Gutiérrez Mellado en su centenario
El que fue vicepresidente del Gobierno promovió la transformación integral de las fuerzas armadas acomodándolas al nuevo orden democrático
Hoy hace exactamente cien años nacía en la madrileña calle de la Libertad uno de los grandes protagonistas de la transición a la democracia en España: Manuel Gutiérrez Mellado. Mucho se ha insistido durante estos últimos treinta y cinco años en el buen juicio y la sagacidad política de aquella generación de hombres de Estado que pilotó la travesía del cambio, acertó a desmontar pacíficamente las caducas estructuras políticas de la dictadura y terminó levantando el andamiaje institucional de una nueva democracia. Entre ellos, refulge con brillo propio la figura señera del general Gutiérrez Mellado por su integridad personal, su probado arrojo y su lealtad inquebrantable a la monarquía constitucional. Con toda certeza es a personajes como él a quienes sucesivas generaciones de españoles les deben el haber podido disfrutar del periodo más prolongado de democracia de nuestra historia.
Gutiérrez Mellado culminó una brillante carrera militar en el ejército que había vencido en la guerra civil. Con el paso de los años llegó sin embargo a convencerse de que un futuro de convivencia pacífica para todos los españoles sería imposible sin un esfuerzo auténtico de reconciliación nacional. Ello requirió en los momentos más difíciles de la transición neutralizar a aquellos segmentos políticos que, olvidadizos de conveniencia, iluminados de toda laya o fanáticos de la intransigencia, presionaban desde los extremos para hacer fracasar la empresa colectiva de la democracia. Pero, por encima de todo, se exigía liquidar de una vez por todas la venenosa realidad de las dos Españas que con tan cruel inquina y tan dramáticas consecuencias había infestado nuestra historia durante el siglo pasado. Precisamente a esa idea de maniobra de acabar con aquella iniquidad dedicaría Gutiérrez Mellado con ejemplar denuedo los años que se desempeñó como vicepresidente del gobierno entre 1976 y 1981, así como el resto de sus días desde el Consejo de Estado.
En la memoria colectiva de muchos españoles sigue sin duda vivo el recuerdo del coraje y la gallardía con que el general Gutiérrez Mellado se comportó en aquel malhadado instante de la infausta tarde del 23 de febrero de 1981, cuando la recién nacida democracia española hubo de superar su momento más difícil. No es tan seguro, en cambio, que el público lo recuerde como el promotor, y el primer y más decidido agente, de una transformación integral de las fuerzas armadas españolas que las acomodó en el nuevo orden político democrático, las integró en la sociedad a la que se deben y las situó, para orgullo de civiles y militares, a la altura de las importantes misiones que tienen constitucionalmente encomendadas. La creación del Ministerio de Defensa en 1977, del que Gutiérrez Mellado fue su primer responsable, estableció la doble estructura operativa y administrativa que debe presidir una organización moderna de la defensa y sentó las bases para las ulteriores reformas de las fuerzas armadas que han hecho de ellas una de las instituciones más valoradas de nuestra sociedad.
Uno de sus últimos empeños, culminado con éxito, fue acercar la universidad a las fuerzas armadas
Un triste día de diciembre de 1995 Gutiérrez Mellado ingresó definitivamente en la posteridad tras un fatal accidente de tráfico acaecido mientras se dirigía a dictar una conferencia sobre las fuerzas armadas y la transición democrática en la Universidad Ramon Lull de Barcelona. Es mérito de su biógrafo, Fernando Puell, el haber compilado, ordenado y publicado aquellas cuartillas que quedaron dispersas por una cuneta y en las que el general había pergeñado el que iba a ser su postrer discurso. Quiso así el azar de un trágico accidente que hasta en su última hora y servicio nos dejara Gutiérrez Mellado constancia escrita de su más perdurable legado político, así como de uno de sus últimos empeños: el de acabar con esa suerte de abismo que en nuestro país ha distanciado secularmente a la universidad de las fuerzas armadas. Ese encomiable empeño terminó cuajando en la creación por parte del Ministerio de Defensa y la Universidad Nacional de Educación a Distancia del Instituto Universitario de Investigación sobre la Paz, la Seguridad y la Defensa que desde 1997 lleva su nombre y que este próximo otoño conmemorará el centenario de Gutiérrez Mellado dedicando al estudio de su figura y herencia la quinta edición del Congreso de Historia de la Defensa.
Corría el año 1983 cuando, en uno de esos ejercicios de sinceridad que no suelen prodigar nuestros responsables políticos, Gutiérrez Mellado confesó al periodista Jesús Picatoste que estaba harto de perder guerras con honra. Transcurrido un siglo cabal desde su nacimiento y más de tres lustros desde su muerte, la democracia ya no se encuentra amenazada en España, sus instituciones se han consolidado plenamente y sus fuerzas armadas encajan a la perfección en el orden constitucional a la par que gozan del merecido aprecio y reconocimiento de sus conciudadanos. Los problemas que hoy penden sobre nuestro país son en suma bien distintos a los que con tanto éxito afrontaron los artífices de la transición. Por eso, en estos nuestros tiempos en los que algunos se obstinan en poner en tela de juicio los esfuerzos y logros del viaje a la democracia, no hay sino que reconocer que, por fortuna para todos los españoles, esa guerra la ganó el general, y la ganó con honra.
Miguel Requena es catedrático de sociología en la UNED y director del Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado de Investigación sobre la Paz, la Seguridad y la Defensa
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