Tragados por el horizonte
Hay monstruos surgidos de la imaginación, pero el mayor de todos ellos emanó de una ecuación. Los agujeros negros, como el que los astrónomos del Instituto Max Planck acaban de ver tragándose una nube de gas, son un corolario inesperado de la relatividad general, la teoría que Einstein formuló en 1915, y que es el fundamento de la cosmología moderna. Según este modelo del mundo, los objetos masivos -como una estrella- deforman el espacio y el tiempo de su entorno, de modo que otros objetos -como un planeta- caen hacia los primeros por esas curvaturas del tejido del cosmos. "La materia le dice al espacio cómo curvarse, y el espacio le dice a la materia cómo moverse", en la afortunada expresión del físico John Wheeler.
A pocos meses de que Einstein publicara su teoría, el astrónomo alemán Karl Schwarzschild, mientras andaba por las trincheras del frente ruso en la gran guerra, fue capaz de encontrar la primera solución exacta de las ecuaciones de la relatividad general. Encontró que un objeto lo bastante masivo y concentrado, como el producido por el colapso de una estrella grande, debería comprimirse hasta formar un punto de densidad infinita, o singularidad. Y que, a cierta distancia de él -el radio de Schwarzschild, que es de unos 30 kilómetros para una estrella 10 veces más masiva que el Sol-, la deformación del espacio-tiempo es tal que nada puede alcanzar la velocidad de escape suficiente para huir de allí. Ni siquiera la luz, por lo que el objeto pasó a llamarse agujero negro, y el radio de Schwarzschild recibió uno de los nombres más bellos que ha producido la física: el horizonte de sucesos.
Los agujeros negros más poderosos que se conocen están en el centro de las galaxias, y el observado ahora es el más cercano de entre ellos: el que ocupa el centro de la nuestra, la Vía Láctea. La nube de gas que se está tragando tiene el triple de masa que la Tierra, y sus fronteras de hidrógeno y helio se están ahora desgarrando por el influjo del gigante gravitatorio. En un par de años toda ella habrá sido engullida tras el horizonte de sucesos, de donde nunca se vuelve.
Einstein no había previsto el monstruo que saldría de sus ecuaciones. Schwarzschild murió en el frente ruso. Los telescopios han captado el mejor homenaje para ambos.
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