El Papa y las diabéticas acomodadas
No puedo evitar sentir cierta simpatía por Cristina Fernández de Kirchner a pesar de su populismo. Pero lleva varios días dándome motivos para el recelo
No puedo evitar sentir cierta simpatía por Cristina Fernández Kirchner. Me desagrada su populismo, soy consciente de que ha utilizado a empresas españolas como chivo expiatorio de sus fracasos y entiendo que muchos argentinos estén hartos de padecer una presidenta con sus maneras. Sin embargo, la admiro como figura reactiva capaz de sacar del armario a la ultraderecha mediática española: es ponerse a hablar de ella, y a los 10 segundos empieza a oler a Varón Dandy, esa colonia con notas de moho, machismo y patriotismo necio con la que se perfuman a escondidas nuestros peculiares liberales.
A pesar de mirarla con buenos ojos por este único motivo, Fernández lleva varios días dándome motivos para el recelo. La semana pasada presentó el Plan Nacional de Ciencia con un discurso muy científico sobre la diabetes, que debió de dejar picuetos a todos los asistentes que tuvieran la primaria aprobada. Quiso relacionar esta enfermedad con la obesidad y acabó haciéndose un señor lío, pintándola como un mal de ricos apoltronados y comilones.
Aún no se sabe qué había tomado el asesor que le escribió la intervención, o si fue ella la que cosechó el disparate en su huerto privado, pero el hecho es que quedó como una ignorante y fue objeto de merecido escarnio en las redes sociales. Tras la tormenta, me pregunto qué clase de incapacidad mental ataca a algunos políticos cuando tratan temas de salud alimentaria: primero fue Evo Morales con sus pollos Brokeback Mountain; después, nuestro Arias Cañete y La noche de los yogures vivientes, y ahora la Kirchner en Los diabéticos también lloran.
Inasequible al desaliento, la presidenta fue poco después a ver a su compatriota el Papa. Y volvió a pifiarla. No me refiero a que le besara o le dejara de besar, o a que le tocara la muceta, el solideo o la chepa, porque estas formalidades eclesiales me preocupan tanto como el cisma de Aviñón. Fue el regalo que le llevó, un kit para tomar mate. Vale que no era plan de obsequiarle con una pipa para fumar crack -objeto que, por otra parte, le habría sido útil para sobrellevar la existencia en ese gallinero de mata-haris con sotanaque es el Vaticano-, ¿pero de verdad era el presente más adecuado? ¿Para un argentino? Cristina, es como si vas a ver al presidente de China y le regalas un wok. Te lo aviso: un desliz más y dejarás de ser santa de mi devoción. Por muchas tertulias de 13TV e Intereconomía que inflames con tus labios.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.