¡Más madera!
"Estos son mis principios, pero si no les gustan tengo otros". La anterior cita de Groucho Marx podría haberla pronunciado hace unos días, de espaldas a la plaza Sintagma, Yorgos Papandreu, cuando rectificaba y negaba la consulta popular. Debemos admitir que existe algo desternillante en todo esto. De repente, el referéndum se vuelve una amenaza radical. Vivimos una época en que los fieles rezan para no ser rescatados, un mundo al revés donde muchos padecen lo que unos pocos orquestaron. Hoy hablaremos de ese otro marxismo, el de Groucho y sus hermanos, y enunciaremos la tesis siguiente: el #15M se contagia más allá de barreras nacionales como una carcajada, su ataque es su risa, y mientras se ríe también contiene lo que está por venir.
Con la risa se ataca pero también se defiende. El humor del #15M funciona como contención
Cuando la URSS quebraba silenciosamente, antes de que el muro cayese -hoy no dejamos de oír comparaciones con el hipotético desplome de la UE-, la perestroika establecía medidas privatizadoras en un contexto hipernormativizado y sujeto a fuertes regímenes de control. En varios países del bloque se había venido formando una resistencia amable o, si se quiere, un activismo alegre a través del humor y la parodia; un género que denominamos, junto al antropólogo Alexei Yurchak, stiob. Este juego del lenguaje requería, además de ironía, sobreidentificarse con la persona, el objeto o la idea a quien la burla iba dirigida; manifestaba adhesión a algo al tiempo que lo ridiculizaba. El lenguaje político se encorsetaba en reglamentos y pautas definidas. Los mítines y los comunicados del partido reproducían una forma hegemónica, un discurso dominante que imposibilitaba cualquier expresión desviada de subjetividad. Los activistas que echaban mano del stiob, colando sus mensajes en radios, periódicos o telediarios, trataban de ejecutar un "cambio heterónimo", esto es, reproducir la forma modificando su significado. En años recientes, el stiob viajó y recaló en países como EE.UU, donde The Yes Men o el propio Michael Moore cultivan el género. Hoy, en medio de una imparable crisis internacional, la troika -esa sospechosa unión del FMI, el Banco Central y la Comisión Europea- vuelve a conspirar en la sombra, y el #15M ha respondido haciéndole stiob a la democracia.
Hacerle stiob a la democracia quiere decir tomar y repetir sus enunciados, amplificarlos, cambiando a la vez su sentido. Cuando en las plazas se hablaba de una democracia real, directa y participativa, se daba por sentado que la actual no merecía tales adjetivos, que no era más que una farsa. "No somos antisistema, el sistema es anti-nosotros", decían. "Sed imposibles, pedid realismo", escribían entre risas los indignados, jugando con la herencia del mayo francés. La proliferación de comisiones en las acampadas se burlaba del exceso de burocratización de nuestra sociedad. Una sociedad que en los últimos 35 años no ha cesado de escuchar los elogios de la Transición, los triunfos de una democracia que no paraba de echarse flores. Tomar el diccionario y repetir su fraseología. De pronto, las comisiones, el consenso y la participación querían decir cosas bien distintas. La crisis es también una crisis del lenguaje, y el stiob, con sus juegos de forma y fondo, nos vale hoy, más que nunca, para romper el monopolio de la palabra e interrogar, a través del humor, la posibilidad de otros verbos y modos de habla.
Ahora bien, anunciábamos en nuestra tesis que con la risa se ataca, pero también se defiende. Una tasa de paro como la actual no tiene nada de divertido. Tampoco nos divierte el auge de la extrema derecha europea, ni los ataques a la sanidad y la educación pública. Ante esta feroz marea neoliberal y conservadora, el humor del #15M funciona también como dique de contención (katechon), pues nos advierte de lo que está viniendo, a la vez que nos da la esperanza de imaginar otro devenir.
Cuando los que pierden son los mismos, no importa quién gana un debate. ¡Qué grande es hoy el riesgo de vencer! Esto no es una crisis, es una estafa. Y poco importan ya sus Lucha por el cambio y sus Súmate a lo que quieres. Tal vez mañana, arrugados ante el espejo, repitan con Groucho: "Jamás aceptaría pertenecer a un club que me admitiese a mí como socio".
Zoopolitik es un grupo de investigación política formado por los activistas Antón Fernández de Rota, Carlos Diz Reboredo, Martín Cebreiro López y Rosendo González.
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