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Columna
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Los corruptos

No vale la pena seguir transigiendo con la corrupción. No es rentable, nos cuesta mucho dinero

Jorge M. Reverte

Si lee uno los periódicos o escucha la radio, todos los políticos, los comunicadores, los empresarios, y el público en general, están furiosamente en contra de la corrupción. Tanto que si se hiciera una consulta al respecto es probable que ganara la decisión de combatirla.

 El barómetro del CIS de diciembre señala que los españoles están cada vez más preocupados por ello, hasta el punto de que esa preocupación se ha convertido en la cuarta, después del paro, la economía y los políticos. Por su parte, la ONG Transparency International, que elabora un ranking mundial sobre la corrupción, deja a España en el lugar 31º en limpieza. Hace ocho años, estábamos en el 23º. Es decir, que no solo estamos más preocupados por el asunto, sino que tenemos razones para estarlo.

Es bueno que las estadísticas apoyen las percepciones, porque sirve para eliminar paranoias: no es que parezcamos más corruptos, sino que lo somos.

Eso, en un país católico, no resulta extraño, porque los confesionarios están para perdonarle a uno. Otra cosa es que el sistema judicial, cuando no algunos jueces, también ayuden a que el reo salga indemne o no demasiado malparado cuando le cogen. Pero dejemos la moralina. Vayamos a lo práctico.

Está llegando estos días a las librerías un libro de un economista, Carlos Sebastián, titulado Subdesarrollo y esperanza en África (Galaxia Gutenberg), que analiza de manera implacable e impecable, con las técnicas de la econometría, las razones del subdesarrollo y la miseria en el continente. La conclusión rompe todos los tópicos que solemos manejar con respecto a esos desgraciados países. Ni la herencia colonial, ni el imperialismo europeo y americano, ni la maldad intrínseca de las multinacionales, ni la voracidad de China son los elementos decisivos para que se hundan cada vez más en la miseria. La más importante razón es la corrupción, la falta de transparencia, la mala gobernanza. Los dos países africanos que más crecen y mejor son Mauricio y Botsuana (donde los elefantes, ya saben), que empata con España a puntos. Y en los dos se da la circunstancia de que aumentan en transparencia, en buena gobernanza y en la lucha contra la corrupción.

Mucho de esto debe ser extrapolable a otros continentes y países. Por ejemplo, al nuestro. Aunque seamos un país católico no vale la pena seguir transigiendo con la corrupción. No es rentable convivir con ella, nos cuesta mucho dinero. Los inversores se lo piensan y la ineficiencia derivada de la corrupción frena el crecimiento. Hace pocos días, el líder del PSOE, Alfredo Pérez Rubalcaba hacía el enésimo llamamiento a combatirla, pidiendo un pacto de Estado. ¿Podemos esperar algo de ello?

De los empresarios debería venir uno de los principales impulsos, porque son los primeros en quejarse cuando les afecta. Pero son los últimos en denunciarla cuando la tienen cerca. No hay muchos casos de empresarios que se revuelvan contra las comisiones que pagan en el exterior para conseguir contratos, ni en el interior para que les concedan una obra. Peor aún: no ha habido una declaración taxativa de reprobación de la actividad del expresidente de la CEOE Gerardo Díaz Ferrán, un hombre que ha cometido casi todo el catálogo de las fechorías que se pueden ordenar en un diccionario de tal disciplina. Qué decir de los banqueros, que hace pocos años ostentaban el difícil récord de estar, los más grandes de ellos, encausados en procesos que han ido desgastándose hasta desaparecer (salvo el de Mario Conde).

De los partidos políticos, casi todo. Hay pocos, y son aún jóvenes, que se libren de esa lacra. La política catalana está llena de reivindicaciones que llegan a decir “España nos roba”. Pero nadie de Convergència, que tiene embargada su sede por un juez, ha dicho que “Millet nos roba”, ni siquiera de Unió han salido palabras serias de reproche a una condena en firme sobre el expolio de fondos europeos para el desempleo. Del PP casi mejor no hablar, porque sus causas se suman sin freno en Galicia, Valencia, Madrid, y no escuchamos a ningún responsable decir que hay que limpiar el partido (¡Bárcenas, qué cruz!). El PSOE, Izquierda Unida y los sindicatos también tendrían cosas que decir: ¿qué hacían sus militantes cobrando un dineral como consejeros en las cajas de ahorros mientras unos bandoleros se lo llevaban crudo?

¿Habrá que hablar también de la Casa Real? Iñaki Urdangarin y su entramado apestan. Como siempre, presunción de inocencia antes de hablar. Basta con quitarle de la foto navideña. Vivimos en un país corrupto. Y eso sale caro. Los capitalistas de Botsuana no van a venir a invertir.

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