Viaje a Mozambique (2): Maputo, ciudad de terrazas y verjas
Maputo está llena de terrazas donde sentarse a tomar un café. Lugares tranquilos donde encontrarse con un amigo, charlar un poco y observar cómo se mueve la ciudad. Claro que la ciudad también tiene quioscos y chiringuitos donde hay más vida, más música, más gente, menos blancos. Sin embargo, no sé por qué, pero en los primeros días de mi estancia en esta urbe, distintas personas que he contactado, para charlar o saludar, me han citado, siempre, en terrazas de bares a tomar café, el cual se sirve igual que en Portugal, lo que quizás se deba a que la mayoría de los dueños de estos negocios sean portugueses que han emigrado aquí huyendo de la crisis europea.
Café Acacia, en el Jardim dos professores, Maputo.
Quedo con Samuel en la terraza naranja de la Avenida Mao Tsé Tung. Llego un poco antes y pido un café solo. En esta Pizzeria-Sorvetaria-Padaria-Pasteleria, encuentro a muchos blancos merendando, son las 16:00 horas. Los bolos de nata parecen ser los favoritos de la clientela. Es un ambiente agradable y tranquilo. Un guarda de seguridad, de pie en la entrada, se encarga de que sea así. Yo miro hacia la calle donde se agolpan vendedores de periódicos, de películas, de artículos de aseo personal, de enchufes adaptables, de crédito para los móviles, de fruta, de bolsos, de carteras, limpiabotas… Todos esperan a que algún cliente les llame para ver sus mercancías y, si hay suerte, vender algo.
El café naranja, en la Avenida Mao Tsé Tung.
Por la calle pasan las criadas, todas uniformadas con traje, delantal y pañuelo en la cabeza; todas con el mismo estilo, aunque con distintos colores. La moda, ahora, debe ser que el delantal y el pañuelo de la cabeza, siempre a juego, sean de estampados africanos los cuales sobresaltan sobre los azules o rojos de las batas. Son tantas las que vienen a comprar pan recién hecho a la panadería, las que acompañan a niños, las que van detrás de señoras, blancas, llevando bolsas, las que caminan deprisa para hacer sus mandados. Se cruzan y entrecruzan en la cera delante del café y ni se saludan, caminan deprisa, sin tiempo nada más que para obedecer.
Empieza a refrescar y los camareros, de negro y blanco, bajan las lonas de los laterales de la terraza. Son naranjas con ventanales de plástico que dejan pasar la poca luz que le queda al día. Es entonces cuando llega Samuel. Nos saludamos, se sienta y pide también un café solo. Él es mozambiqueño y administra una ONG norteamericana. A pesar de ver la necesidad de la cooperación en su país, critica la gestión de esta y toda la dependencia que ha creado. Luego, mirando alrededor, me dice que la mayoría de los que están aquí sentados son expatriados que trabajan en ONG, que siempre se reúnen entre ellos, que frecuentan continuamente los mismos lugares, que pocas veces se mezclan con los mozambiqueños, que solo los tienen en cuenta porque los necesitan para implementar sus proyectos.
Museo de Historia Natural.
José Mucavele me cita en la terraza del café Acacia, en el Jardim dos professores, un bonito enclave al final de la Avenida dos Lusiadas, frente al edificio de estilo manuelino que acoge al Museo de Historia Natural. Como acostumbro, llego antes para observar el lugar. En el parque hay una excursión de un colegio, todos los niños y los profesores son blancos, quitando dos mulatos. Están sentados en un anfiteatro y uno de los adultos les explica algo, mientras los menores comen. Un poco más tarde realizarán actividades y juegos.
Colegio de excursión en el Jadim dos professores.
Una niñera, en su uniforme, juega, con aire aburrido, en los columpios con una niña blanca. Unos alumnos, del instituto que hay junto al parque, se esconden en un rincón lejano, sacan cigarrillos de sus bolsillos y empiezan a fumar entre miradas furtivas y risas. Una chica, con el uniforme del mismo centro, se esconde, sola, tras el castillete de la zona infantil. Varios empleados municipales están barriendo y recogiendo hojas.
Empleados municipales barriendo el Jardim dos professores.
Me acerco al mirador a ver la vista del mar y me encuentro una enorme mole de hormigón que una compañía china de construcción está levantando y que ha borrado el espectáculo.
Mole de hormigón que se ve desde el mirador del Jardim dos professores.
A las 10:00 me acerco a la terraza del café. Otro lugar donde se respira orden y tranquilidad. El eterno guarda de seguridad la garantiza. No hay mucha gente, solo un grupo de blancos con ordenadores y papeles, da la impresión de que se trata de una reunión muy importante por las caras de concentración que ponen. No tengo que esperar mucho tiempo. José Mucavele llega enseguida. Los dos pedimos café solo, él con una jarrita de agua para irlo alargando. Nos tomaremos dos cada uno mientras me cuenta sus años de guerrillero y cómo dejó todo eso para dedicarse a la música. Esa charla merece una entrada sola en este blog.
La terraza se va llenando poco a poco de blancos que vienen a tomar el café de media mañana. Muchos cargados de ordenadores y papeles, como el grupo que encontré sentado al llegar. Parece que quisieran justificar la salida de la oficina o se sintieran culpables de disfrutar de este sol de media mañana y de un delicioso café Delta y algún bollo.
Café Acacia.
Con mi amiga Marga Sanmartín, que está en Maputo con Médicos del Mundo, quedo a desayunar un sábado por la mañana en la terraza de la cafetería-pastelería Cristal, en la Avenida 24 de Julho. Son las 9:00 de la mañana, pedimos café, zumo de naranja y tostadas. El lugar está lleno. Casi todos los clientes son blancos, muchos están leyendo el periódico.
Un par de viejos blancos llegan acompañados de chicas mozambiqueñas que podrían ser sus nietas. Se sientan y, mientras ellos charlan, ellas presionan, con sus uñas de colores brillantes, los botones de sus móviles. En otra mesa veo la escena contraria: una mujer blanca, mayor y entrada en carnes, hace amacucos y llena de arrechuchos a un mozambiqueño que también podría ser su nieto.
Más allá, tres jóvenes mozambiqueños, bien vestidos, con grandes relojes y móviles que no dejan de sonar, hablan y ríen muy alto, tras tomar unos cafés piden cervezas 2M.
Terraza del café Cristal, en la Avenida 24 de Julho.
Fuera de la terraza se despliega la galería de vendedores de todo lo imaginable: ambientadores, recambios de coche, alfombras, camisetas, música, más enchufes (nunca he visto una ciudad donde se vendan más enchufes que esta)…, y las criadas uniformadas que viene a comprar el pan y los bollos calientes para el desayuno de sus señores. También se agolpa una nube de niños y niñas de la calle que es mantenida a prudente distancia por los guardias de seguridad, preocupados por garantizar que no ensucien nuestro oasis de paz.
Con Marga hablo de la posibilidad de pasar un par de días conociendo el trabajo de sensibilización que está haciendo su organización en las afueras de la ciudad. Me dice que va a ver si es posible. Un par de días más tarde me dirá que sí, ya os contaré lo que vi y aprendí.
Así me voy introduciendo en Maputo, una ciudad que presenta diversas lecturas, dependiendo del lado en el que te sientes. Siempre con un guardia de seguridad o una verja para fijar la frontera entre los diferentes mundos. Pienso que el sector de la seguridad debe ser uno de los que mayor número de personas emplea no solo en Mozambique sino en todo el continente.
Las rejas, los alambres espinados, los guardias de seguridad en casas, en comercios, en oficinas, en restaurantes…, son otra de las constantes de Maputo.
TODAS LAS FOTOS, CHEMA CABALLERO
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