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La vida del hijo de Cantinflas no es una comedia

Un tribunal ha negado a Mario Moreno Ivanova los derechos de los filmes de su padre Su madre, una joven estadounidense, lo dio en adopción al actor y más tarde se suicidó Sus ex lo tachan de juerguista, agresor y derrochador Él afirma que ha gastado la herencia de su padre en abogados: "Lo he vendido todo"

Mario Moreno Ivanova, en una exposición en homenaje a su padre en México, en julio de 2011.
Mario Moreno Ivanova, en una exposición en homenaje a su padre en México, en julio de 2011.CARLOS JAUSSO (REUTERS)

En 1993, el cadáver de Mario Moreno Reyes, Cantinflas, fue velado durante tres días en tres edificios distintos de la Ciudad de México. Pasaron al lado de su féretro unos 250.000 mexicanos. El cómico que no tenía un bigote, sino sendos bigotillos sobre cada comisura de la boca, fue, con el actor Pedro Infante, el mayor ídolo popular de México en el siglo XX. Sin embargo, su único descendiente parece muy solo. Mario Moreno Ivanova, el hijo del Gran Mimo, o su hijo adoptivo según algunas versiones, fuma tabaco rubio y bebe coca-cola light mientras concede una entrevista en el ático donde vive su novia. Tiene los ojos acuosos y la voz le sale como de una caverna.

–Lo he vendido todo –dice sentado en una butaca junto a un árbol de Navidad artificial. Lleva una camiseta de Harley Davidson con una calavera dibujada en el bolsillo del pecho.

Mario Arturo Moreno Ivanova fue un niño dorado. La mansión de su padre en el paseo de la Reforma, la avenida de más relumbrón de la capital, medía 10.000 metros cuadrados y tenía todo tipo de lujos: jardines, piscinas, un frontón de tenis, un cine con sillones para unos 40 invitados, un billar de carambola, asadores, un baño de vapor. El periodista Jacobo Zabludovsky, de 84 años, recuerda en su oficina que Mario era un niño feliz que tenía “un cochecito hecho a escala”.

–¿Con motor?

–Sí, tal vez tenía un motorcito –detalla el periodista, que frecuentaba la casa de Cantinflas.

La madre de Mario Arturo no fue la esposa del humorista, la rusa Valentina Ivanova, sino una rubia tejana llamada Marion Roberts que tuvo una relación con Cantinflas de la que existen dos versiones similares con diferencias capitales.

Las narraciones coinciden en que en 1959 la joven gringa llegó a la Ciudad de México en coche con unos amigos para pasar unas vacaciones, y que al cabo de días o semanas esos amigos se escabulleron por sorpresa y la dejaron plantada en el hotel con una factura desmesurada a su cargo. Un mozo de los recados del hotel se enteró de su drama y la llevó a hablar con Cantinflas, que tenía fama de caritativo, y, al parecer, liquidó la cuenta de la muchacha.

A partir de ahí lo único que se sabe con certeza es que el 1 de septiembre de 1960 Marion Roberts dio a luz a un niño que fue adoptado por el actor y su esposa rusa, y que en diciembre de 1961 Marion Roberts se suicidó con barbitúricos en el hotel Alfer de la capital.

¿Pero de quién era hijo aquel niño rubio tan lindo?

Zabludovsky dice que Cantinflas reconoció en una entrevista que era suyo, cosa que corrobora el propio Mario Arturo en la butaca del piso de su novia junto al árbol de Navidad artificial: “Mi papá me lo dijo cuando tenía 18 años”. Sin embargo, el periodista del corazón Jesús, Chucho, Gallegos da otra versión extendida: que Mario Moreno Reyes era estéril y el niño de la trágica chica gringa era producto de otro hombre. Es la misma tesis que defiende de una forma más descarnada Eduardo Moreno Laparade, sobrino de Cantinflas, primo de Mario Arturo: “Mi tío no podía tener hijos y se lo compró a la chica por 10.000 dólares”.

Heredó casas y coches. “Era el dueño de casi todo, pero lo tiró, se lo metió todo por la nariz”, dice su primo Eduardo

Eduardo Moreno Laparade, de 73 años, hijo de Eduardo, hermano-mánager de Cantinflas, es la némesis familiar y judicial del hombre que fuma tabaco rubio y bebe coca-cola light con ojos acuosos. Él y su primo llevan 19 años luchando por los derechos de una treintena de películas de Cantinflas –desde que el actor murió de cáncer en un hospital de Houston.

En su despacho en un chalé de una lujosa zona residencial de la capital, Moreno Laparade, recostado en un sillón de cuero, llama a una secretaria: “Que me traigan la copia del agreement”. El acuerdo, en español, es un documento que supuestamente firmó Cantinflas en el hospital dejándole a su sobrino los derechos de esos filmes.

Hace dos semanas, un tribunal emitió la enésima sentencia sobre el caso dándole la razón a Moreno Laparade. Pero su primo Mario Arturo defiende que él es el heredero universal de todo el legado de su padre y recurrirá una vez más la decisión judicial. Según su versión, el sobrino de Cantinflas falsificó la firma del cómico para hacerse con los derechos de sus películas y encima desvió unos 70 millones de dólares de las cuentas del actor moribundo usando papeles fraudulentos. Moreno Laparade responde que nunca en su vida ha visto delante tal cantidad de dinero.

El niño dorado de Cantinflas recibió de su padre, entre otras cosas, un rancho, oficinas, una casa residencial, apartamentos en Acapulco, un coche Marquette de 1930 y un Mercedes Benz antiguo. Pero no le queda nada. Él argumenta que vendió para poder pagar abogados en la lucha judicial contra su primo. Y este ofrece una visión diferente: “Era el dueño de casi todo, pero lo tiró, se lo metió todo por la nariz”.

Mario Arturo Moreno Ivanova reconoce que siempre le ha gustado “la fiesta” y que no le desagrada el whisky, pero perjura que jamás ha esnifado una raya de cocaína. Sin que se le haga ninguna observación al respecto, explica que tiene desviado el tabique nasal porque cuando era joven le dieron un trompazo jugando al “basketball”.

Sus exesposas no ayudan a confirmar su versión. Abril del Moral, su primera mujer, sostiene por teléfono que es un drogadicto y “un mal padre” que dejó a sus dos hijos sin nada después del divorcio, un malcriado que derrochaba su dinero pagando cenas a desconocidos en los restaurantes, bebiendo vinos de precios delirantes y mimando a sus amiguetes a tal punto que hasta le daba por regalarles automóviles. Su segunda esposa, Sandra Bernat, dice que estuvo casada con un vago que se dedicaba a entrar y salir del baño para administrase su vicio con constancia. Ella lo ha denunciado por malos tratos. Y uno de los tres hijos que tuvieron también lo ha demandado. El muchacho asegura que su padre lo llevaba a prostíbulos cuando era un adolescente y que hizo que se enganchase a las drogas. La señora Bernat dice que su ex es un egoísta sin sentido de pertenencia ni apego a los demás.

La vida del hijo de Cantinflas no es una comedia.

Mario Moreno Ivanova dice que no es “un santo” ni “el mejor padre del mundo”, pero advierte de que las etiquetas que le pone su familia son solo trapacerías para hundirlo y quedarse con lo único a lo que aún aspira: los derechos de las películas del cómico que nació pobre y acabó en su féretro adorado como un faraón por un cuarto de millón de mexicanos.

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