_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Hitchens

David Trueba

Si alguien representaba la mejor versión del polemista mediático era Christopher Hitchens, el escritor y periodista británico nacionalizado estadounidense que ha muerto a los 62 años. Los territorios televisivos están plagados de tertulianos que actúan sobre el debate político como los excipientes en las medicinas, es decir, no añadiendo nada más que palabrería. Hitchens en cambio no dejaba nunca indiferente. Podías estar en radical desacuerdo con él, solo faltaría con alguien que se autodefinía como un contrario más que un disidente, un tipo a contracorriente, pero sus argumentos siempre eran razonados, expresivos y duros de rebatir.

Trostkista de origen, mantuvo una tertulia con sus compañeros de generación como Martin Amis, Ian McEwan, Clive James y Salman Rushdie, por quien sacó la cara en plena persecución islamista y que fue la primera piedra para no transigir con las limitaciones de la libertad que pretenden imponer los líderes religiosos. Decepcionado por la tibieza de muchas voces relevantes cuando surgió la amenaza, fue subiendo la graduación de su compromiso por la causa. Era un placer incómodo leer su apoyo a la guerra de Irak, su defensa de Woolfowitz y de la invasión norteamericana, pero quienes corrieron a borrarlo de entre sus lecturas por ello, se perdieron a un agitador divertido, sardónico y culto. A veces elegía enemigos para los que carecía de mesura en sus críticas, de Michael Moore a Mel Gibson o Noam Chomsky, pero en otras ocasiones su ferocidad era una bendición para mantenerte alerta. Indagó en la trayectoria de Kissinger como criminal internacional, de Bill Clinton como mentiroso compulsivo o de la Madre Teresa como reaccionaria integrista promotora del dolor ajeno.

Pero también sabía admirar desmedidamente, ya fuera a Thomas Paine, Jefferson, Orwell o Bob Dylan. Enfermó de cáncer después de terminar sus memorias, Hitch 22, pero para entonces era un referente que había saltado de la prensa a los intensos fuegos cruzados de las tertulias televisivas, al cine documental y hasta publicaciones en la Red como Slate o Vanity Fair, donde experimentaba consigo mismo exprimiendo compulsivamente sus facetas de vividor, bebedor y de hombre convencido de que los límites de la existencia son los que podemos alcanzar con la vista.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_