Elogio de los PIIGS
La economía se ha convertido en el relato único de Europa, pero no es casualidad que los países más maltratados por la crisis sean esos donde vivir la vida es un elemento fundamental de la cotidianidad
“Veamos a los prelados, como se preocupan de la riqueza y desdeñan el cuidado de las almas”, escribió Roger Bacon refiriéndose a la acumulación de bienes materiales que ostentaba la iglesia y, sobre todo, a lo poco que le importaba el alma de sus fieles. Bacon veía en la iglesia una orientación hacia lo material y esto, desde su punto de vista, era un contrasentido en esa institución fundamentada en las manifestaciones inmateriales, intangibles e invisibles.
Aquella orientación que Bacon veía en la iglesia hace más de 700 años, la encontramos ahora en los dirigentes europeos, obsesionados por la crisis, por la riqueza dineraria que no tienen, que no les llega, o que está en peligro de contraerse, y desdeñando temerariamente “el cuidado de las almas” que son, por cierto, lo que da forma y sustancia a un país.
¿Y qué otra cosa pueden hacer los gobiernos europeos frente a una crisis de este calibre? La respuesta no la saben, a la vista de los resultados obtenidos hasta hoy, ni gobernantes, ni economistas, ni banqueros, ni chamanes.
Lo que es cada vez más evidente, es lo que no hay que hacer frente a una crisis de este calibre: orientar a Europa exclusivamente hacia la economía y dejar desfallecer esos otros elementos, cruciales en este continente, que al final son los que distinguen a Europa del resto del mundo.
Pondré un ejemplo tosco, con el ánimo de clarificar: los ajustes y los recortes que impone esta orientación económica, la violencia que estos ejercen contra el ciudadano común, atenta contra los derechos fundamentales de las personas, que son la piedra angular de Europa. ¿Qué va a quedar de este continente si las medidas económicas terminan aniquilando estos derechos?
¿Está mal ser como somos los portugueses, italianos, irlandeses, griegos y españoles?
Los economistas, que son hoy los nuevos gurús, aportan una visión imprescindible para enfrentar la crisis, pero que no puede ser la única porque se trata de una visión limitada que, últimamente, se aplica a todos los campos de la existencia. El PIB, la prima de riesgo, el IBEX, que son hoy nuestros oráculos, no contemplan más que variables económicas, y nos dicen bastante poco sobre la cultura de los países, sobre el estado de ánimo de sus habitantes y sobre su calidad de vida. Resulta ingenuo pensar que un hombre de Noruega, con sus noches y días eternos y sus inviernos crudísimos e interminables tiene, gracias a su prima de riesgo ejemplar, más calidad de vida que un mallorquín en plena crisis y con la prima de riesgo por los suelos.
La economía se ha convertido en el relato único de Europa, y esto es especialmente grave para los países como España, que nunca se han distinguido por su talento en esta materia pero que, sin embargo, tienen otros talentos que también son parte fundamental del continente, de ese relato que tendría que ser, nuevamente, variopinto, multidireccional y polifónico.
No es casualidad que los países más maltratados por la crisis sean esos donde mejor se vive, donde vivir la vida es un elemento fundamental de la cotidianidad. España, Italia y Grecia, esas rémoras que lastran la economía europea son, a pesar del oneroso rincón al que nos han mandado los economistas, los países a los que todo el mundo quiere viajar, o instalarse una temporada o, como pasa con frecuencia, quedarse a vivir. Portugal es también otro objeto del deseo de los europeos económicamente pujantes, e Irlanda, como bien sabrá quien haya pasado una temporada en esa isla, es, a pesar de su frío y de su bruma perpetua, un país de ánima mediterránea, donde vivir la vida es muy importante.
Sobre Irlanda, por ser el más excéntrico de esta exclusiva lista, exhibo una evidencia literaria: la prosa de Ulises, la novela de Joyce, en su inglés original, es prima hermana fonética de la prosa de Guillermo Cabrera Infante, que era cubano.
Los países suelen estar orientados de cierta manera, cada pueblo tiene su genio, los hay orientados hacia la productividad, hacia la religión, hacía la vida reglamentada, hacia la guerra, etcétera. Para estos países, vivir la vida es algo que se hace entre una obligación y otra, y no su orientación principal, como nos sucede a los PIIGS (Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España).
PIIGS: ese malicioso acrónimo que viene de Londres, una ciudad donde sus altos ejecutivos financieros, acaban de descubrir los beneficios fisiológicos, y el incremento en la productividad, que produce la siesta, y últimamente se han puesto a practicarla en sus oficinas, o en una tumbona en Hyde Park.
En los últimos años, como digo, la orientación particular de cada país europeo ha sido arrasada por el canon económico, por ese relato que favorece a los países tradicionalmente productivos y que destruye a los que están orientados de otra forma. Más allá de lo que puedan teorizar economistas y ministros, que últimamente aciertan tan poco como la señorita que vaticina el clima, la solución de la crisis está no sólo en las maniobras económicas, también debe tomarse en cuenta el genio de los pueblos, y para salir del agujero habrá que combinar la mirada unidireccional y naturalmente limitada de los economistas, con una visión múltiple y panorámica que contemple la orientación particular de cada país.
La visión unidireccional de los expertos ya ha establecido un peligroso rasero moral
El relato económico europeo, que todo lo deforma, ha hecho germinar en España un desánimo, altamente contagioso, que no puede producir nada positivo. ¿Está mal ser como somos los portugueses, italianos, irlandeses, griegos y españoles?, ¿tendríamos que ser todos tan productivos como los alemanes? La visión unidireccional de la economía ya ha establecido un peligroso rasero moral, donde el que produce al ritmo europeo es el bueno y los malos aquellos que no siguen el paso de estos. Este rasero ha calado ya en todos los rincones de la sociedad y, lo que es peor, el gobierno español toma sus decisiones basado exclusivamente en él. Si el lado fuerte de España, y de Grecia y de Italia, no ha sido nunca la economía, ¿por qué va a serlo ahora? España, y sus amigos los PIIGS, son como han sido siempre, y pensar que estos países van a cambiar a fuerza de firmar decretos en Bruselas, es una necedad. A estos países se les aceptó así en la Unión Europea y así, como siguen siendo, debe tratárseles, porque Europa es también eso, sus países mediterráneos, solares, donde la vida lleva otro ritmo y tiene otras prioridades, y sin estos países, sin los tan denostados PIIGS, Europa, señoras y señores, dejará de ser Europa.
Este no es un argumento a favor del viva la Virgen, ni de la vida loca, ni de ese espíritu pícaro y chapucero, que tan bien explicó el formidable Valle-Inclán, y que ida la riqueza ha quedado vergonzosamente al descubierto. Tampoco se pretende que los países ricos mantengan a los PIIGS aunque, poniéndonos serios, eso era más o menos lo que hasta hace muy poco venía pasando. El relato europeo tendría que reorientarse, hacía esa máxima que rige los desplazamientos de la guerrilla: la columna avanza a la velocidad del más lento. Y no al revés, como sucede ahora.
La orientación de los PIIGS no puede ni debe despreciarse, saber vivir la vida es un talento que debe tomarse en serio y que no tienen la mayoría de los países; este talento, este complicado equilibrio entre lo apolíneo y lo dionisíaco, entre lo celeste y lo pandémico, era uno de los puntos cardinales de varios filósofos de la era presocrática, de esos tiempos benditos en que el cuerpo era tan importante como el espíritu, de aquel mundo vital, sensual y solar que sepultaron Platón y el judeocristianismo, y que ahora quiere volver a enterrar el Banco Central Europeo.
La autoestima nacional va a la baja y desde las profundidades de la depresión, y con una orientación exclusivamente económica, el gobierno español va desmantelando todo aquello que no genere dinero inmediato y va aniquilando la verdadera riqueza de España, que claramente no es el dinero, que aquí se ha ido dilapidando sistemáticamente y sin descanso desde el siglo XVI.
Para empezar a salir de la crisis hay primero que aceptar lo que en realidad somos y rescatar, y aupar, todo aquello que es España más allá de su economía en ruinas, de su banca quebrada, de sus ministros vacilantes y de su presidente ausente; más allá de toda esta catástrofe temporal, España es, y ha sido siempre, sus artistas y sus científicos, sus deportistas y sus cocineros, sus atrevidas conquistas sociales, su admirable sistema universal de salud y ese talento milenario para saber disfrutar la vida que se heredó directamente a los países latinoamericanos. Todo esto, que es la verdadera riqueza de España, está siendo liquidado por el gobierno, que se inspira en la quimera de que los PIIGS podemos convertirnos, como por arte de magia, en alemanes.
Jordi Soler es escritor.
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