Salzburgo roza la perfección
'El caso Makropulos', versión de Salonen y Marthaler, marca el punto más brillante de una edición sobresaliente - El 'Macbeth' de Muti y Stein resultó irreprochable
No es fácil mantenerse en lo más alto. Tampoco para el Festival de Salzburgo. La necesidad permanente de reinvención no es, en el caso de la gran cita operística, solo un socorrido tópico. Porque en las cumbres las tensiones multiplican su capacidad desestabilizadora. Pese a éxitos inolvidables -acude a la memoria Al gran sole carico d'amore, de Luigi Nono, con la dirección de Ingo Metzmacher-, ninguna edición ha colmado los niveles artísticos deseados. La más cercana a la perfección, en lo que va de siglo, es seguramente la actual, curiosamente con un director de transición, Markus Hinterhäuser. Entre dos épocas, la de Jürgen Flimm y la de Alexander Pereira. El sello Hinterhäuser se percibe en la riqueza de la atmósfera cultural, en la profusión de plataformas de discusión, en la atención a la música de nuestro tiempo, en la búsqueda de asociaciones estimulantes sin miedo al riesgo. La ópera El caso Makropulos, de Leos Janacek, estrenada el miércoles, con Esa-Pekka Salonen y Cristoph Marthaler de responsables musical y escénico, respectivamente, es probablemente el triunfo estético más representativo de esta edición. El éxito que obtuvo fue inenarrable.
La lista de creadores españoles ha sido, con todo, inexistente
Cuando Gabriel García Márquez recogió el Premio Nobel de Literatura pidió que se escuchase de fondo en la ceremonia el Concierto para orquesta, de Bela Bartok, y en concreto el movimiento que hace alusión al juego de las parejas. Llevado este juego a la programación del Festival de Salzburgo no hay dos parejas más en las antípodas que las que forman Riccardo Muti y Peter Stein, y Salonen y Marthaler. Sin embargo, las dos han funcionado a las mil maravillas en sus colaboraciones para Macbeth, de Verdi, y Makropulos, de Janacek. La primera, desde una perspectiva escénica tradicional, la segunda con un teatro rebosante de imaginación y libertad.
Es importante resaltar que la ópera y el Requiem protagonizados por Verdi y Muti han sido las propuestas más deseadas. Dicho de otro modo: se pueden encontrar localidades para las óperas de Mozart y Strauss, pero para Verdi es imposible. Conmovían las colas de aspirantes con varias horas de antelación para la representación del martes de Macbeth. ¿Justificaba el espectáculo esta expectación previa? Sin duda. Sobre todo, por la fuerza, matización y teatralidad musical de Riccardo Muti. La colaboración con Stein es fructífera. Entre otras razones, porque el mítico director de escena alemán parte de una visión muy volcada en Shakespeare, con una iluminación que refuerza el misterio y con una movilidad en las procesiones que evoca a la tragedia clásica. Puro teatro tradicional, desde un espacio desafiante, el de la Felsenreitschule, en el que Stein adopta soluciones impactantes como el paseo de lady Macbeth al borde de la locura en el último acto por la galería del tercer piso. El reparto, encabezado por Zeljko Lucic y Tatiana Sejan, fue correcto y la prestación de la Filarmónica de Viena, extraordinaria.
Lo de El caso Makropulos se mueve en otra dirección. Es una cuestión de personalidad de la pareja Salonen-Marthaler. Las dos óperas anteriores dirigidas por el director finlandés en Salzburgo eran nada menos que San Francisco de Asís, de Messiaen, y El gran macabro, de Ligeti. El compromiso con la música del siglo XX es evidente y continúa con la obra de Janacek basada en un texto de Capek. La lectura tiene pasión y rigor a partes iguales. Impecable. Como también lo fue el reparto vocal encabezado por una aclamada Angela Denoke.
La originalidad y fantasía del espectáculo viene, no obstante, de la visión de Marthaler y sus colaboradores. De entrada, hay un diálogo hablado antes de que suene la primera nota entre dos mujeres de diferentes generaciones sobre el paso del tiempo, la conveniencia de vivir 300 años y las ventajas y problemas de la eterna juventud. Es un diálogo que introduce, en clave de humor, los asuntos de la ópera. La narración, como es habitual en Marthaler, transcurre en varios planos. El puramente teatral es un estudio de gestualidad y la monotonía de los comportamientos, en varias situaciones que se repiten una y otra vez. Realizados con maestría y sentido de la ironía, no distraen de lo que se está contando musicalmente. Al contrario. Amplían la comprensión de la trama desde una perspectiva dialéctica y, en cierto modo, burlona. La escenografía y vestuario de Anna Viebrock, y el trabajo de dramaturgia de Malte Ubenauf se integran con precisión en la filosofía teatral de Marthaler. Interpretaciones como la de Silvia Fenz -la viejecita- son sencillamente antológicas.
Este año también ha sido en Salzburgo el de la consagración de Dudamel con la orquesta Simón Bolívar de Venezuela. La lista de creadores e intérpretes españoles en el festival ha sido, con todo, prácticamente inexistente. Por ello adquiere especial relieve la condición de "compositor en residencia" de la Academia de Verano de la Universidad Mozarteum de José Manuel López López, al que se le dedicó el miércoles -a la misma hora del estreno de Makropulos- un programa de carta blanca en el que se interpretaron media docena de sus obras,.
Y entre tanta buena noticia en el frente de la creatividad, un revés gastronómico. Coincidiendo con la primera publicación de una guía gastronómica conjunta de la revista Falstaff y el Festival de Salzburgo, llega la noticia del cierre a finales de este mes del restaurante Plainlinde. Para muchos, el mejor de la ciudad en la última década. No todo iba a ser glorioso en este año de venturas artísticas.
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