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Columna
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Agraviados

Alicante vivió, la noche del pasado jueves, unos de esos actos que los cronistas suelen calificar de memorables. Se inauguraba el auditorio de la Diputación provincial, con la presencia de la Reina, y la actuación de la Orquesta de la Comunidad Valenciana, dirigida por Zubin Mehta. El recinto se llenó a rebosar de un público fervoroso y la presencia de los políticos fue -no hace falta decirlo- literalmente impresionante. Nada estima más el político que estos actos sociales donde puede ver y ser visto. Aunque la crítica musical ha puesto algunas objeciones a la dirección de Mehta, el público aplaudió complacido porque se sentía feliz. ¡Por fin, Alicante tiene el auditorio que necesitaba!, debían decirse los aficionados a la música, que tanto tiempo han suspirado por él. Que el auditorio carezca de una programación y que, a día de hoy, lo ignoremos todo sobre su futuro, no preocuparon la noche del jueves.

Durante los últimos 20 años, los políticos se han ocupado de regalar al alicantino un edificio tras otro. El objetivo no era otro que tenerlo contento y ganarse su voto. De ese modo, hemos visto levantar un museo de bellas artes, de arqueología, de arte contemporáneo y, ahora, finalmente, un auditorio, magnífico, por cierto. El ritmo ha sido impresionante y hasta agotador. No negaré que la presencia de estas construcciones convenga a la ciudad y contribuya a su prestigio; incluso, desde un punto de vista estrictamente económico, pueden rendir beneficios. Alicante es una ciudad turística y, bien gestionados, los museos podrían desempeñar un papel muy conveniente. El problema es que, salvo la excepción del Marq, que ha mantenido una línea expositiva de innegable interés, nada de esto se ha producido. En cuanto se ha inaugurado el edificio, el político ha dado por concluida su misión y se ha desentendido prácticamente del asunto.

Una de las grandes paradojas de la ciudad, y quizá la que mejor explique su carácter y el de sus gobernantes, es que mientras se sucedían las inauguraciones, Alicante era incapaz de construir el palacio de congresos que necesitaba. Por diferentes motivos, los alicantinos no han sabido resolver un asunto que todos consideraban crucial para la ciudad. ¿Qué debemos pensar de ello? Otro tanto cabe decir de la situación del puerto. Hace años que se habla de la mala situación del puerto de Alicante. Es, ciertamente, un asunto complejo. Las nuevas formas de navegación han desplazado a los puertos de tamaño medio, pues hoy todo tiende a concentrarse. Encontrar un futuro para el puerto de Alicante exigiría, como primera medida, poner al frente del mismo a una persona capacitada, de la máxima preparación. Sin embargo, Alicante permite que el puesto se reserve, poco menos que en exclusiva, para políticos que han quedado en el paro.

Esta incapacidad del alicantino para resolver sus problemas ha creado, paradójicamente, un sentimiento de agravio muy perceptible en la ciudad. El alicantino es hoy -por decirlo así- un hombre agraviado para quien todos los males que padece provienen del exterior. Acabamos de verlo en el caso de la CAM donde, solo a última hora, ante la realidad de los números, hemos reconocido que los únicos responsables del hundimiento de la caja eran sus directivos y un incompetente consejo de administración. Ahora, acaba de abrirse el capítulo del corredor mediterráneo. No importa que el tamaño de Alicante o el tráfico de su puerto queden muy lejos de los requisitos que fija Bruselas. Si el corredor mediterráneo no pasa por Alicante, ya verán ustedes como es por culpa del Gobierno de Madrid o, en su defecto, del valenciano. Al tiempo.

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