La primera gamba
Tras múltiples paros biológicos, vedas y demás tiempos de protección para las especies marinas, llega el momento de tomar la primera gamba. Aquella que nos hará recordar las infinitas anteriores, las que reposan en nuestros recuerdos gastronómicos.
Al hilo de esta profunda reflexión recordamos al exquisito autor Philippe Delerm, que escribió un pequeño relato en el que nos narraba con sutil inteligencia como discurre el primer trago de cada cerveza.
Tituló su escrito "El primer trago de cerveza", y en su discurrir se satisface añorando el oro burbujeante, el frescor amplificado por la espuma, el placer en el paladar tamizado de amargor. Los siguientes tragos -dice- nunca fueron ni serán iguales. La virtud de la cerveza se agota en un fulgor.
Similar evento nos anima cuando degustamos la primera gamba hervida en agua de mar, la que nos transporta a un mundo de sensaciones donde se mezclan, en indivisible placer, el salado de los fondos donde habita con el dulce sabor de los jugos que atesora su repleta cabeza de cefalópodo, en la que conviven los más sofisticados e intelectuales órganos -cual el cerebro- junto con otros de peor fama y que pudieran en una falsa apreciación parecer banales, tal el estómago, o vitales, como el corazón.
El rosa de su cabeza se mezcla con algunas azules -y otras aún más oscuras- vísceras, pero nosotros ya no las vemos, el color se ha transformado en nuestra boca en puro placer, en inimitable sabor.
A continuación será el momento de degustar la cola: poderosa, alimenticia, hermosa y llena de suave carnosidad, mas a nosotros tampoco nos importa, el instante cumbre ya ha pasado, lo que resta son sucedáneos.
Después, como diría Delerm, solo seguimos comiendo para olvidar el primer bocado: nuestra primera cabeza.
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