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Simeón II, el monarca republicano

Fue rey de Bulgaria a los seis años. Le echaron los comunistas y se exilió en España Regresó en 2001 para convertirse en las urnas en primer ministro Hoy aguarda, entre bastidores, el desenlace de unos comicios en un momento delicado para su país

Patricia Ortega Dolz
Simeón de Bulgaria, en el jardín de su casa de Madrid, el pasado 15 de abril.
Simeón de Bulgaria, en el jardín de su casa de Madrid, el pasado 15 de abril.luis sevillano

El rey esperaba de pie en el zaguán. El pasado 15 de abril hizo una tarde de primavera radiante, pero el vestíbulo de esa imponente casa de gruesas piedras color ceniza, al final de la avenida de la Reina Victoria de Madrid, estaba en total penumbra. Una figura esbelta, de porte elegante y cráneo despejado, traje gris y corbata azul, se adivinaba justo detrás del mayordomo que abrió la puerta. El monarca salió al paso, extendió la mano para saludar e invitó amablemente a pasar hasta un pequeño despacho con dos sillas ubicado a la izquierda del amplio recibidor. Los rostros retratados de sus antepasados —su padre Boris III, su abuelo Fernando I, su bisabuelo Luis Felipe I…— se cruzaban en el camino según se dilataban las pupilas. La estancia la preside un cuadro con el severo gesto italiano de la reina Juana de Saboya, su madre. Hay una vitrina de medallones con rostros en blanco y negro de familiares cercanos y lejanísimos, fotografías con amigos como Juan Carlos I o Hassan II sobre el escritorio… El rey Simeón de Bulgaria no trabaja aquí.

No hay un solo documento en la mesa. Ni un papel que indique que esté o haya estado en campaña ante las elecciones de mañana, 12 de mayo. Ni rastro de ese archivo del que saldrá su autobiografía y en el que atesora las pruebas de sus 76 años de vida. Lo tiene todo guardado. El escrito por el que le cedió al papa Juan Pablo II los derechos de la Sábana Santa en 1983, que hasta entonces mantuvo a buen recaudo su familia italiana, los Saboya. Aquella nota traviesa que le pasó Berlusconi en una cumbre europea: “¡Bravo! Finalmente una lingua che non parla”, escribió el ex primer ministro italiano cuando le vio ponerse los auriculares en la intervención del primer ministro polaco. La carta de “¡cuatro folios!” en la que Franco —con trato de “Majestad”— le aconsejaba que se mantuviese neutral en respuesta a sus dudas por el levantamiento húngaro de 1956 contra los rusos. O esa foto de la pancarta —casi premonitoria— que le hizo llegar el rey Juan Carlos I tras su visita a Bulgaria en 1993 que rezaba (en español): “Juan Carlos, ayúdenos a que vuelva Simeón II”. Tampoco se ve ni uno solo de los diarios en los que metódicamente ha ido anotando desde hace décadas sus diplomáticas reuniones y encuentros —primero como rey y luego también como primer ministro— con políticos y personalidades de todo el mundo... La apasionante historia de Simeón II (Sofía, 1937), el único monarca republicano, empezó otra tarde, hace 67 años.

Habrá coalición en mi país, lo más sano en una democracia joven

El tren se detuvo en la última estación de Bulgaria. Pasó largo rato parado. Comenzaba a oscurecer y los viajeros se inquietaban. El maquinista se negó a cruzar la frontera hacia Turquía. Nunca supieron cuál fue su suerte ni si aquel conductor rebelde era del sindicato ferroviario al que perteneció su padre, el rey Boris III, aficionado a las locomotoras y fallecido de una misteriosa hemorragia cardiaca justo después de un tenso encuentro con Hitler. Se entrevistaron en un búnker del bosque de Görlitz en 1943, y el que fuera el rey más popular de los búlgaros se resistió (inútilmente) a que su país se uniera al Eje. Días más tarde fallecía aquejado del corazón y su hijo pequeño heredaba su trono.

“No seré yo quien saque a mi rey del país”, dijo aquel maquinista heroico. Simeón II, con trato de majestad desde los seis años, solo tenía nueve entonces y 200 dólares en el bolsillo, los mismos que “los comunistas” —después de hacerles el pasillo de salida desde el palacio— les dieron a su madre, a su hermana María Luisa y a su tía Eudoxia, que acompañaban al prematuro monarca en una huida por raíles hacia el que sería un exilio de 50 años y el comienzo de una gran aventura a los ojos de un niño que llevaba dos años recluido en un palacio, el tiempo que tardaron los rusos en proclamar la República de Bulgaria.

Los desahucios de aquí son mucho más graves que lo que tenemos en Bulgaria

Desde ese 16 de septiembre de 1946, Simeón II ha sido un rey sin reino. Un colegial en la Alejandría del rey Faruk, donde se reunieron con sus abuelos maternos italianos, también emigrados. Un refugiado en la España de Franco, que les abrió las puertas “por su rechazo a los comunistas”. El cadete Rylski en la escuela militar de los Estados Unidos de Eisenhower. El conde Rylski era su padre cuando iba de incógnito, y él usó ese apellido “para evitar riesgos”, y también sus hijos durante años. Se convirtió también en el marido de una “heredera huérfana”, Margarita Gómez-Acebo, a la que sedujo con un Chevrolet descapotable. Y en padre de familia numerosa —cinco hijos— en el Madrid de la Transición. Se hizo amigo (y admirador) del rey Juan Carlos —“Al día siguiente del golpe de Tejero me dijo que él iba a mandar a sus hijos al colegio como muestra de normalidad y me pidió que llevase a los míos”—. También fue un empresario en el mundo de las tecnologías y las finanzas durante su etapa al frente de Thomson España. Y consejero, asesor y movilizador de los compatriotas de la diáspora búlgara en el destierro, porque para él —confirma su hijo Konstantín sin resentimiento— “Bulgaria siempre ha sido lo primero”. Incluso fue una especie de ahijado para Hassan II, “era el hombre del rey en la Omnium Nord Africain (ONA)”, la única corporación internacional marroquí. Y lo último y más insólito: sin quitarse la corona, fue primer ministro de su país entre 2001 y 2005, lo que le convierte en el único rey republicano de la historia: “Me reclutaron, creían en mí, y me pareció el momento y la forma de volver”.

Simeón de Bulgaria en uno de los salones de su casa de Madrid.
Simeón de Bulgaria en uno de los salones de su casa de Madrid. luis sevillano

Su proeza: haber sido expulsado de su país por “el Gobierno rojo” y haber regresado medio siglo después para concurrir en unas elecciones democráticas y ganarlas. Su desacierto: haber gobernado como si reinara. “Antepuse el patriotismo al partidismo; por supuesto, fue mi gran error”, reconoce. En 800 días —los que él se dio de plazo y los que tardó en incumplir sus propias promesas— perdió la confianza de su pueblo, el mismo que mañana afronta unos nuevos y cruciales comicios anticipados.

Los búlgaros se echaron a las calles —con inmolaciones incluidas— a principios de año contra la subida de la luz y los bajos salarios —400 euros de media— y pensiones —no llegan a 200 euros—. Y el Gobierno de centro-derecha de Boiko Borisov, acorralado, dimitió en bloque. El presidente, Rosen Plevneliev, tuvo que convocar elecciones.

Aclamado regreso

La vuelta a la República de Bulgaria del rey Simeón II en 1996  supuso el regreso de un exilio de 50 años. Aclamado por el pueblo, que le veía como una bocanada de aire fresco y que cinco años más tarde le convertía en primer ministro en las elecciones. Antes de que volviese, Juan Carlos I visitó el país y le llamó al oír que coreaban su nombre: “¿Qué clase de república tenéis montada aquí?”.

“Ahora vuelvo a ser el viejo rey medio gagá”. Bromea porque sabe que no es cierto, aunque dimitiera en 2009 de sus responsabilidades en su partido liberal, el Movimiento Nacional. Ahora es cuando siente “las manos libres” y puede hacer las cosas a su manera, como cuando en la segunda legislatura pactó con los socialistas y el partido de la minoría turca.

Por eso sigue invitando —“de uno en uno”— a unos y a otros a su palacio de Vrana, a las afueras de Sofía, “donde se ventilan mejor las cosas y no a través de los medios”. El rey va zurciendo, palabra por palabra, desde su trono emocional, los descosidos de la política búlgara. Como un habilidoso sastre. Para que el traje quede, como mínimo, presentable: “Quiero poder hablar bien de mi país”. Y lanza su vaticinio electoral: “Habrá coalición, lo más sano en una democracia joven”. Si por él fuera “votaría con las dos manos”. Lo hará con una.

España ha caído desde mucho más alto que nosotros

Habla un español con acento de todas y de ninguna parte. Y aunque se ha escrito alguna vez sobre sus arrebatos de ira (El rey posible, de Ramón Pérez-Maura), Simeón II se muestra relajado sin dejar una sola palabra al azar. Cruza las piernas y enfatiza su discurso con las manos. Rememora su vida hasta que se le transparentan los ojos. Solo estará unos días en Madrid, donde viven sus hijos, a excepción de la menor, Kalina, que curiosamente se casó en Bulgaria, donde después nació su hijo y ahora persigue la nacionalidad.

Pero desde hace ya tiempo lo habitual es que el rey vea pasar los trenes desde su palacio de Vrana. Mira con perspectiva casi planetaria y relativismo histórico los vagones de miseria —“Cada uno tiene a alguien en el campo que le puede dar algo de comer”—, de corrupción —“No conozco ningún país que no la padezca—, de inmolaciones —“Son seis hechos aislados y, quizá, sucesivos por cierto efecto contagio”—, de subidas de impuestos —“Tenemos que cumplir las exigencias de Bruselas”—. Pero también ve vagones de atractivos destinos turísticos —“El año pasado tuvimos ¡seis millones de turistas!, casi como toda nuestra población”— y de inversión extranjera —“Las empresas vienen; crecíamos al 5,5% hasta que llegó la crisis y tenemos un excelente mercado con Oriente Próximo”—. Y, aunque las comparaciones son odiosas: “Los desahucios de aquí son mucho más graves que lo que tenemos en Bulgaria, con todo el cariño y el respeto. España ha caído desde mucho más alto que nosotros”.

Todos sabemos que la solución pasa por que Europa sea algo

No volverá a dar puntada sin hilo: “Aquello de los 800 días fue uno de mis grandísimos pecados, my big mouth, por qué lo dije, todavía me lo pregunto…”. Este rey puede aceptar perder a la corta, pero a la larga… “Mirándolo ahora, no tardé 800, tardé 1.000 días en cumplir mis promesas”, remata el punto. Y por último, le pone dos broches a su traje: “Logramos entrar en la Unión Europea [2005] y en la OTAN [2004]”. Simeón II es un europeísta convencido, “intelectualmente, espiritualmente, culturalmente”. Interpreta como meras escenografías electoralistas los movimientos de algunos mandatarios, como el posible referéndum planteado por el primer ministro británico David Cameron, y la ola antieuropeísta que recorre el continente, para concluir: “Todos sabemos que la solución pasa por que Europa sea algo, estados unidos, federación o confederación...”.

El tren búlgaro, con más de siete millones de pasajeros, cruza las fronteras europeas con carné propio, aunque sea el más pobre de la Unión y vaya cargadito. Y como aquella tenebrosa tarde en la frontera, busca un nuevo maquinista. Esta vez no está el rey entre el pasaje, y aunque son muchos los que se paran a hacerle una visita en su estación de Vrana, no piensa volver a subirse. Próxima parada, mañana, en las urnas.

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Sobre la firma

Patricia Ortega Dolz
Es reportera de EL PAÍS desde 2001, especializada en Interior (Seguridad, Sucesos y Terrorismo). Ha desarrollado su carrera en este diario en distintas secciones: Local, Nacional, Domingo, o Revista, cultivando principalmente el género del Reportaje, ahora también audiovisual. Ha vivido en Nueva York y Shanghai y es autora de "Madrid en 20 vinos".

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