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Reportaje:ECONOMÍA GLOBAL

En el espejo del 'corralito' argentino

Buenos Aires recuerda el décimo aniversario de una historia de ajustes y depresión

Alejandro Rebossio

Cualquier parecido de esta historia con la realidad griega, española o italiana no es pura coincidencia. Es la historia del corralito, la congelación de depósitos por 66.000 millones de dólares que atrapó a millones de argentinos el 3 de diciembre de 2001, hace casi 10 años. La paralización de 18 millones de cuentas acabó con un Gobierno que hacía todo para pagar la elevada deuda pública: rebajar la nómina a los funcionarios, las pensiones y mantener una moneda fuerte que restaba competitividad y destruía empleo. El corralito no fue el lado más trágico de la crisis argentina de 2001 y 2002, sino las muertes de niños por desnutrición, pero incendió la protesta social, desde los ahorradores que destrozaban los escaparates de los bancos hasta los pobres que saqueaban supermercados en una economía detenida por la falta de efectivo. La revuelta terminó con el Gobierno del radical Fernando de la Rúa el 20 de diciembre de ese año y abrió paso a dos semanas en las que se sucedieron otros presidentes, Argentina suspendió pagos y devaluó su moneda después de casi 11 años de paridad con el dólar, la llamada convertibilidad.

Ni la ley de déficit cero ni los ajustes evitaron la suspensión de pagos

"No enganchamos a ningún cliente", comentaba una prostituta tras el inicio del corralito. "¿Te imaginás cobrando con cheques?", se preguntaba. El Gobierno de De la Rúa había establecido que se podían retirar en efectivo hasta 250 pesos (250 dólares de entonces) por semana y que el resto del dinero se podía mover con cheques o tarjeta de débito. "No es tan difícil de aprender (el uso de tarjeta de débito)", dijo el entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo, según el libro El corralito. Así se gestó la mayor estafa de la historia argentina, de Lucio di Matteo. "No se van a tocar los depósitos", prometió. "Las medidas no son recesivas, todo lo contrario", añadió el ministro. En un país en el que aún muchos comercios no aceptan tarjetas, algunos de ellos pasaron a vender la mitad.

En 1999, los argentinos habían terminado con la era del peronista neoliberal Carlos Menem en el Gobierno y votaron en su lugar a De la Rúa, un conservador que dirigía una coalición progresista. De la Rúa prometía acabar con la corrupción y continuar con la convertibilidad. El 97% de la deuda pública estaba en dólares, lo que hacía difícil que Argentina devaluara como Brasil, su principal socio comercial. El abaratamiento de la producción brasileña provocó una marcha de inversiones desde Argentina hasta el gigante sudamericano y el paro llegó al 18,5%. Algunas fábricas cerradas eran reabiertas por sus obreros. Las ciudades eran invadidas por las noches por cartoneros que revolvían los residuos. Entre los desempleados estaban los procedentes de las empresas privatizadas por Menem, que a finales de los años noventa comenzaron a bloquear carreteras. Eran los piqueteros y varios murieron en represiones policiales.

De la Rúa denunció que Menem había maquillado las cuentas fiscales para aparentar un déficit menor al real. Así inició una serie de ajustes exigidos por el Fondo Monetario Internacional (FMI) como condición para refinanciar deudas o para conseguir rescates como los que recibió en diciembre de 2000 y agosto de 2001. En diciembre de 1999 elevó el IRPF, el IVA y otros impuestos internos. En abril del año siguiente, recortó entre un 12% y un 15% la nómina de los funcionarios, aumentaron los impuestos al consumo, se eliminaron dependencias del Estado, se paralizaron obras públicas y se suprimieron programas sociales. El Congreso sancionó una ley de flexibilización laboral ante el alza del paro. Cuatro meses después, el vicepresidente, Chacho Álvarez, renunció porque De la Rúa no investigaba una denuncia por presuntos sobornos a senadores para aprobar la norma. La prima de riesgo de la deuda argentina se disparó.

En diciembre de 2000, el entonces ministro de Economía, José Luis Machinea, anunció un rescate del FMI y del que participó España, cuyos bancos (BBVA y Santander) y empresas (Repsol, Telefónica y Endesa) iban a verse afectados en caso de devaluación y suspensión de pagos. En marzo de 2001, Ricardo López Murphy reemplazó a Machinea y anunció recortes del presupuesto de las universidades, la nómina de los maestros, las becas y las transferencias a las provincias, y anticipó que despediría a 40.000 funcionarios. López Murphy duró dos semanas y fue sustituido por Cavallo, el padre de la convertibilidad. Cavallo creó un impuesto a las transferencias bancarias y rebajó las contribuciones patronales a la seguridad social.

Unos meses después, en julio, Cavallo promovió la ley de déficit cero, por la que el Estado no gastaría ni un peso más de lo que ingresaba. Eso implicó, para empezar, una rebaja para los funcionarios, las pensiones y las asignaciones por hijo del 13%. Organizó un canje de deuda para postergar pagos hasta 2012, pero a cambio se elevaron los intereses en 38.400 millones de dólares y el capital, en 2.250 millones. En agosto, el Estado transfirió fondos a las provincias con bonos que circulaban entre la población, aunque con una cotización menor al peso. Unas 15 provincias imprimieron sus propios títulos para pagar nóminas.

Los ajustes profundizaban la recesión y los rescates financiaban la fuga de capitales. En 2001 salieron 14.976 millones de dólares del país. Los ahorradores menos informados quedaron en el corralito. Los parados formaban largas colas donde se ofrecía un empleo y los hambrientos esperaban a la noche que los McDonald's arrojaran las bolsas de residuos, mientras altos funcionarios dimitían en desacuerdo con los ajustes. En octubre, el peronismo derrotó al radicalismo en unas elecciones legislativas con un elevado porcentaje de abstención y de votos en blanco o nulos.

Con el argumento del salvar al sistema bancario, Cavallo instauró el corralito. El libro El fin de la ilusión. Argentina 2001-2011. Crisis, reconstrucción y declive, de Martín Kanenguiser, recuerda que un depositante llamado Norberto Roglich llevó una réplica de una granada al banco y amenazó con volar a todos los presentes si no le devolvían el dinero. Consiguió sus 22.000 dólares, pero después cayó preso. -

Ciudadanos argentinos exigen la devolución de los depósitos atrapados en el <i>corralito</i>, en febrero de 2002.
Ciudadanos argentinos exigen la devolución de los depósitos atrapados en el corralito, en febrero de 2002.MARIANO ESPINOSA (EFE)

El fin de De la Rúa y el inicio de la recuperación

La falta de dinero que provocó el corralito dio lugar al trueque. La clase media comenzó los cacerolazos. El mayor sonó la tarde del 19 de diciembre en medio de saqueos. De la Rúa declaró el estado de sitio. La población lo desafió y salió a las calles. Después de una represión policial que en dos días dejó 39 muertos, el presidente huyó en helicóptero de la Casa Rosada rodeado de manifestantes. "¡Que se vayan todos!", gritaban. Algunos se organizaban en asambleas barriales. Otros agredían a todo político conocido.

Argentina acabó suspendiendo pagos. El Gobierno del peronista Eduardo Duhalde devaluó y pesificó tarifas de servicios públicos, depósitos y créditos. Su ministro de Economía, Jorge Remes Lenicov, contó en el libro 7 ministros. La economía argentina: historias debajo de la alfombra, de Ezequiel Burgo, que su par español, Rodrigo Rato, lo llamó para que no devaluara porque afectaría a las empresas españolas: "Me llamó Rato, y el rey Juan Carlos llamó a Duhalde". Algunos ahorradores recurrieron a la justicia y recuperaron sus dólares. Otros aceptaron bonos del Estado con vencimiento último este año. Los bancos fueron compensados con títulos públicos. La pobreza llegó al 66%, y el paro, al 24%. A mediados de 2002, la economía comenzaba a reactivarse gracias a la devaluación, que abarató la producción, y el repunte de precios de las materias primas. El corralito se liberó en marzo de 2003. La economía crecía y la pobreza se redujo hasta niveles algo menores a los del inicio de la recesión de 1998, pero queda el desafío de seguir mejorando y evitar cualquier retroceso. -

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