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Columna
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El meteorito

Hace años, sufrió un asalto. En una ciudad extranjera, al anochecer, lo rodeó una pandilla. Se resistió. Lo tumbaron y arrastraron hasta arrancarle la mochila. Iba algo herido, pero lo que más le dolió fue ver que pasaba cerca un coche policial, sin auxiliarlo. En comisaría le dijeron que la patrulla custodiaba un furgón bancario. No podía distraerse, bajo ningún concepto, de esa misión. ¿Qué misión es más importante?, preguntó resentido. "La de proteger los bienes intangibles". Y al responderle esto último, con delectación tonal en intangibles, el jefe lo miró con precisión zoológica. Había estudiado filosofía, pero nunca le habían expuesto con tanta claridad conceptual su condición finita, subalterna, ante el poder de lo Intangible. Él encarnaba lo tangible, la hoja que cae, el humano. Qué razón tenía Píndaro: somos el sueño de una sombra. Y ya puestos, Kavafis: sombras de sombras. Todo esto ocurrió hace tiempo. Si lo recuerda ahora es porque le ha parecido oír en todas las noticias la voz aquella del jefazo mero mero y como fondo el tintineo, la carcajada inmortal de los bienes intangibles. Tal vez está pasando por una paranoia. Le parece que de un momento a otro saldrá en el televisor el ángel espantado de la historia. Las noticias se encadenan como derrotas. La realidad está poseída por la delectación tonal de una dictadura de lo Intangible. Esa misma delectación con la que el mero Aznar pronuncia la palabra meteorito. La crisis mundial es una quimera, el planeta es un chollo, proclama el asesor de Barrick Gold, pena de meteorito que solo cayó en España. Y ahí está lo Intangible apropiándose de lo tangible: el expolio de Novakafkagalicia, que no moviliza a la justicia, porque se ha hecho con delectación. Y con oblicua delectación se anuncian los recortes en los lugares más frágiles de lo tangible, escuelas, hospitales y factorías de la cultura. ¡Qué imaginación intangible!

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