Un sol naciente tras los Picos de Europa
Lo cierto es que se han escondido bien. Para llegar a ellos hay que conducir unos 40 kilómetros en coche desde Oviedo. Pero eso no es todo: una vez recorridos, es preciso tomar una estrecha carretera de montaña, empinada y estropeada. Tras unos diez kilómetros de serpenteantes curvas, discurriendo entre colinas de ese verde eléctrico tan asturiano y vacas que rumian mansamente mientras observan displicentes llegar al forastero, se arriba a un pequeño pueblo llamado Fuentes (H.uentes en asturiano). Un puñado de casas en el que viven unas seis personas. Allí se encuentra una panera, un hórreo asturiano y una vieja casona con ¿decoración japonesa?
Sí, en lo más recóndito de Asturias está Fuente la Lloba, un restaurante japonés nada al uso. Eduardo Jiménez, barcelonés de 55 años, y Keiichi Kakuta, de 57, natural de un pueblo cercano a Tokio, se conocieron hace casi treinta años, cuando Kakuta desembarcó en España en busca de una sociedad menos rígida que la japonesa.
En Barcelona trabajaban en los asuntos comerciales de una multinacional tecnológica. Pero a principios de este siglo decidieron liarse la manta a la cabeza y trasladarse a Asturias. "Estábamos hartos de aquel agobio, sentíamos que aquella ciudad no nos podía dar más", explica Jiménez. "Habíamos hecho algún viaje por Asturias y nos había encantado, así que no dudamos en venirnos aquí".
Jiménez cuenta su historia en el silencio de su morada, de su restaurante. Enfrente, a través del ventanal, se ve un ondulado manto de nubes peleando, a lo lejos, con los Picos de Europa, con los montes del Sueve. Abajo los valles, ondulando casi tanto como las nubes. "Esta casa", continúa el anfitrión, "pertenecía al señor de la aldea. Cuando llegamos preferimos mantener el nombre original, Fuente la Lloba -por una fuente cercana-, que poner cualquier nombre japonés". Lo cierto es que resulta curioso y pega a la perfección la mezcla de decoración rústica asturiana (la madera, la piedra) con los objetos japoneses (un quimono colgado, un tatami, unas muñecas de porcelana). Mantienen esta tranquilidad que se respira admitiendo a muy poca gente, solo seis mesas en las que pueden servir a unas 15 personas al almuerzo y otras tantas a la cena. Es imprescindible llamar con antelación para reservar (686 37 68 05).
Tofu frito
Lo que sirven, lo único que sirven, es un menú degustación de 30 euros con los platos más básicos de la cocina japonesa: tofu frito, atún braseado, sushi y tempura; aunque si se solicita con suficiente antelación pueden preparar otros platos que probablemente degusten el resto de los comensales ese día. Comida sana, natural, preparada con mimo y cuidado por esta pareja, sin ninguna otra ayuda ni en la cocina ni en el servicio. "En principio éramos una casa de aldea, con habitaciones. Pero Keiichi tenía grandes dotes culinarias -era famoso también por su paella- y poco a poco empezaron a venir amigos a comer japonés, comenzó a correrse la voz", explica Jiménez. "A partir de 2004 cerramos las habitaciones y nos dedicamos exclusivamente a las comidas".
La vida de Jiménez y Kakuta es sencilla. Tienen algo de ermitaños o de monjes zen. Hablan con serenidad y transmiten calma. Cuando se aprobó la ley de matrimonio entre personas del mismo sexo fueron de las primeras parejas en casarse en la región. Ahora, durante los meses de trabajo, se levantan a las siete de la mañana y ocupan casi todo el tiempo en atender el restaurante. Viajan habitualmente a Japón, del que se han traído un cachito a las montañas de Asturias, que merece mucho la pena conocer. Aunque se hayan escondido tanto, o precisamente por eso.
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