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Entrevista:SARAH WATERS | EL LIBRO DE LA SEMANA

"Es importante reivindicar la etiqueta de escritora lesbiana"

Un siniestro ocupante va adueñándose lentamente de todos los rincones de una decrépita mansión georgiana y de la vida de sus mismos moradores, el último reducto de un universo de privilegios que se desmorona en la Inglaterra de la posguerra. La galesa Sarah Waters (Neyland, Pembrokeshire, 1966), una de las voces más consolidadas entre los jóvenes autores británicos, abraza en su último libro la clásica narrativa de fantasmas para trazar una acerada radiografía del alud de cambios políticos y sociales que define al país en 1947, marcados por las tensiones entre clases y el espíritu de subversión del orden establecido. La escritora que irrumpió con fuerza en el panorama literario gracias a una trilogía de novelas de recreación victoriana, todas ellas protagonizadas por mujeres lesbianas, ha decidido dotar de voz masculina al narrador de El ocupante (Anagrama). Su personaje es un médico rural que, en las antípodas de los poderosos, apasionados y comprometidos retratos femeninos de Waters, se convierte en relator incrédulo de esta historia de fenómenos sobrenaturales y terror psicológico, candidata en su día al prestigioso Man Booker Prize.

"Mis libros abordan cuestiones universales, como el amor o la pasión. Digamos que soy escritora y además lesbiana"
"En la tradición de las historias de fantasmas, el libro presenta una brecha entre lo que se narra y lo que acontece"
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Personajes de época

Por primera vez en la producción de la novelista, las cuestiones de género no condicionan a las criaturas literarias de El ocupante. "Soy conocida como una escritora lesbiana y, aunque la elección pueda decepcionar a algunos de mis lectores, ese personaje que tiene gran movilidad por su condición de médico me parecía el narrador perfecto para un libro en la tradición inglesa de las historias de fantasmas. Por supuesto había mujeres con esa profesión en los años cuarenta, pero eso desviaba el tema. Además me resultó liberador abrirme de mente", reflexiona Waters sobre la etiqueta de icono literario homosexual, granjeada desde su debut con El lustre de la perla (1998). A esa pieza entre picaresca y erótica, que desgranaba las aventuras sentimentales de una joven en la puritana sociedad victoriana, le sucedieron los arrebatados amores lésbicos de Afinidad y Falsa identidad, un mundo prohibido que desafía las barreras morales de la época a costa de vivirse en la clandestinidad. La verídica traslación de tiempos pasados desde la perspectiva contemporánea, la firmeza de una pluma que transita con naturalidad entre diversos géneros de la ficción merecieron a la autora un ramillete de premios y su inclusión por la revista Granta en la lista de los veinte mejores narradores menores de 40 años de Reino Unido. ¿No le resulta, entonces, reduccionista esa bandera de "reina de la ficción histórica homosexual" que le ha impuesto una legión de seguidores? "Sí lo habría sido en el pasado, cuando los escritores que abordaban la temática homosexual se veían acotados a una pequeña parcela en el sector de la edición. Hoy es más habitual encontrar ese tipo de historias, pero todavía me parece importante reivindicar la etiqueta de escritora lesbiana porque si no te conviertes en invisible. Y tiene todo el sentido, puesto que la mayoría de mis personajes son mujeres homosexuales. Aunque esa etiqueta tiene límites: mis libros abordan cuestiones universales, como el amor o la pasión. Digamos que soy escritora y además lesbiana".

Waters también ha abandonado el escenario londinense habitual en sus anteriores novelas para trasladarnos con El ocupante al desolado centro de la Inglaterra rural, recién finiquitada la Segunda Guerra Mundial. Son tiempos de austeridad y cartillas de racionamiento, de soldados retornados del campo de batalla con heridas físicas y psíquicas que algunos nunca podrán restañar. El epicentro de la trama está en la decadente mansión de Hundreds Hall, habitada por una familia otrora opulenta y aferrada de forma numantina a ese caserón de paredes desconchadas y muebles desvencijados que se cae a trozos. La metáfora de un mundo en vías de extinción. El doctor Faraday, quien de niño conoció la gran casa cuando su madre trabajaba como sirvienta, es reclamado a este lugar que ahora es una sombra de sí mismo para atender a una joven criada enferma. Porque, tal como subrayan sus patronos, "en estos tiempos, no atender a los sirvientes es un delito capital". La clase, los prejuicios de quienes están en la cumbre de la escala social frente al resentimiento de los que subsisten desde los peldaños más bajos planean sobre el relato como una fuerza tan amenazadora como ese supuesto fantasma que atenaza Hundreds Hall.

Extraños crujidos y manchas en las paredes de la casa, campanillas que suenan sin aparente motivo, muebles que cobran vida propia desplazándose a su antojo... La atmósfera del relato se torna crecientemente opresiva y asfixiante, en contraste con el siempre escéptico relato del médico que presta sus ojos al lector. Mientras ese narrador busca explicaciones racionales ante la cadena de fenómenos, la familia que habita la casa acaba sin embargo rindiéndose ante ellos. "Más que actor, el médico es un notario casi invisible. En la tradición de las historias de fantasmas, el libro presenta una brecha entre lo que se narra y lo que acontece", subraya Waters. Asegura sentirse muy cómoda en un género que le ha fascinado desde muy joven ("me sale sin apenas intentarlo"), e incluye entre sus variados referentes desde Henry James y Edgar Allan Poe hasta las novelas góticas de Susan Hill o las clásicas películas inglesas de terror. En el plano cinematográfico más reciente, cita dos títulos firmados por directores españoles: Los otros y El orfanato.

La escritora galesa quiso "modernizar" ese universo fantasmagórico introduciendo elementos del pulso social que se dirimía en aquella época. Los propietarios de Hundreds Hall intentan conjurar la ruina vendiendo parcelas del terreno para la construcción de viviendas de protección oficial en los mismos lindes de la mansión. Las clases trabajadoras empiezan a derribar barreras, no solo físicas, y el propio médico-narrador asiste con cierta aprensión a esa etapa de cambios que anuncian la creación de un sistema sanitario público (NHS) bajo el Gobierno laborista de Clement Attlee.

La anterior novela de Sarah Waters, Ronda nocturna, ya recalaba en ese año 1947, porque "después de tres libros ambientados en la era victoriana no quería estancarme". Si aquella cuarta obra versó sobre vidas secretas y cuestiones de género, "la clase fue mi punto de partida para escribir El ocupante", explica Waters sobre el viejo orden que no considera completamente extinguido. "Reino Unido retiene bastantes reductos del sistema de clases, hacia el que sentimos una especie de amor-odio. Incluso hoy se percibe una cierta nostalgia, mire por ejemplo el éxito de Downton Abbey (serie televisiva sobre una familia aristocrática inglesa que se acaba de emitir en España)...". La reflexión aboca a la autora a formular un crítico veredicto de la reciente llegada al poder de una coalición entre conservadores y liberal demócratas: "Con este Gobierno de upper class (clase alta), que cierra bibliotecas y recorta servicios sociales, corremos el riesgo de una vuelta atrás. Mi abuela trabajó como criada, mis padres ya pudieron tener una educación y yo fui a la universidad. Esa historia de progresión es muy inglesa, pero creo que hoy ya no tenemos aquella movilidad social".

Sarah Waters todavía no ha sucumbido a la tentación de escribir una novela contemporánea ("el reto sería una historia moderna de fantasmas, porque las clásicas son fáciles") y el próximo libro en el que lleva un año trabajando entraña un nuevo regreso al pasado, a las vidas de un grupo de mujeres a principios de los años veinte. Recupera con ello una de las constantes de su obra, la atávica invisibilidad de los homosexuales que le permite reivindicar el "gran cambio cultural" vivido en su país sobre todo en los tres últimos lustros. Subraya como un hito la legalización de las uniones entre personas del mismo sexo (civil partership) auspiciada por el Gobierno de Tony Blair, si bien concede que la "cultura del hombre gay" se ha integrado mejor en los actuales parámetros sociales que la de las mujeres lesbianas.

"Las mujeres homosexuales que nos muestran la televisión y el cine (británicos) suelen pertenecer a otros periodos, a la nostalgia de la era victoriana y de esas chicas tan guapas... Aunque naturalmente me gusta ver mis libros reflejados en la pantalla", admite Waters al ser inquirida sobre las consecutivas adaptaciones realizadas por la BBC de El lustre de la perla, Falsa identidad y Afinidad. "Resulta muy agradable pero también diferente, porque la naturaleza de la televisión no es tan sutil", apostilla. La escritora está a la espera de recibir estos días el primer borrador del guión cinematográfico de El ocupante y, ante el desafío que supondrá recrear a ese ente malévolo en imágenes, responde que, una vez vendidos los derechos de su última obra, "ya se trata del proyecto de otros". Lo mejor de las adaptaciones televisivas o al cine, apostilla, es que "brindan una vida adicional a los libros".

"El libro presenta una brecha entre lo que se narra y lo que acontece", dice Sarah Waters.
"El libro presenta una brecha entre lo que se narra y lo que acontece", dice Sarah Waters.CAMERA PRESS / CORDON PRESS / VICKI COUCHMAN

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