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Columna
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De un mundo raro

Juan Cruz

La madre de Jorge Fernández Díaz, el periodista argentino y asturiano que escribió la novela Mamá, sobre su madre Carmina, la mujer que hizo llorar a su psiquiatra, dijo en 2001, cuando este país se iba al piso:

-Tranquilos que yo he visto el mundo cambiar, y todo lo que cambiará.

Ella se había ido de España con 16 años, sin dinero ni comida, en un barco que la arrojó en Argentina, donde hizo la vida que hizo llorar a su psiquiatra. Ahora tiene no sé cuántos años, pero sigue tan campante, y considera el libro en el que su hijo cuenta la historia dramática de su vida como una novela de ficción. En efecto, la realidad fue aún más conmovedora o emocionante.

Fernández Díaz evocaba esa frase ("he visto el mundo cambiar, y todo lo que cambiará") a propósito de lo que sucede ahora a ambos lados del océano. En un lado, Europa, con España en el mascarón de proa de los países tocados por los hados del infierno económico, se debate en un escenario de gigantescos nubarrones, como si de pronto hubiera caído el otoño sobre la supuesta juventud de un continente condenado al aburrimiento pero sobre todo a las incertidumbres de la pobreza.

Y, en este lado, salvo las excepciones rigurosas que tocan siempre a los que menos tuvieron antes, muchos países americanos, entre ellos Argentina, a pesar de sus Gobiernos y de otros vaivenes, se está convirtiendo en una sociedad afluente que ojalá no vea torcidas sus posibilidades.

Aquí he contado alguna vez lo que decía la madre de Azcona, el guionista, cuando celebraban alguna fiesta en las noches oscuras de Logroño: "Ya las pagaremos". ¿Ya pagaremos la fiesta? Bueno, en América la pagaron hace rato, y seguramente la volverán a pagar. Y Europa no tiene dinero para pagarla.

Es un escenario estimulante el que se vive acá, a pesar del invierno y de otros pesares, y es probable que dure lo que se prolonguen la sensatez de las sociedades y de sus Gobiernos. Pero los Gobiernos (es decir, la narración del poder) siguen conservando el filamento del poder como criptonita lanzada contra aquellos que quieren oponerse. En Argentina, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, convocada por sí misma a revalidar su aspiración presidencial, aprovechó ocasión tan solemne (para la que conminó a todas las cadenas a conectar con su voz) para arremeter contra los medios que no la celebran y para ningunear a su vicepresidente, que vive en una situación de la que Juan Carlos Onetti hubiera hecho un relato tan tétrico como el famoso infierno tan temido.

No hay manera de que los poderosos (es decir, los que tienen poder) se acostumbren a vivir con lo que tienen, y siguen simulando autoritarismo cuando quieren decir democracia. Esa es la tintura de yodo con que se visten, deplorando que existan los otros como se deplora que exista la lluvia en invierno. El poder es un mundo raro que considera que el infierno son los otros. Borges escribía sobre un libro de Bioy: "A despecho del pecado original, se entiende que lo malo viene de afuera". En este mundo (y en este especialmente), hasta que los presidentes no sientan que son presidentes de todos nadie disfrutará de veras de la fiesta, un acontecimiento que en América se celebra mientras Europa tiembla.

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