_
_
_
_
_
DAGUERROTIPOS: NICOLAS SARKOZY
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

En la puerta giratoria del poder

"Decía Billy Wilder que los húngaros son los únicos seres del planeta capaces de entrar los últimos por una puerta giratoria y salir los primeros. Nicolas Sarkozy es hijo de uno"

Manuel Vicent
Ilustración de Nicolas Sarkozy.
Ilustración de Nicolas Sarkozy. EDUARDO ARROYO

Decía Billy Wilder que los húngaros son los únicos seres del planeta capaces de entrar los últimos por una puerta giratoria y salir los primeros. Nicolas Sarkozy es hijo de padre húngaro católico casquivano y de madre judía griega, una familia aristocrática huida de la invasión soviética, instalada en París, donde en 1955 nació este político, rabo de lagartija, que da la sensación de ser más espabilado que inteligente, más nervioso que expeditivo, más rápido que eficaz, de mirar más a los lados que de frente. Pero Sarkozy, que se desbravó como ministro del Interior, tiene el peligro y la virtud de saber con exactitud por dónde discurren las cloacas del poder. En su ascensión a la cumbre de la República Francesa, siendo ministro de Chirac, ensayó su arte para adelantar en medio de la puerta giratoria contra su directo adversario en el partido, aquel fino y elegante Dominique de Villepin, que tenía una cabeza tan bien peinada como un anuncio de peluquería de caballeros Grecian 2000. Esta vez el quiebro de la puerta giratoria le salió bien. Billy Wilder le hubiera felicitado.

Apenas llegó al poder, Sarkozy comenzó a realizar una política frenética de hechos, gestos, signos y golpes de efecto. Primero cogió un avión y se fue al fondo de África a liberar a unos rehenes franceses y españoles por sí mismo como un capitán intrépido, y de vuelta aterrizó en Madrid para devolverle los suyos a Zapatero, con un guiño de sobrado. Intervino en el polémico caso de la ONG El Arca de Noé, aquellos niños del Chad trasladados a Francia, y en el intercambio y la liberación de Ingrid Betancourt por las Fuerzas Armadas Revolucionarias Colombianas (FARC). En medio de una actividad uniformemente acelerada nunca le faltaba el resuello: se divorciaba de Cecilia, su segunda mujer, pariente de Albéniz, y se empataba con la diva exmodelo y cantante Carla Bruni, a la que exhibía en los salones como un trofeo de alta caza. A renglón seguido la embarazaba y ella paseaba con una discreción encantadora el bombo ante la caldosa baba del marido, que por primera vez parecía humano y no un héroe del cómic político, tipo Batman, aunque con la necesidad de tener que ponerse alzas y estirar el cuello.

Injertado a medias de Ronald Reagan y de Charles de Gaulle, es un duro conservador pragmático que usa palabras grandes para la grandeza de Francia y palabras golfas sin sintaxis, cabrón, capullo, para dirigirse a los que desprecia. La forma brutal y contundente de encarar la inmigración ilegal y la delincuencia juvenil con la acción directa al estilo policíaco provocó el gran fuego en los suburbios de las ciudades, cuyo resplandor iluminó el espíritu combativo de este político, pero también sus trampas, las maletas llenas de dinero africano, el espionaje a periodistas, la venta de armas, las comisiones ilegales. No pasaba nada. Lo importante era la propia ráfaga.

De pronto se presentó la crisis económica atacando al Occidente industrial y cristiano por la espalda y Nicolas Sarkozy sorprendió a media humanidad con la salida de que había que refundar el capitalismo. Nada sería lo mismo en adelante si el capitalismo no volvía a la moral, dijo cubierto el cráneo con un gorro napoleónico de papel. Hay que someter a los dioses del mercado, pero estos acaban de rebajarle la triple A a la economía francesa y este superdinámico Sarkozy se encuentra ahora políticamente entre dos bandos. Debe robarle la acción a la extrema derecha para dar nombre al miedo de Francia y al mismo tiempo se ve obligado a echarle algunas rodajas de mortadela a los perros que intentan morderle el calcañar desde la izquierda.

Más allá de su ambición y del resultado en las próximas elecciones, la personalidad psicológica de este político se mide ante dos mujeres. Hoy Sarkozy parece un apéndice nervioso que se mueve en torno a Angela Merkel y un gallo estirado que se pavonea junto a su esposa, Carla Bruni. Ante Merkel no tiene otro remedio que darle la razón sin perder el orgullo, y tal vez a Carla deberá reconquistarla si, perdido el poder, se extingue la seducción. La puerta giratoria está rodando en Francia. Todo consiste en adivinar si esta vez Sarkozy, que ha entrado el último, saldrá el primero.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_