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Reportaje:EL GRITO AHOGADO DE UNA ESTRELLA

¿Quién cuida de Demi Moore?

En la escalada por recuperar su vida tras la ruptura con Ashton Kutcher, la actriz ha desembocado esta misma semana en el hospital, alimentando titulares sobre su frágil estado de salud. Es el último traspié de una estrella en busca de la estabilidad

Tom C. Avendaño

Demi Moore (Nuevo México, 1962) llamó el lunes a una ambulancia desde su casa de Los Ángeles. Fue atendida allí durante media hora, luego transportada a un hospital y, finalmente, a una localización sin especificar para ser atendida por lo que su representante llama "agotamiento" y lo que la web de cotilleos TMZ califica de "abuso de sustancias", y otros, de "relación amor-odio con su cuerpo". Los tabloides más osados aseguran que lleva "abusando de sustancias" desde que se divorció de su marido, Ashton Kutcher, en noviembre. Y los todavía más bravos aventuran que la cosa viene de largo y que precisamente por eso buscó la ruptura el presuntamente infiel esposo.

Todo este historial de insatisfacciones empezó con un simple mono. Se trata de un peluche enorme que sostenía un plátano a medio pelar y que la pequeña Moore, entonces Demetria Gene Guynes, tenía de niña. Lo guardaba en el tráiler en el que vivía con su padre, Danny Guynes, un hombre que pasaba más tiempo en el paro que trabajando, y con su madre, Virginia, de quien entonces se desconocía otra ocupación que ser alcohólica. La pequeña Moore se llevaba el mono en las continuas mudanzas que marcaron su infancia. Su padre iba buscando trabajo en diferentes pueblos, ciudades y Estados (la actriz afirma haber vivido en más de cuarenta sitios antes de cumplir la mayoría de edad). Dentro de esa rutina, Demi -entonces una niña fea y torpe, que solía lucir un parche negro para corregir el estrabismo de su ojo derecho y que debía su nombre a la marca de una muestra de champú que le vino a su madre en una revista- tenía al mono como referente favorito. "Lo amé hasta destruirlo, hasta que se convirtió en un guiñapo harapiento", reconoció públicamente años más tarde. "Una Navidad, mis padres me compraron otro igual. Lo abrí, y pasé un rato mirando el mono nuevo y el viejo. Luego salí a la calle con el nuevo bajo el brazo y volví sin él. Aún no lo han encontrado".

Se comportó como una 'Gatsby'moderna, creán-dose una identidad de la nada
"Todo lo que hacía giraba alrededor del hecho de que era una estrella", dice un guionista
"Criticaron mucho su desnudo embarazada, pero fue un gesto valiente y feminista"
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Demi Moore toca fondo

Ahora que reside en una mansión de Malibú (California) comprada con los réditos de haber sido la actriz mejor pagada de Hollywood, Moore tiene un mono idéntico y se empeña en creer que es el que ella abandonó. Es parte de su colección de cientos de macacos de peluche. Que a su vez solo son parte de su colección de más 3.000 muñecos. De hecho, es una de las mayores coleccionistas del mundo. Lo cual ilustra perfectamente el principio rector de su carrera: hacer algo (cuanto más grande, mejor) con las tristes cartas que le repartió la vida.

Lo de conseguirlo con la actuación fue un accidente. Su padre abandonó a la familia cuando ella tenía 13 años. Cuatro años más tarde se suicidaría. Para entonces, Demi había descubierto que su padre biológico era otro, un piloto del ejército llamado Charles Harmon, un amante que Virginia había mantenido en secreto para así casarse con Danny. Demi decidió conocerlo, tildó el encuentro de "incómodo" y convino con el militar no repetir jamás. En su lugar, lo que hizo fue irse de casa en 1978, a los 16. Como por entonces estaba viviendo cerca de Hollywood, había hecho buenas migas con su vecina, la actriz Nastassja Kinski, y había pasado de patito feo a belleza escultural, le salía más a cuenta ponerse delante de una lente que otra cosa.

En sus inicios se comportó como una gatsby moderna que se crea una identidad de la nada. Primero como modelo y luego como actriz en el culebrón Hospital general. Con eso y un trabajo a media jornada de teleoperadora, iba pagándose facturas, fiestas, copas y drogas. Todo esto junto al cantante Freddy Moore, con el que se casó en abril de 1980 y a quien, junto a aquella muestra de champú, debe la otra parte de su nombre.

En esa época, la agente de casting Johanna Ray recibió el encargo de encontrar a "la nueva Karen Allen", la aguerrida protagonista de En busca del arca perdida. Era para una versión serie B de Alien que iba a estrenarse en 1982, titulada Parasite. Eligió a Moore. "No sabía que iba a ser una estrella, pero tenía algo", recuerda hoy el protagonista de la cinta, Luca Bercovici. "Un cierto je ne sais qouis, una naturalidad innata que no teníamos los demás". Veronica Flynn, que trabajó de script durante el mes que duró el rodaje en las afueras de Los Ángeles, asegura que "estaba más interesada en todo lo que pasaba en el set que cualquier otra actriz de su edad. Tenía muchas ganas de aprender", afirma. Lo mismo le pasó al productor Craig Baumgarten, quien le dio su primer papel protagonista a Moore, en un drama llamado Click click. "Estaba claro que iba a ser una estrella", afirma hoy. "Tenía la capacidad de hacer que el personaje te importase, que es algo muy raro. Cuando la veías sufrir, solo querías consolarla".

La vida le cambiaría dándose un paseo por los estudios Columbia en 1983. Allí la vio Joel Schumacher, que andaba buscando jóvenes talentos para St. Elmo, punto de encuentro, un drama ochentero que acabaría convertido en clásico básico del brat pack (literalmente, "pandilla de mocosos"). El director quedó prendado de ella. Gracias a ese encuentro, Moore consiguió el papel. Y gracias a ese día en que se plantó en una prueba de vestuario completamente ebria, consiguió que el estudio le financiara una desintoxicación. En ese rodaje conoció a Emilio Estévez, primogénito de la dinastía Sheen (hijo de Martin y hermano de Charlie), por el que se divorciaría de Freddy y con el que iniciaría una publicitada relación de año y medio.

El idilio debería haber terminado en boda, como anunciaron en verano de 1986. Pero a Estévez le salpicó una denuncia por la paternidad de una niña y Moore puso fin al asunto. En julio de 1987, un amigo le presentó a Bruce Willis, un actor que no había tenido que prodigarse por fiestas ni revistas porque la serie de televisión Luz de luna le había hecho famoso de golpe y que por aquel entonces estaba rodando un potencial taquillazo llamado La jungla de cristal. Moore lo agarró con fuerza: le obligó a desintoxicarse y a dejar su vida de mujeriego. En noviembre fueron a ver un combate de boxeo a Las Vegas y terminaron casándose. El 16 de agosto de 1988 ya estaba dando a luz a su primera hija, Rumer.

Si bien contar dos matrimonios y un compromiso a los 26 años ya indica la relevancia que daba la actriz a la familia, las otras dos pulsiones que marcarían su imagen pública llegarían al año siguiente, tras un papel pequeño en una película pequeña, Ghost, que terminó recaudando 500 millones de dólares.

De la nada, asomó una inaudita tendencia a lo faraónico, tal vez para hacerse valer como la estrella que ella creía que era, pero que los créditos de sus películas, en los que siempre salía por debajo de alguien, no reflejaban. No tardó mucho en ponerla en práctica. Para el estreno francés de Ghost pidió un jet privado, una secretaria que tuviera su propia secretaria, tres peluqueros, un masajista y un guardaespaldas. Los protagonistas de la película, Patrick Swayze y Whoopi Goldberg, se contentaron con viajar en primera clase.

Desde entonces, sus exigencias de diva le valieron el mote de Gimme Moore y le acompañarían en cada rodaje. "Todo lo que hacía giraba alrededor del hecho de que era una estrella. Si tenía una opinión diferente sobre su personaje, no había hueco para la discusión. Ella ponía el punto y final", recuerda Ezra Litwak, guionista de Una bruja en Nueva York, una película en cuyo set se plantó teñida de rubio sin previo aviso porque así veía ella al personaje.

Esta grandilocuencia se cruzó con otro factor determinante para comprender su deriva: su ideal de familia. En 1992, el matrimonio Willis decidió asentarse lejos de las costas de EE UU. Encontraron un rancho en Hailey, un pequeño pueblo de unos 4.000 habitantes en Idaho. Empezaron restaurándolo y, tres años después, ya habían comprado parte de la gran vía del pueblo, un bar, dos cines y un edificio de oficinas. "Nosotros les dejamos hacer", explica Dan Gorham, entonces editor del periódico local Wood River Journal y ahora agente inmobiliario. "Bruce admitió que no pretendía ganar nada con esto de comprar medio pueblo y renovarlo. Solo nos pareció un capricho de dos personas con mucho dinero que querían pertenecer a algún lado que no fuera Hollywood. Un capricho raro, pero tanto dinero también es algo muy raro".

La segunda gran pulsión de Moore se puede resumir en una imagen. Ella desnuda, acariciando su barriga de embarazada de ocho meses. La icónica portada de Vanity Fair de agosto de 1991. "Nuestra intención era hacerle un primer plano para disimular su embarazo", cuenta Susan White, entonces editora gráfica de la revista. "Pero teníamos esa foto que Annie Leibovitz había hecho para su archivo personal y nuestro director de arte le puso el logo de Vanity Fair como prueba alternativa de portada. A las mujeres de la redacción les gustó tanto que la dejamos así. Y luego vino la polémica: los sectores ultraconservadores criticaron que erotizáramos un embarazo. Pero hoy nadie se acuerda de eso. Fue un gesto valiente y feminista".

Aquel accidente traducido en portada superventas (la idea original tan solo era promocionar Una bruja en Nueva York) marcó una pauta en la carrera de Moore: desde entonces serviría de símbolo de la mujer liberada, que usa su feminidad, su cuerpo como herramienta, independientemente de las exigencias de los hombres. Como escribió el crítico cinematográfico Roger Ebert, "es interesante ver cómo usa su cuerpo en su trabajo. La portada de Vanity Fair se puede poner junto a la bailarina de Striptease, junto a la ejecutiva de Acoso o la casada que se vende por dinero en Proposición indecente. Todas ellas ponen a prueba la tensión entre el cuerpo de una mujer y su ambición". Marguerite Derricks, la coreógrafa que la instruyó para Striptease, recuerda que "Demi se entregó mucho en las escenas de danza de la película. Decía que era liberador estar tan en contacto con su sexualidad. El truco, le enseñé yo, era no bailar para los hombres, sino para sí misma".

Al estrenar en 1996 esa película, que la convirtió en la mejor pagada en Hollywood (12 millones de dólares), en realidad le quedaba muy poco por revelar de su cuerpo. Fue un sonoro fracaso. El primero en el proceso de deconstrucción que le aguardaba: intentó despedir a su niñera en 1997, y esta la acusó de ir "siempre bajo la influencia de medicamentos mentales". Cuando fue a los Oscar de 1998, nadie registró su llegada a la alfombra roja, y mucho menos que iba sola porque su matrimonio con Bruce Willis estaba en las últimas. Meses después moría su madre, con la que no había hablado en años. Era el fin de su familia y, a juzgar por el fracaso de La teniente O'Neill en 1997, también de su carrera. Las niñas le sirvieron como excusa para refugiarse en su rancho en Ohio.

El anuncio de su relación con Ashton Kutcher, en 2003, la devolvió a la esfera pública. Sin previo aviso, la mujer que siempre se había negado a figurar para la prensa como la mujer de Bruce Willis era la chica de un chaval 15 años menor que ella. Ni su vuelta al cine con Los ángeles de Charlie: al límite ese mismo año suscitó tanto interés. Tras la boda, celebrada en 2005 en una ceremonia con un rabino de la Cábala que le había presentado Madonna, se reincorporó al circo mediático como Mrs, Kutcher (incluso bautizó así su cuenta de Twitter). A la pérdida de su estatus de estrella sumaba la de su imagen de mujer independiente. Sería injusto echarle a ella toda la culpa. Para entonces tenía 43 años y, como explica la veterana agente de casting Ilene Starger, "a esta edad los trabajos para mujeres escasean. Hollywood quiere atraer a los jóvenes y, a menos que una tenga el talento de Meryl Streep, Helen Mirren, Diane Keaton u otra actriz brillante, lo tendrá difícil".

Pero era un sacrificio en aras de la familia. De hecho, es de las pocas famosas divorciadas que tiene una relación cordial con su exmarido, como mostró otro reportaje en Vanity Fair en 2008, en el que se veía a sus hijas navegando y pescando con Willis y Kutcher en latente concordia. Centrada en proyectos sociales (la trata de blancas, el cáncer de mama o la explotación sexual infantil), recuperaba tímidamente el pulso profesional. En 2008 se estrenó como directora con un corto llamado Streak. "Se volcó con él como cabría esperar: exigente como la diva que todavía es cuando quiere, pero con talento y una madurez que tienen pocas mujeres en Hollywood", explica su productor, Darren Lew.

Su divorcio de Kutcher, en noviembre, dividió a la prensa: ¿infidelidades de él (lleva meses dejándose ver rodeado de modelos) o de ella (el último chico con el que se la ha asociado es el modelo de 26 años Blake Corl-Baietti)? El caso es que su apuesta por una familia extendida en feliz armonía saltó por los aires. Atendiendo a sus precedentes, se puede resolver que Moore resurgirá como el ave fénix de sus cenizas. Mientras, el fiel mono de peluche le esperará en su casa de Malibú.

» Una pareja rota

La activa página de Twitter de Asthon Kutcher se mantiene en silencio sobre la que ha sido su mujer hasta el pasado mes de noviembre. El actor ha estado esta semana en Brasil posando junto a la modelo Alexandra Ambrosio para el nuevo catálogo de la marca de moda Colcci. Ha hecho falta que pasaran cuatro días para que uno de sus portavoces hablara: "Ashton está profundamente preocupado por Demi", y añadió: "Todavía se preocupa por ella. Sin embargo, su matrimonio se terminó y ambos deben seguir adelante". Kutcher, de 33 años, y Moore, de 49, rompieron tras seis años de matrimonio. Fue ella quien puso fin a la relación después de que se hiciera público que él le había sido infiel.

Demi Moore, acicalando a Ashton Kutcher en el backstage de una entrega de premios de moda en el Beverly Hilton de Los Ángeles, en febrero de 2011. / stefanien keenan (getty) Demi Moore, con su familia, en 2008: Ashton Kutcher, sus tres hijas (Rumer, Scout y Tallulah) y Bruce Willis junto a su actual esposa, Emma Heming. / steve granitz (wireimage)

Todo pasa por caja

El ingreso hospitalario de Demi Moore ha descabalgado una curva de beneficio en su carrera que apuntaba de nuevo a lo ascendente. Moore ha resignado el papel de activista feminista en 'Lovelace', el 'biopic' sobre la actriz porno protagonista de 'Garganta profunda' que había de reflotar su caché cinematográfico. Mientras Ashton Kutcher se embolsa 700.000 dólares por capítulo con 'Dos hombres y medio', los beneficios de la actriz parecen provenir esencialmente de sus contratos con firmas de moda y belleza (es imagen de Ann Taylor y Helena Rubinstein). La analista de 'Forbes' Dorothy Pomerantz sitúa sus ganancias actuales en torno a los cinco millones de dólares al año.

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Sobre la firma

Tom C. Avendaño
Subdirector de la revista ICON. Publica en EL PAÍS desde 2010, cuando escribió, además de en el diario, en EL PAÍS SEMANAL o El Viajero, antes de formar parte del equipo fundador de ICON. Trabajó tres años en la redacción de EL PAÍS Brasil y, al volver a España, se incorporó a la sección de Cultura como responsable del área de Televisión.

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