"¿Soy de veras Pamuk?"
Orhan Pamuk (Estambul, 1952) llega a las tres y media en punto a su despacho en la Universidad de Columbia; lo que pasa es que en esta puerta no está su nombre, está el nombre de un destacado antropólogo amigo suyo que le ha prestado el sitio para que reciba aquí a sus alumnos y para que, de vez en cuando, converse sobre literatura con aquellos periodistas que se lo pidan. Y aquí está, llegando, abriendo la puerta, desprendiéndose de los abrigos a los que obliga Nueva York, y mostrando, orgulloso, cuánto ha adelgazado en los últimos tiempos. Es curioso: las dos veces que le había entrevistado hasta ahora (cuando ganó el Nobel, en 2006; cuando quisimos que nos hablara del porvenir de Europa, en 2009) lo hicimos en su casa de Estambul, su rostro contra el Bósforo, al atardecer. Y ahora, mientras bajaba el languideciente sol de Nueva York, parecía también su rostro recortado ante aquella atmósfera tan suya, y que de manera tan determinante está en dos de sus grandes libros, Estambul y El museo de la inocencia. En este espacio que ahora ocupa, en una universidad tan lejos de su casa, cerca de espacios míticos del urbanismo sentimental neoyorquino (nos llevó al final al Tom's Diner, que inspiró a Suzanne Vega, a tomar café), dan ganas de preguntarle si es de veras Pamuk, como alguna vez se pregunta a sí mismo en su nuevo libro, El novelista ingenuo y el sentimental (publicado, como los citados, por Mondadori), contando cómo le aborda la gente que ha leído su ficción más reciente, El museo de la inocencia, una romántica historia de amor obsesivo: "Pamuk, ¿es usted el protagonista?". "A veces", me dice, riendo, "yo mismo me pregunto si de veras soy Pamuk".
"Mis héroes son Tolstói y Proust... Creo que 'Ana Karenina' es la mejor novela jamás escrita. La he leído tantas veces..."
"La espina dorsal de la novela está basada en una característica humana, algo que solo tiene humanidad"
Así que ahí está, en este rincón universitario, feliz, se le ve feliz consigo mismo, con su vida, esperando con ilusión, sin aspavientos, llegar a una edad que parece central: los sesenta. Y en ese ambiente conversamos. Empezamos hablando de Internet, porque su libro va sobre la lectura (las novelas que lo hicieron, los libros que le dieron consistencia a su personalidad y por tanto a sus novelas), y por ende es pertinente que le preguntemos por el porvenir del papel en función de la evidente influencia de las nuevas tecnologías en el mundo de los libros.
PREGUNTA. ¿Cómo ve todo esto? Los libros digitales, Internet, la lectura...
RESPUESTA. Internet tiene su lado bueno y su lado malo. Lo bueno es que los precios de los libros están bajando, pero eso no implica que bajen los derechos de autor. Lo malo de los libros digitales es la piratería. Especialmente en Turquía o en China, donde eso no está controlado. De hecho, los Gobiernos de estos países tienden a mirar hacia otro lado y se justifican diciendo que así la gente pobre tiene derecho a la lectura. En mi país, junto a mi editor y muchos otros, he luchado contra la piratería. Todos mis libros tienen su edición pirata. Pero a los Gobiernos no les interesa controlar la piratería.
P. ¿Usted lee digital?
R. La lectura que hago en Internet es anecdótica. Si quiero leer una novela escojo el libro y lo leo. Me gusta sujetarlo. Pero tampoco soy de esos que prefieren el libro por su olor y esas cosas románticas. No soy un detractor de Internet ni de los libros electrónicos. Tampoco soy pesimista. La crítica que hago es que los libros en Internet son muy difíciles de controlar. Esto, por supuesto, no es culpa de Internet, sino de las personas
... Ezra Pound dijo que "la literatura es una noticia que permanece noticia". Con Internet la sensación de estar conectado es mayor. Es decir, se crea la ilusión de estar conectado. Pero la preparación mental que uno hace al leer una novela física está desapareciendo y eso es lo que me preocupa. No soy un pesimista. He sobrevivido en un país en el que no había hábitos de lectura. Si la gente no lee, me motiva a escribir un libro mejor, por si así leen.
P. Hablando de leer. En su libro se pregunta qué estaría leyendo Ana Karenina en la célebre escena de la novela de Tolstói, en el tren...
R. Sí, se lo explicaré. Escribí cinco capítulos para mis charlas en la Universidad de Harvard y decidí escribir un último capítulo allí mismo. Durante una de mis charlas, con la sala llena a rebosar, les pregunté qué libro creían ellos que leía Ana Karenina en esa escena. Muchos de ellos eran profesores de literatura rusa y no tenían respuesta. Algunos decían que leía a George Eliot, pero en realidad nadie lo sabe, ni siquiera los eruditos.
P. Estaba leyendo, esa es la realidad. Y este libro suyo es la confesión de un lector entusiasmado, un libro de libros...
R. En mi libro no solo menciono a Ana Karenina, sino a Cabrera Infante, a Cortázar, a García Márquez, a Julian Barnes. Menciono a este grupo por su inventiva y su mirada. Ellos fueron los que influyeron en mi posmodernidad. Pero mis escritores clásicos, mis héroes, son Tolstói y Proust... Sin embargo, creo que Ana Karenina es la mejor novela jamás escrita. La he leído tantas veces...; esta misma semana he tenido que volver a leerla para preparar una clase en Columbia.
P. ¿Por qué la ama tanto?
R. Hay tantas razones por las que amo esta novela. Pero esencialmente me encanta porque lo que viene a decir la novela es: "Sí, sí, la vida es así". Básicamente, Tolstói hace las preguntas que todas las novelas deberían hacer y estas son: ¿en qué consiste la vida?, ¿qué debo hacer en esta vida?, ¿cuál es el significado de la familia, la amistad, el matrimonio, la sexualidad, la lealtad...? Estas son las grandes preguntas, y Tolstói, de manera generosa, hace que el lector se las haga.
P. Este libro suyo es como un manifiesto a favor de la ficción. Hace 35 años usted decidió dejar la pintura para dedicarse a escribir. Es como pintar, también.
R. Yo tendría 23 años y le dije a mi familia y a mis amigos que no iba a ser el arquitecto o pintor que todos ellos querían, sino un novelista. Todos me dijeron que no lo hiciera, que yo no tenía ni idea de la vida. Creo que pensaban que iba a escribir una sola novela. Pero les dije que existían Borges y Kafka, y que ellos tampoco tenían ni idea de la vida... Las novelas, me parece, son una forma inédita de ver la vida. Solo ahora, después de todo este tiempo, confieso que cuando mi familia me dijo que yo no sabía nada de la vida, tenían razón. En ese momento no sabía nada.
P. Decían que usted vive en un mundo aparte... Pero en su actitud, y en sus novelas, muestra mucho interés por el mundo de los demás. Como si la literatura fuera su espejo ante el paisaje...
R. Estoy de acuerdo en que la novela es un espejo en el paisaje. Sin embargo, la espina dorsal de la novela está basada en una característica humana, algo que solo tiene humanidad. Y es la compasión hacia los demás. La necesidad de entender a los demás. Eso es lo que nos hace humanos y solamente existe en nosotros. Creo que una novela funciona cuando muestra el mundo desde el punto de vista del personaje. Entendemos cómo se siente Ana Karenina en el tren. Está confusa, se siente melancólica mientras ve cómo nieva al otro lado de la ventana. Esa nieve no está allí porque sí. Es una observación psicológica del personaje. La novela funciona cuando el novelista se pone en la piel de los personajes, ya sean estos del sexo contrario o pertenecientes a otra época histórica, cultural... Para mí la novela es la manera que tengo de aproximarme a las personas más pobres de Turquía. Hacer esto, ponerse en la piel de los demás, no es solo un ejercicio respetable sino ético. La humanidad se basa en eso, en la compasión, en entender a los demás.
P. Pero este libro también trata del paso del tiempo, cómo lo detiene la literatura...
R. Los escritores tenemos miles de cosas que contar en una novela. Y esas cosas se parecen a los átomos. El tiempo en la novela es lo que une todas esas cosas. En ese sentido, los momentos en una novela son como las imágenes de una película. No hay historia sin tiempo.
P. Esa conexión del tiempo y la novela está en El museo de la inocencia porque habla del amor y para el amor no existe el tiempo...
R. En El museo de la inocencia hay ocho objetos que personifican el tiempo. Es como si el escritor estuviera pensando en unos objetos que más tarde se exhibirían en un museo. Lo escribí así. Sabía de antemano qué objetos iba a utilizar. Cada objeto que guardamos está ligado a un tiempo, a un momento, y si los colocáramos en fila podríamos ver nuestra biografía, nuestra vida.
P. Menciona usted a Proust haciéndose una pregunta que le haría ahora a usted: ¿es usted Pamuk?
R. Me lo pregunté a veces, cuando me preguntaban si yo era el protagonista de ese libro de ficción: ¿soy Pamuk? Es ficción. Pero sí, yo soy Pamuk, pero no lo tengo en mente al escribir. No escribo pensando: voy a escribir una novela a lo Pamuk. Para mí, la mejor forma de ser novelista es olvidarse de uno mismo. Tampoco pienso en un estilo al escribir, aunque inevitablemente eso surja de manera natural. Cuando escribo sobre alguien que no es como yo, me esfuerzo en ser otro, en ser el personaje. Lo interesante es escribir sobre los demás, desde su punto de vista y escribir sobre uno como si fuese otro. Volviendo a la pregunta de si soy Pamuk... La respuesta es sí y no.
P. ¿Y eso?
R. Coincido con Schiller en que existen algunos escritores que escriben como si Dios les estuviera dictando las palabras. Existen escritores que son un mero vehículo. Simplemente escriben, sin preocuparse de lo ético, lo estético, ni de los poderes comunicativos de sus textos... Hay muchos escritores que son así. Pero también existen escritores como yo.
P. ¿Y usted cómo es, en ese sentido?
R. Yo soy como aquellos a los que nos preocupa si el texto está bien, si es creíble, si tiene calidad, si es demasiado político, si hay demasiados detalles... Los escritores como yo son demasiado conscientes de sí mismos. Creo que no es bueno tener demasiada consciencia ni demasiada candidez. Un escritor debería ser ambas cosas. Por un lado debería dejarse llevar y por otro debería de controlar. Es como un conductor que debe saber las reglas de conducción pero también olvidarlas.
P. En el epílogo de su libro usted menciona el miedo que tuvo al presentarse a dar esas conferencias en Harvard...
R. Debo decir que me acogieron muy bien los profesores y académicos. Mis prejuicios sobre ese mundo académico convencional se desvanecieron por completo. Estando allí me dijeron que la esposa de Calvino acusó a Harvard de la muerte de su esposo. Según ella, Calvino murió de un ataque al corazón debido al estrés que le producía tener que ir a Harvard a dar unas conferencias. Pero yo sobreviví. Pero sí, estaba nervioso.
P. ¿Se conoce mejor después de haber escrito ese libro?
R. Sí. Lo más importante que aprendí fue que es mucho más placentero escribir una novela que escribir un libro teórico.
P. El libro también versa sobre la edad. Llama la atención las veces que dice usted que lleva 35 años escribiendo novelas...
R. Me acuerdo perfectamente del momento en que quise ser escritor. Fue una tarde de marzo o abril, en la primavera de 1973. Agarré un papel y un bolígrafo y me puse a escribir. Así fue. Recuerdo haber leído El extranjero, de Camus, y a pesar de que no influyó en mi escritura pensé que me iba a ayudar a ser escritor...
P. Sorprende la cantidad de escritores en español que menciona entre los que forman parte de sus lecturas... Cortázar, Vargas Llosa, Cabrera Infante...
R. Sí, y debería haber mencionado a Juan Goytisolo. Su manera de escribir y mezclar cosas es parecida a la mía. Sus imágenes son distintas, pero me siento cercano a él.
P. ¿En qué idioma los ha leído?
R. Hablo inglés y leo en inglés. A Borges lo empecé leyendo en inglés. Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa, Cabrera Infante, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Javier Marías... Todos estos escritores los he leído en inglés. El boom latinoamericano me inspiró. Creía que si ellos lo habían conseguido, los turcos también teníamos una posibilidad.
P. Ha escrito usted un libro muy entusiasta sobre la novela en un momento en que algunos vaticinan que los días de la ficción están contados...
R. Estadísticamente o sociológicamente hablando, el arte de la novela no está en vías de extinción. Al contrario. Tengo un amigo editor en Shanghái que dice que parece que las novelas estén cayendo del cielo. Allí todos están escribiendo, tengan o no libertad de expresión. Y eso pasa en muchos lugares del mundo. En los últimos cincuenta años, todo aquel que ha demostrado interés en la literatura y quiere expresarse lo está haciendo mediante la novela.
P. En su libro hace una comparación entre Ana Karenina y Don Quijote. Dice que la primera está llena de vida, mientras que el personaje de Cervantes está lleno de ficción.
R. Don Quijote se parece a Madame Bovary en el sentido en el que el protagonista se deja llevar por los libros que lee y por las leyendas que escucha. Admiro a Don Quijote, pero no creo que sea una novela tal y como lo interpretamos hoy día. La interpretación de la novela nace en los años 1830 o 1840 y empieza con Dickens, Balzac... Solo existen dos textos excepcionales escritos antes de esa época y son La historia de Genji y el Quijote. Son libros que se asemejan a la novela pero no llegan a serlo. Son icónicos, emblemáticos, largos y llenos de aventura y se merecen todo mi respeto, pero para mí no son novelas.
P. ¿No tiene miedo de convertirse en un Don Quijote con tanta novela como tiene ahora en la cabeza?
R. Ja, ja, ja. Soy un buen lector y haber leído todas estas novelas me ha hecho muy feliz. Siento la misma hambre por leer como los que viven alejados del centro del mundo. Como Borges. Aunque él por lo menos tenía una biblioteca. En Turquía no existían. Así que leí todo lo que caía en mis manos con ansia, con deseo, con cabreo, con fervor.
P. Habla en su libro del orgullo de lector. ¿Qué libro se ha sentido más orgulloso de leer?
R. Cuando leía Ulises había una vocecita que me susurraba al oído y me decía: "Orhan, Orhan, ¡que estás leyendo Ulises! Aunque no lo entiendas, es igual. Sigue leyendo". Es como cuando vas a un museo. Te sientes orgulloso de estar allí. Ese sentimiento de orgullo también se produce al leer novelas literarias. Y ese orgullo nace del respeto.
P. El año próximo cumplirá sesenta años. ¿Le afecta el cambio del tiempo?
R. Sí. Me doy cuenta de que el tren se va acercando a la última estación. Al mismo tiempo, hay tantos libros que quiero escribir, tantas ventanas por las que quiero mirar... ¿Debo estar preocupado? Sí.
P. Al cumplir los setenta, Vargas Llosa me dijo en una entrevista que su lema era seguir caminando...
R. Tengo casi sesenta y sigo trabajando mucho. Me gusta asumir esa carga. Debería descansar, pero sigo siendo muy ambicioso.
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