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Columna
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Distinto

David Trueba

Los medios de comunicación han sido rácanos con la noticia de la muerte de Sathya Sai Baba. En cambio, la cobertura de la beatificación de Juan Pablo II, amparada en sus sanaciones milagrosas, mereció un tratamiento espectacular. Los medios tradicionales son de honda raíz católica y algunos de sus directivos, practicantes rotundos, compensan el cariz amoral de sus programaciones con una atención esmerada a las prioridades vaticanas. Otras religiosidades les resultan prescindibles. Si hiciéramos como hace el partido de la oposición con el minutaje de TVE, que van cronómetro en mano a demostrar la ausencia de neutralidad, como si informar fuera vender al peso cebollinos, tendríamos que rendirnos a la evidencia. Las masivas jornadas de misticismo que Sai Baba organizaba en el patio trasero de su casa, al cual llegaban fieles de todos los continentes, incluida España, gozaban de multitud de seguidores que seguramente han echado de menos un tratamiento de estrella mediática. Miles de ellos se congregaron a las puertas del hospital donde murió y después en su funeral en Puttaparthi, una pequeña ciudad a 150 kilómetros de Bangalore.

La peregrinación de seguidores al lugar conocido como Prashanti Nilayam (la morada de la paz suprema) no impide que haya esparcidos más de 1.200 centros Sai Baba por todo el mundo. También en torno a su persona no han faltado las polémicas, puntualmente reflejadas en las necrológicas sin escatimar detalles de los episodios turbios. De nuevo algo inhabitual en el tratamiento mediático de otros líderes religiosos donde se impone la autocensura periodística. A Sai Baba, la BBC y la televisión danesa le dedicaron documentales con testimonios sangrantes de antiguos devotos decepcionados y hasta se persiguió su culto en Suecia tras las revelaciones de un actor que se sintió víctima de abusos por parte del líder. Quizá jugaba en contra de Sai Baba su peinado imposible y la atracción que sintieron por él figuras como George Harrison o Steven Seagal, o sencillamente que los medios practican, llegados a casos como el que nos ocupa, la política del patio de colegio: dureza con los débiles, generosidad con los poderosos. Por todo ello, al espectador siempre se le recomienda al enfrentarse a los medios que renuncie a las comparaciones incómodas y hasta a la facultad de pensar.

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