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Tribuna
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Los espacios sin uso no son vacíos urbanos: El mercado de Legazpi

Frente al aprovechamiento económico, merecen ser rescatados por sus valores urbanos y culturales

La crisis ha abierto un periodo de reflexión sobre cómo debemos construir nuestras ciudades. Tras décadas de crecimiento extensivo y de grandes proyectos, el foco se ha desplazado hacia los procesos de transformación, abiertos a más agentes e iniciativas, mientras los grandes operadores se lamen las heridas.

Los espacios sin uso ocupan una posición central en este nuevo contexto, y se analizaron en la cuarta jornada “Holanda en Madrid”, celebrada el pasado 13 de abril y organizada por el grupo de investigación NuTAC de la UPM, con el apoyo de la Embajada de los Países Bajos, el Ayuntamiento de Madrid y la asociación Espacio Vecinal Arganzuela (EVA). Solares, edificios abandonados, de propiedad pública o privada, antiguos palacios, naves o complejos industriales, estructuras deterioradas o en ruina, conforman una variedad de situaciones a las que se denomina “vacíos urbanos” en los debates e investigaciones recientes.

La palabra “vacío” expresa el enorme potencial de un soporte supuestamente sin contenido, a la espera de ser llenado con nuevas construcciones y actividades. Y este “vacío urbano” es objeto de un interés prioritariamente económico: su aprovechamiento promete beneficios o ahorro, frente al coste de su abandono o mantenimiento.

Estas premisas han guiado el trabajo de investigación “El valor del vacío” presentado en la jornada por los profesores Carlos Lahoz y Carlos Martínez-Arrarás. La primera fase del trabajo, terminada en 2013, arrojaba para la llamada “almendra central” de Madrid tres millones de metros cuadrados de edificación potencial sobre “vacíos”, a los que se atribuye un valor de 12.000 millones de euros.

Frente al valor económico, otros han querido dar prioridad al potencial social de los espacios sin uso, aunque sigan identificándolos como “vacíos”. Basta recordar el ambiguo Pla BUITS impulsado por el Ayuntamiento de Barcelona para la cesión temporal de solares en desuso.

En definitiva, el término “vacío” parece el más aceptado para hablar de estos espacios, y es hora de preguntarnos si realmente son sólo un soporte que espera ser “llenado” con usos o construcciones. Para empezar, la ausencia de uso en un espacio no implica que esté vaciado de significado y valor urbano, cualidades que dependerán de su tamaño, forma y posición en relación al resto de la ciudad. Pero además, algunos de estos supuestos “vacíos” contienen valores relacionados con la memoria de nuestras ciudades y sus barrios, un patrimonio a menudo legalmente protegido sobre el que se multiplican las contradicciones.

En realidad, que lugares y edificios como los de la antigua fábrica Can Batlló en Barcelona o el antiguo Mercado de Frutas y Verduras de Legazpi en Madrid sean entendidos como “vacíos” podría explicar los planes que se ciernen sobre estos y otros ejemplos. El caso del Mercado de Legazpi es paradigmático. El “relleno” es ahí casi literal: el actual proyecto municipal recicla una propuesta de 2007 que entendía la estructura antigua como mero soporte para un crecimiento acorde con la mentalidad que alimentó la burbuja. El gran patio central de los años treinta se ocupa con nuevas construcciones, colmatando y produciendo más metros cuadrados, alterando un elemento fundamental para la compresión de su estructura, anulando su potencial como espacio público que la ciudad podría ganar a ras de suelo. Además, los interiores se transforman y se “rellenan” en su mayor parte con oficinas para funcionarios municipales, produciendo un gran contenedor casi cerrado al contexto urbano. Por último, las fachadas del edificio histórico -uno de los mejores ejemplos de arquitectura pública de los años treinta en la capital- se alteran para proyectar una imagen genérica que desdibuja y borra la memoria del lugar y los materiales de su arquitectura.

Afortunadamente, vecinos y asociaciones ciudadanas como EVA vienen reclamando, en estos y otros supuestos “vacíos”, la atención a los valores urbanos y culturales relacionados con la identidad específica de los barrios y ciudades. No se contentan con la asignación de metros cuadrados para actividades vecinales, con la gestión social de determinados espacios que, por lo demás, suelen asumir una posición residual en los proyectos de “relleno”. Es hora de que ayuntamientos como el de Madrid y Barcelona atiendan a estos movimientos, que se liberen de la inercia de los grandes proyectos, públicos o privados.

Otras ciudades europeas han demostrado que los espacios sin uso pueden ser reactivados "desde abajo", con iniciativas más atentas a los valores urbanos y culturales, y no sólo al inmediato ahorro o beneficio económico. Sirva, como ejemplo, Ámsterdam, que desde su oficina Bureau Broedplaatsen apoya a asociaciones y particulares que identifican espacios sin uso en los que desarrollar sus actividades. Su director, Jaap Schoufour, invitado al mencionado encuentro “Holanda en Madrid”, explicó cómo las políticas de reactivación pueden fomentar la iniciativa ciudadana, su capacidad para entender el potencial de los lugares, invertir en su transformación y adaptarse a espacios y situaciones no ortodoxos.

Al fin y al cabo, como decía Jane Jacobs, “las nuevas ideas necesitan viejos edificios”. A lo que se podría añadir que son necesarias para entender que edificios y espacios sin uso no son simples “vacíos”, sino lugares capaces de inspirar una transformación profunda de nuestras ciudades y del modo en que las pensamos.

Sergio Martín Blas es arquitecto y miembro del grupo de investigación NuTAC-UPM.

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