y harán nuestras economías más competitivas.

Habrá también un capítulo mediático y recreativo, empezando por las vueltas ciclistas, maratones y todo tipo de competiciones deportivas, de las que obtendremos imágenes que ahora mismo ni siquiera podemos imaginar. Habrá una revolución cinematográfica. También el periodismo sabrá sacar partido del nuevo instrumento como lo ha hecho de todos los que le han precedido.

No desaparecerá, por supuesto, su inicial cara sombría. Atraerán todo tipo de actividades oscuras: contrabando, tráfico de drogas y de personas, gran delincuencia, terrorismo. Por mucho que se esfuercen los poderes legales, caerán en manos indeseables, Estados fallidos, Gobiernos delincuentes o grupos mafiosos. Habrá locos de las armas que reclamarán el derecho individual a poseerlos y utilizarlos.

Para civilizarlos, es decir, hacerlos civiles y no solo militares, habrá que arbitrar reglas de juego internacionales. Y antes, quienes los tienen, deberán restringir su uso y someterse al Estado de derecho, cosa que no han hecho hasta ahora y que acaba de anunciar el mandatario que más los ha usado, que es el presidente de Estados Unidos y premio Nobel de la Paz, Barack Obama.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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