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Las tarjetas ‘black’ o cómo se dignifica un sueldo

Blesa ofrece una gran explicación sobre las tarjetas: fue un arrebato de decoro, que en todo caso tuvieron otros, para que los consejeros cobraran lo que se merecían

Íñigo Domínguez
Ramon Blesa, ex presidente de Caja Madrid acudiendo a la Audiencia Nacional.
Ramon Blesa, ex presidente de Caja Madrid acudiendo a la Audiencia Nacional. Carlos Rosillo

En un encomiable acierto topográfico-judicial el proceso de las tarjetas black se celebra en la calle Límite. No solo porque transcurra en los límites de la realidad, del sentido de la realidad de algunos acusados, también porque es el confín entre Torrejón de Ardoz y San Fernando de Henares, así como de la tarifa de taxis de Madrid. A partir de allí, los números vuelan, se pierde el control y que sea lo que Dios quiera. Como les pasó a los de las black, que ya era adicción al cajero. Este viernes comenzaron a declarar los 65 investigados, empezando por Miguel Blesa, presidente de Caja Madrid hasta 2010, y con todo lo que ha caído debe reconocerse que fue capaz de dar una explicación nueva y sorprendente: todo surgió por un acto de dignidad, que en todo caso tuvieron otros.

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Los vinos, las joyas, las cenas, las cacerías de elefantes, fueron porque nobleza obliga. Blesa rememoró aquel fatídico día de 1988, aunque él todavía no estaba, en que el consejo de administración de Caja Madrid decidió subir el sueldo a sus miembros “para dignificar su retribución”. Que visto lo visto no es exactamente lo mismo que un sueldo digno. Pero aquello debía de ser una cosa humillante, y además impuesta por la ley, porque no se podían subir las dietas, así que se les ocurrió un sistema alternativo: además del salario, tarjetas de barra libre. Todo esto según Blesa, que echa la culpa al equipo anterior. Pero en cualquier caso a él le parece normal. Se defendió bien, con seguridad, labia y soltura. Se lo sabía, citaba leyes y fechas de memoria, no en vano se sacó en su día las oposiciones de inspector de Hacienda. Te imaginabas perfectamente cómo te podía convencer para colocarte unas preferentes, por ejemplo.

Explicó el tema con naturalidad y puso como ejemplo que en 1996 el balance de la entidad era de 30.000 millones de euros, y en 2009 ya ascendía a 200.000. ¿Cómo vas a seguir cobrando lo mismo, sobre todo si es una caja de ahorros con fines benéficos? No: “Se acompasaron las retribuciones de todo orden a la responsabilidad y el tamaño de la caja”. Cuanto más grande era la caja, más metían la mano dentro. Pero sin ninguna mala conciencia, “con la plena convicción de que actuaba legítimamente”, insistió Blesa. Porque se lo merecían.

Es que Blesa llegó en 1994, se encontró el tinglado montado, eso asegura, y hasta hoy. No le extrañó ni nunca nadie le dijo nada en 23 años. Le escuchaban perplejos en la última fila ocho estafados por las preferentes. A ellos les exigían un máster para saber lo que les estaban colando, pero las ocho filas de venerables personajes que se sentaban delante de ellos tenían el bendito privilegio de la ignorancia, aunque eran lo más selecto de este país –de hecho idearon algo tan maquiavélico como lo de las preferentes- y lo de las black es de primero de económicas. Los de las preferentes, por ejemplo, eso sí lo pillan al vuelo.

La élite seleccionada para este banquillo, ambiente masculino, anciano y de traje oscuro, conversaba animadamente antes del juicio. No era el funeral para todos los españoles que el otro día describió el fiscal para pedir una vela en este entierro. Era una escena chocante, porque reinaba algo que se podía llegar a confundir con la despreocupación. Esta gente no se veía reunida desde aquellos fantásticos consejos de administración, y si sonreían ahora, cómo sería en los buenos tiempos. Entrarían bailando la conga. Hasta a Gerardo Díaz Ferrán, trasladado desde la cárcel y al que le hacen un poco de vacío, le abrazó uno. Bromas, corrillos ruidosos, parecía una salida de misa antes de los aperitivos. De hecho lo hubo luego, en el receso. Una de las abogadas sacó unas bandejas de cartón con sándwiches y tortilla de patatas. Los de las preferentes flipaban, igual que algunos de los veteranos de la Audiencia que no habían visto nada igual en su vida. “Y a nosotros ni nos ofrecieron”, se quejaban luego Miguel y Rosa María Rodríguez, dos de los afectados por la estafa. Claro, sin haber estado nunca en un juicio, pensaron que aquello formaba parte del festival, que aún seguía adelante a sus expensas. Es que si uno no es del ambiente ya no sabe lo que es normal y lo que no. Miguel, según sus palabras, tuvo este diálogo con la letrada cuando intentó coger un cubito de tortilla y ella le preguntó:

-¿Usted quién es?

-Soy uno de los que ha pagado esta tortilla.

La abogada le respondió que no podía ser porque la había pagado ella. Que ya entre ellos se lo comían. Es como lo que explicó Blesa en la sala, que cuando llegó a Caja Madrid no hizo preguntas sobre las black porque había “un principio de confianza en una institución tricentenaria”. Y en el juicio en los canapés enseguida se notaba que estos señores de niki y zapatillas no eran de allí y no te podías fiar. Estaban fuera de lugar: si colocabas en fila a las ciento y pico personas de la sala y te daban diez segundos para identificar a los de las preferentes te sobraban cinco. No era la ropa modesta, es que eran los más serios y preocupados. De hecho solo les dejaron entrar con la promesa de que se iban a portar bien. Y para alguien a quien han robado 300.000 euros, como a la señora Rodríguez, se portaron estupendamente.

En cambio en Caja Madrid y luego Bankia te podías fiar: como bien recalcó Blesa, ningún departamento, ni asesor jurídico, ni auditores, ni el Banco de España, ni Hacienda, dijo nunca nada en 23 años, y ya es raro, con gente de todos los grandes partidos y sindicatos dentro. La gran tesis de defensa de Blesa es que el sistema black no se ocultaba y no estaba oculto, porque si no toda esta gente lo habría visto. Cosas de Expediente X que en el mismo tono esotérico el expresidente resumió así: “La oscuridad no se ha producido”. O supersiticiones de brujas: "Todo el mundo estaba en la creencia de que eso estaba incluido". Su abogado le preguntó: “¿Hubo la menor objeción? ¿A alguien se le planteó alguna duda?”. “No, a nadie”, respondió Blesa. Y esto entre gente con estudios. Entérense: esto era lo normal, eran ustedes los anormales.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Es periodista en EL PAÍS desde 2015. Antes fue corresponsal en Roma para El Correo y Vocento durante casi 15 años. Es autor de Crónicas de la Mafia; su segunda parte, Paletos Salvajes; y otros dos libros de viajes y reportajes.

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