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CHAMPÁN Y ROCK EUROPEO
Columna
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Mirlos en Britania

Es muy difícil rastrear el momento exacto en que la música afroamericana empezó a influenciar a Europa. Baste decir que se coincide en la importancia que tuvo la gira europea de la compañía Blackbirds en la década de los veinte, pero que de las interpretaciones de su principal figura, Florence Mills, se ha perdido todo registro sonoro o cinematográfico. ¿Qué nos queda, pues, para hacernos con todo ese pasado oscuro? Solamente los libros de los apasionados que nos cuentan su época. En las obras de los escritores que querían retratar de alguna manera su tiempo, podemos encontrar, buscando con cuidado y detenimiento, sensaciones y sonoridades que dan noticia de que algo estaba cambiando. En ese sentido, y a la espera de que alguien tenga a bien traducir el Nigger Heaven de Carl Van Vechten, es interesante hacer una lectura cruzada de dos libros: las memorias de Harold Acton y el extraño camafeo de Denton Welch titulado En la juventud está el placer. En ambos autores, formados y crecidos en la Inglaterra de la década de los veinte, asoman ya novedades como la primera reivindicación despreocupada de lo gay o la recuperación de lo rítmico y lo táctil después de una Britania secuestrada artísticamente durante años por el muñón victoriano. En Acton, más mayor, podemos encontrar datos concretos como el piano de David Plunkett-Green que traía el blues de Harlem. O el éxito de la importación de discos estadounidenses de vitrola que hacía un tal Tom Douglas. Como curiosidad chocante para nosotros: ¿qué bebida pusieron de moda para escucharlos? ¿Quizá bourbon de Tennessee? ¿Los cocktails recién inventados? No. La respuesta es, nada menos que... ¡nuestro fino de Montilla y Moriles! Todo ello queda deliciosamente retratado en Harold Acton, pero donde encontramos más claramente proyectados tales rasgos (recuperación de la sensualidad, redefinición de la percepción, nuevas escalas de valores) es en la peculiarísima novela de Denton Welch. Welch, que se forma en ese mundo, produce años después, cuando un accidente de bicicleta lo convierte en paralítico, una evocación adolescente que es una fiesta para los sentidos. El protagonista, Orvil Pym, es una especie de Holden Caulfield de El guardián entre el centeno pero mucho más poliédrico. Donde Salinger cincela con primitivismo azteca, Welch pinta todo lo que está al alcance de la mano y los ojos (palabras de William Burroughs). El libro de Welch aparece en 1945 y, aunque Salinger publica el suyo más tarde, está datado que algunos fragmentos seriados aparecieron ese mismo año. Sincronía. ¿Por qué un relato conquistó el mundo (acabando hasta en el bolsillo del asesino de John Lennon) y el otro conoció sólo oscuridad y culto? La respuesta podría estar en que resulta menos incómodo identificarse con el protagonista de Salinger porque éste, prudentemente, omite cualquier rasgo de sensualidad y sexualidad explícita que pudiera violentar al lector. Ahora vendrán tiempos de inevitables comparaciones y se dirá que, tal como Salinger hurtó su figura al público, Welch con la parálisis que le llevaría pronto a la muerte tenía la perfecta biografía maldita para convertirse en autor de culto. Sólo cabe observar que Welch no pudo elegir su desgracia y Salinger sí que tuvo la oportunidad de decidir su extraño destino.

En la juventud está el placer. Denton Welch. Prólogo de Julio José Ordovás. Traducción de Albert Fuentes. Alpha Decay. Barcelona, 2011. 232 páginas. 19 euros. Memorias de un esteta. Harold Acton. Traducción de Tomás Fernández Aúz y Beatriz Eguibar Barrena. Pre-Textos. Valencia, 2010. 672 páginas. 35 euros.

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