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Reportaje:

La legión de los transparentes

Un grupo de ciudadanos reparte comida entre los 'sin techo' de Valencia

Cristina Vázquez

Cada domingo, desde hace cuatro años, reparten comida caliente y bocadillos a unos 220 o 250 sin techo de Valencia. En la calle encuentran cada domingo veteranos que llevan media vida al raso pero también, sobre todo a raíz de la crisis, gente nueva que no mira a los ojos por vergüenza.

Es domingo y toca salida. Son las siete de la tarde y poco a poco los voluntarios van llegando a un bajo -cerca de la Clínica de la Salud- que utilizan de improvisada sede. Desde hace un año son una asociación legal e intentan conseguir ayudas y un local, pero no hay respuesta oficial.

La asociación se llama Amigos de la Calle y Carmen Allendes, de 50 años, una de las promotoras, explica cómo se fraguó todo: "Era diciembre de 2007 y un grupo de amigos pensamos en repetir una experiencia que ya llevamos en nuestros países de origen". Carmen y su esposo Jaime ya hicieron algo parecido en Santiago de Chile -son de allí-. Otra amiga, de Brasil, tenía en su país un comedor donde también atendía a gente necesitada. Al día siguiente, tres o cuatro de ellos recorrieron las calles de Valencia para confirmar si había la necesidad que detectaron a simple vista. "Vimos que sí, hablamos con los sin techo para preguntarles si aceptaban que fuéramos a verlos y a partir de ahí nació todo lo demás", añade Jaime.

El grupo se llama Amigos de la Calle y no recibe ayudas oficiales
Cada domingo dan de comer a entre 220 y 250 personas

Los fundadores de la asociación son cuatro familias, a las que se han unido conocidos y otros voluntarios que se han enterado gracias al boca a boca. Ha sido algo espontáneo. La gente empezó a traer cosas, comida y a echar una mano. "En estos cuatro años, ya fuera invierno o verano, vacaciones o no, hemos salido. Nos hemos turnado", cuenta Carmen mientras prepara la cafetera para los cuatro o cinco sin techo que acuden al local a tomar algo caliente.

Hace un año fueron registrados como asociación "porque la gente te cree más si tienes papeles, si estás registrado...". "Además, hay gente del grupo que se está viendo afectada por la crisis, que está en el paro y que ya no puede soportar el gasto", continúa esta voluntaria.

El primer domingo que salieron repartieron café y 35 bocadillos. Ahora atienden a 220 personas y si estiran las raciones, a 250. "No nos alcanzan porque están viniendo más personas", reconoce Carmen. Carecen de estadísticas pero han detectado un aumento de gente en la calle. Hay mucha rotación de sin techo: unos se han vuelto a sus países y cada vez hay más españoles.

"Hemos encontrado a gente que les cuesta mirarnos a la cara porque está avergonzada de estar en la calle. A veces es duro. Recuerdo a una chica que llevaba meses al raso que nos pidió un plato de caliente. Le llevamos una ración de macarrones caseros, con su carne picada y su tomate, y cuando los vio se puso a llorar. Comía y lloraba y nosotros con ella".

Pasaron de la comida fría a cocinar caldo de verduras, que ahora reparten en vasos de plástico. Otra amiga consiguió pollo a buen precio y comenzó con los bocadillos de esta carne, que mezcla con mayonesa y pimentón rojo. Vuelan.

La comida la pagan toda de su bolsillo. Cada domingo le toca a una familia comprarla y cocinarla. Antes de salir forman un círculo y se cogen de las manos. Entonces toma la palabra la familia organizadora. En esta ocasión habla María, que agradece a su grupo la ayuda que le ha prestado. Presentan a una nueva voluntaria, y José Luis, un sin techo del barrio que acaba de entrar en el local, pide hablar. "¿Me toca a mí? Yo os quiero a todos, estoy muy agradecido porque nos ayudáis. Como decía mi padre, que ya murió, vamos sobreviviendo gracias a vosotros". Luego se acerca a Carmen y a Paloma Pizarro, otra de las fundadoras de la asociación, y les pide un pantalón. A ser posible, de la talla 38.

Hay gente que parece muy entera "y te dice 'no quiero un bocadillo, quiero trabajar", explica Jaime. Luego están los sin techo que beben o los que se drogan. Muchos llevan en la calle años. "Uno afina el ojo y aprende a diferenciarlos", agrega Carmen. Junto a los veteranos, están los recién llegados, refugiados en rincones, hechos un ovillo en el suelo, sin cartones aislantes, y, sobre todo, con miedo.

La gente que acaba en la calle por circunstancias se vuelve invisible, transparente para el resto. "Ellos mismos lo cuentan. Hay vecinos de sus propios barrios que ni los ven. Pasan frente a ellos y son como un poste, no los ven físicamente. Es como si fueran transparentes", lamenta Carmen. Al grupo de Amigos de la Calle se les recibe con cariño. Los conocen, les llaman por sus nombres, conversan con ellos... Les dan un trato digno, y si pueden ayudarles en algo más, lo intentan.

Los cuatro coches que reparten la comida llegan pasadas las ocho de la tarde a la primera parada, donde ya hay gente esperándolos. El punto está al lado del Jardí Botànic, a pocos metros de la sede del PP. Los sin techo hacen cola para recoger su caldo, café o bocadillo. El de pollo se agota rápido y quedan de verduras o atún. Después se dividen para recorrer otras cuatro rutas, en las que continuarán con el reparto de bebida caliente y comida.

Paloma opina que si hubiera un trabajo colectivo, solidario, sería más fácil. Andrés Valiente, otro voluntario, plantea incluso un trabajo desde cada barrio, donde las asociaciones de vecinos se impliquen. Para Aitor, joven que está desde el principio en esto, cualquiera puede unirse a esta iniciativa, solo es preciso querer ayudar. No están adscritos a grupos religiosos ni ideológicos. Estefano, Lucía y Juan Carlos, veinteañeros los tres, acuden cuando pueden. La razón: "No sé. Todos podemos vernos algún día en igual situación y a todos nos gustaría que nos ayudaran".

Dos de las voluntarias de Amigos de la Calle distribuyen la sopa de verduras entre varios <i>sin techo</i> de Valencia.
Dos de las voluntarias de Amigos de la Calle distribuyen la sopa de verduras entre varios sin techo de Valencia.JOSÉ JORDÁN

"Por la noche, camino"

Hay miles de historias en la calle. La mayoría, dolorosas. La de José, de 39 años, es una de tantas. Sus padres, cuenta, le echaron a la calle de pequeño y se tuvo que buscar la vida. "Ná..., fue jodido porque no tenía a nadie". Algo cambió a bien cuando conoció a la que hoy es su mujer. "La conocí por teléfono, a través de una amiga suya, y hace poco que nos hemos casado", explica contento.

Llevan seis años juntos y ya no están al raso. Viven en una chabolita. Él tiene trabajo y ahora, ayudados por este grupo, intentan alquilar un piso. La chica, que prefiere no dar su nombre, recuerda que sus dos embarazos los ha pasado en la calle. Sus dos hijos, de cuatro y dos años, se los quitaron nada más nacer. "Se pasa muy mal", confiesa.

José reconoce los peligros de la calle. "Te puedes encontrar de todo. Gente que se mete en follones, gente bebida o drogada, de todo. Y si tu vas tranquilo y se meten contigo, te defiendes. Yo he visto hasta muertes, puñaladas, pero ella no". Su mujer pide una casa a las Administraciones. "La necesito para recuperar a mis hijos".

A pocos metros, con un vaso de naranjada en la mano, Juli responde cuando le preguntas por su situación. "Te puedo contar algo, pero me gustaría estar en un sitio un poco calentito porque al estar entumecido por el frío las ideas no me salen...", comenta mientras se resguarda junto a un muro. Es valenciano, de cerca de Paterna, tiene 50 años y a los 14 comenzó a tener problemas con sus padres. Sus amigos están todos muertos, la droga tuvo que ver. Cuenta que cayó malo de los nervios y a los 30 años le incapacitaron laboralmente. Con 60 kilos de peso y 1,65 metros de estatura ha estado en la legión extranjera y viajado mucho. Se declara demócrata y de izquierdas y duerme habitualmente en el casco viejo porque se niega a que lo ingresen "en un centro sociosanitario", dice eufemísticamente.

El caso de Osvaldo, argentino, es diferente. Su situación es el resultado de un montón de episodios desafortunados, que cree pueden revertirse. Tiene estudios de Derecho y ha trabajado para multinacionales. Está acostumbrado a las crisis, en Argentina y aquí en España. Cuando llegó a la Península en 2003 o 2004, recorría Valencia como comercial de una empresa local. Ahora se ha quedado, como dicen los argentinos, "en el molde".

Desde hace 10 días está en la calle. "De día trato de estar en algún lugar seguro y por la noche, camino". Se declara una persona muy creyente: "Sé que esto pasará pronto". Ahora, con el paro agotado, no tiene fuente de ingresos.

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Sobre la firma

Cristina Vázquez
Periodista del diario EL PAÍS en la Comunitat Valenciana. Se ha ocupado a lo largo de su carrera profesional de la cobertura de información económica, política y local y el grueso de su trayectoria está ligada a EL PAÍS. Antes trabajó en la Agencia Efe y ha colaborado con otros medios de comunicación como RNE o la televisión valenciana À Punt.

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